Despertamos pronto y a eso de las 9 de la mañana bajamos a desayunar certificando que este centro carecía de tantas de las muchas bondades de las ciudades visitadas hasta el momento.
El día anterior descubrimos el pequeño centro histórico que parecía comprender únicamente el famoso castillo y su torre; el resto lo formaban espacios grandes y descuidados, un intento de modernidad sin mucho sentido, bares, grandes plazas, monumentos de la época comunista de Ceaucescu y bastante ruido.
Y esa mañana confirmamos nuestras observaciones dando una vuelta en busca de desayuno. Era extraño y difícilmente comprensible como, en lugar de ver gente desayunando, parecían almorzar a base de cervezas o café sin ningún tipo de comida así que, tras comprender que en los bares no podríamos almorzar, nos acercamos a unas tiendas para más tarde, tras cenar algo, disfrutar de un caliente café.
Con toda esta exploración habíamos perdido tiempo y al acercarnos al castillo de Tergoviste y ya quedaban pocos minutos para las 10. No teníamos tiempo para visitar el complejo y se pagaba entrada, por lo que lo disfrutamos desde esos cien metros que separaban la entrada de los pies de la torreta.
También aceptábamos que seguramente Valaquia poco o nada tenía que ver con la preciosa Transilvania o que, una vez más, las ciudades grandes eran más complicadas y fáciles de defraudarnos. Sea como fuere lo habíamos intentado y aunque sabíamos que queríamos volver a Rumanía, también aceptábamos que seguramente Tergoviste no sería uno de los objetivos en nuestro futuro mapa.
Realizamos los 81 kilómetros que nos separaban de destino en el tiempo previsto y, aunque en la capital rumana tuve que cagarme en más de un cristiano del lugar por su forma de conducir, conseguimos entregar el carruaje en el sitio y hora indicados y dirigirnos al hotel en el que pasaríamos nuestra última noche en ese país de novela, un cuatro estrellas llamado Royale Bucarest, idéntico nombre de uno de los hoteles en que descansaría Jonathan Harker.
Salimos con bastante buen tiempo, y era noche cerrada cuando llegamos a Klausenburg, donde pasé la noche en el hotel Royale. (Drácula de Bram Stoker)
Lo mejor del hotel no eran sus estrellas ni que por poco más de 35 euros teníamos bañera de hidromasaje o desayuno incluido, no, lo mejor era que en la ciudad más grande de Rumanía, una urbe con más de 2 millones de personas, nos encontrábamos a escasos metros de su centro histórico, el único lugar que pensábamos (debido al tiempo a disposición) visitar.
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