No se puede decir que nuestra llegada a Bangkok fuera para recordar y contar, pues en mi caso, quiero olvidar esos dos días infernales que me tocó vivir.

El primer día en la capital de Tailandia queríamos dedicarlo a tramitar el visado Birmano en la embajada y recorrer también el centro. Obviamente, lo único que pudimos hacer fue acercarnos a la embajada, entregar los papeles y pagar. Seguíamos sin fuerzas y con dolores bastante persistentes en nuestro estómago, cosa que impedía que nos pudiéramos mover con tranquilidad.

Nada más volver al hotel, dedicamos el día a tomar suero, descansar e intentar ser optimistas y pensar que al día siguiente estaríamos por fin recuperados y podríamos hacer algo de turismo. Al final no fue del todo así, pero debo decir que mejoramos un poco. Gracias a ello al día siguiente, empezamos a recorrer las calles y a pillar un bote que nos llevara a un punto cerca del centro desde el que empezar a movernos.

Llegamos al barrio chino y empezamos a patearlo, era bastante llamativo todo, desde las tiendas que te venden sepias disecadas (supongo que es para la sopa, así como en España se utiliza el hueso de jamón para darle más sabor a la sopa), restaurantes con patos colgando en el cristal (no dan ganas de entrar, dan ganas de salir corriendo) y unas especie de joyerías que solo venden oro (una cosa muy rara).

chinacart

Paramos a descansar un poco durante la hora de la comida y luego reanudamos la marcha visitando más lugares cerca del centro. Al final estuvimos pateando desde primera hora de la mañana hasta bien entrada la noche.

Una vez volvimos al hotel, fuimos a cenar a un bar cercano que parecía bastante casero. Nos sirvieron un pad thai que te “cagas” de bueno que estaba. Como nos sentíamos mejor, creímos que podíamos comer cualquier cosa ya, pero de nuevo nos equivocábamos (¡Maldita sea el hambre y las ganas de comer cosas buenas!).

barrio chino bangkok

Al día siguiente despertamos con ganas de despedirnos de Bangkok, pues teníamos mucha ilusión  de llegar a nuestro siguiente destino, Ayutthaya. Yo le había hablado mucho del lugar a Sergio, tampoco le quise enseñar muchas fotos o contarle mucho sobre el sitio, porque era mejor que se dejara sorprender (Es un lugar increíble y que recomiendo a todo el mundo que viene a Tailandia).

Así que después de comer nos dirigimos a la embajada de Birmania a por nuestros pasaportes con nuestro visado y después hacia la estación de tren. Pillaríamos los billetes dos minutos antes de que saliera, y en dos horas estábamos ya en nuestro siguiente destino.

Llegamos a la embajada Birmana

Llegamos a la embajada Birmana

Ya teníamos Birmania

Ya teníamos Birmania

Allí cogimos el primer tuk-tuk para que nos llevara a nuestro hotel, pues con dolor de barriga y cansados, necesitábamos una ducha y un lugar donde descansar.

Después de 10 minutos de recorrido, nos dejaron en la entrada, que resultaron ser unas increíbles cabañas de madera. Nos tocó un bugalow grande, cómodo y sobre todo en el estado en el que nos encontrábamos era necesario y se agradecía que fuera algo más decente y limpio de lo normal.

A pesar de no haber comido nada durante dos días, y seguir sin apetito por los dolores infernales, decidimos acercarnos a un restaurante donde hicieran algo a la “plancha” (dícese algo sin freír en abundante aceite y que nuestro estómago tolerara sin represalias) y así comer algo para poder tener fuerzas para el día siguiente, ya que esta vez nos tocaba recorrer la ciudad en bici.

Pudimos por fin, llenar algo nuestras vacías barrigas, y digo algo, porque tampoco pudimos terminarlo todo, pero por lo menos hicimos el esfuerzo ;P.

Al día siguiente despertamos y fuimos a un pequeño embarcadero del hotel donde servían el desayuno, Sergio no pudo comer nada y yo me zampé dos tostadas confiando en que ya estaba bien del todo. Que ingenua de nuevo, ya que cuando terminé de desayunar, la barriga hizo que me contrajera del dolor y de nuevo estuviera como días anteriores (como si de la historia interminable se tratara).

Después de asearnos y alquilar las bicis, nos dirigimos al centro histórico, yo había estado ya aquí pero junto a Sergio descubrí lugares que habían pasado desapercibidos en mi anterior visita (como la cabeza de buda gigante escondida entre las raíces de un árbol).

Cabeza de buda en un árbol

Cabeza de buda en un árbol

Sukhotai

Sukhotai

Paramos por todas y cada una de las ruinas que salían en el mapa hasta que se hizo la hora de comer y paramos a descansar un poco. Yo tenía la barriga fatal así que me tomé un batido de sandía natural y Sergio el pobre comió un poco de arroz ya que también seguía igual o peor que yo.

sukotazo

Una vez descansados, reanudamos la marcha con las bicis y rodeamos el río pero esta vez por el lado contrario, parando antes a por un par de cervezas (nada recomendadas si estás mal de la barriga, pero nosotros a nuestro rollo… y así nos va..).

Tomamos las birras contemplando el atardecer desde el embarcadero donde le expliqué a Sergio que por la mañana había visto un “dragón de komodo”, pero me tomó un poco como a una loca ;p! Así que entre risas, dolores de barriga y el atardecer de fondo, decidimos ir a asearnos y a pillar un tuk-tuk para llegar al mercado nocturno bastante famoso aquí.

No esperábamos que fuera para tanto, pero cuando llegamos allí, no cabía un alfiler. Había gente por todos los lados y debo decir que éramos los únicos turistas, y es algo extraño ya que Ayutthaya es uno de los primeros destinos elegidos por los mochileros cuando viajan a Tailandia.

Dimos un par de vueltas, y mi barriga me empezó a enviar señales de que tenía que llenarse ( algo que había sido bastante escaso durante días en los que los dos habíamos perdido el apetito por completo).

Yo muerta de hambre!

Yo muerta de hambre!

Paramos en un puesto donde hacían el famoso pad thai (nada recomendable para la barriga, pero como siempre… repitiendo como las natillas danet, “¿Repetimos?) donde los asientos eran de paja en el suelo con cojines. Mientras estábamos sentados y comiendo un plato a medias, me fije en que la gente nos miraba y el cocinero nos hacía fotos, era algo raro ver turistas por allí y no perdían ocasión para sacar alguna que otra foto disimuladamente.

Seguimos paseando hasta un puesto que llamó nuestra atención, vendían comida pero no para gente corriente, parecía más bien para timón  y pumba. Nuestros ojos se abrieron como platos, podíamos ver desde cucarachas mutantes fritas (¡Eran gigantes!), hasta saltamontes y gusanos de seda. Yo observaba a la gente de los puestos cercanos, nos miraban y se reían por nuestras reacciones, a lo que el mercader quiso hacer algo (¡Maldita la hora y mi orgullo!).

Con una cuchara nos ofreció probar un gusano de seda frito, yo tragué saliva de inmediato y empecé a reír nerviosa. Sergio no paraba de reírse con el gusano en los dedos mirándome en plan “abre la boca”. Al final a pesar de estar jodida de la barriga y darme mucho respeto eso de comer insectos, cedí y me comí el gusano. La barriga se me revolvió todavía más sabiendo lo que estaba masticando y lo que tenía entre los dientes, ¡GUSANO!

Después de esta experiencia un tanto peculiar, con dolor de barriga (Sí, se que me repito más que el salmorejo con ajo!)  volvimos al hotel para descansar, al día siguiente tocaba moverse de nuevo, esta vez Sukothai nos esperaba.

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