Nuestro nuevo riad se llamaba Mauritania” y se encontraba en la pequeña medina (centro histórico) del coqueto pueblo azulado, que te hacía sentir en el cielo.

Para llegar debíamos atravesar la parte más nueva y descuidada de la ciudad, afrontando unas cuantas cuestas que nos separaban de nuestra meta.

Animados recorrimos rápidamente la distancia, hasta divisar un bonito arco en las murallas del barrio antiguo, que daba la bienvenida a Chefchaouen, seguramente uno de los pueblos más bonitos del país.

Hermoso especialmente por su característica principal, el color azul de sus casas, un azul turquesa del que varias teorías intentan descubrir su misterio.

Años atrás en mi primer viaje a la India, recorrí buena parte del Rajasthán, la región más colorida, cuidada y preciada cultural y turísticamente hablando de todo el subcontinente indio. Aquella experiencia fue una de las más soprendentes y bonitas, un alucinante descubrimiento lleno de constrastes, colores y sabores, un verdadero espectáculo para los sentidos; también allí existía un pueblo azul, se llamaba Jodhpur

Vicky me haría descubrir Chefchaouen meses antes de emprender este viaje y, aún recuerdo como, observando muchas de aquellas fotos, me pareció vivir un dejavú recordando aquel precioso pueblo del Rajasthán que años atrás quise haber visto pero finalmente, por cuestiones logísticas, decidí saltar por alto.

Se decía que Jodhpur era azul debido a que sus habitantes descubrieron que, dotando a sus casas de este color, los fastidiosos mosquitos finalmente desaparecían y, tras conocer y entender en mis propias carnes ese odio hacia estos pequeños animales en la india, acepté esta teoría como la mejor y más adecuada.

En chefchaouen se decía lo mismo, siendo esta una de las principales teorías para su peculiaridad, pero también había otras. La principal y más válida para este lugar proviene de su historia, concretamente su pasado reciente en el que muchos refugiados judíos llegados en el año 1930 prefirieron cambiar el color verde del islam por un azul que pudiese imitar el color del cielo.

Fuese como fuese, el motivo por el que el ser humano consigue modificar su entorno para crear una maravilla como esta, nos tenía sin cuidado, pero aquel recuerdo de Jodhpur y la similitud con Chefchaouen; el amarillo de Fez o el rojo más propio de Marrakech que pronto conoceríamos; todo ello unido a ese cercano desierto, me devolvió una y muchas veces más a aquel pasado reciente del Rajasthán. Una región al igual que esta, con pueblos azules, otros blancos como Udaipur, ciudades rojas como Jaipur y preciosos desiertos con medinas fortificadas como Jalsaimer o Bikaner, un rincón de la tierra donde podías encontrar de todo; un oasis de contrastes como también era este país cercanísimo a Europa y más aún a España, que me mantenía impresionado.

Pensar que a pocos kilómetros de casa podíamos descubrir esta y otras maravillas más propias de otro planeta, entendiendo que no tenía idea que con un paso tan pequeño podía descubrir tanta maravilla, me hacía alucinar, nunca mejor dicho, en colores…

Tras discurrir entre sus bonitas callejuelas llegamos a un precioso palacio del mismo color del pueblo, con el letrero Mauritania. Entramos y conversamos con su simpático recepcionista y, una vez hecho el check-in, subimos a nuestra habitación.

Dejamos las mochilas en nuestro dormitorio, todo en su sitio tal y como habíamos visto en las fotos de la web de reservas para, tras realizar un pequeño descanso, coger nuestra cámara y decidirnos a descubrir la preciosa medina.

Salimos del hotel empezando a descubrir nada más abrir la puerta, la extraordinária belleza del lugar. Todo estaba impregnado de un color azul que contrastaba con la gran cantidad de telas, cueros, especias, personas y animales que hacían de este zoco, un lugar espectacular…

Tras empezar a hacer fotos, topamos con una tienda, en cuyo interior, algo escondido, un anciano realizaba algún tipo de artesanía, con las manos.

Como decía poco antes, este lugar y todo lo que le rodeaba me había transportado a la India, de un modo tal que, como sucedería allí, había decidido fotografiar a todo y a todos, sin darme cuenta de que, en este país ciertas cosas no estaban tan bien vistas…

Observando a este señor rodeado de infinidad de colores, decidí hacer una foto que resaltase tal cantidad de contrastes. Sin darme cuenta, el interior algo oscuro del negocio hizo que mi cámara emitiera una luz roja (una especie de láser) a modo de flash que llenó de luz aquel lóbrego interior intentando  obtener la imagen, un destello que alertó al hombre y tal vez incluso consiguió asustarlo ya que, rápidamente observé como se giraba y me miraba con un odio que diícilmente podía recordar en mi memoria.

Aquella cara era una señal de alerta, pronto sentí como una voz entraba en mi cabeza y me gritaba: ¡Corre!…y así lo haría.

Rápidamente cogí a Vicky del brazo, ella parecía no haberse dado cuena de nada y seguía con la cabeza dentro de la tienda del señor, y le indiqué que saliesemos lo más rápido posible de aquel lugar. Debíamos subir unas escaleras al interno de un túnel para llegar a una plaza donde finalmente pudiésemos sentirnos a salvo, y así hicimos.

Vicky no sabía el motivo de mis prisas hasta que escuchamos una voz a nuestras espaldas, gritos que yo sabía de donde y de quien procedían, una serie de palabrotas en árabe que, seguramente no presagiaban nada bueno…

Nos giramos y observamos la situación quedándonos ligeramente petrificados. Al final de la escalera y a pocos metros de nosotros, el anciano marroquí me estaba enviando a cientos de infiernos y diablos desconocidos, mientras se acercaba a mí con un brazo en alto, en el que portaba una especie de enorme estaca, realizando unos movimientos que seguramente tampoco podían suponer nada bueno.

Recuerdo como mi primer pensamiento, aparte de mantener esa distancia prudencial y prepararme para la huída, fue una creciente incredulidad al no comprender de donde había podido sacar un palo tan enorme en tan poco tiempo…

Instintivamente le pedí perdón en lenguaje universal, pegando las palmas de mis manos, a la vez que le mostraba desde una distancia, siempre lo más prudencial posible (no fuese se le escapase el palo), como borraba la instantánea. El anciano continuaba vociferando dándo aspavientos a esa especie de enorme tronco, alzando el palo y la voz, y sin parar de soltar tacos en idiomas incomprensibles. Yo no podía hacer nada más, así que me giré y, observando siempre todo desde el rabillo del ojo, agarré a Vicky para alejarnos rápidamente hacia la plaza central…

Tenía el corazón en un puño ya que jamás en mi vida nadie había intentado pegarme con un palo tan grande, soltando palabras tan terroríficas y en un lugar desconocido en el que, seguramente si daba la voz de alarma, era más probable que llegasen más amigos suyos con enormes estacas que almas caritativas que pensasen en apoyarme…

Algo alterado, decidí seguir con el resto de la visita turística esperando que al resto del poblado no se le ocurrise querer darme con un palo. Comprendí y acepté que no debía hacer fotos directamente a las personas en este lugar, y por fortuna, no tuvimos más problemas.

Disfrutamos de la bonita plaza en lo alto del pueblo dando un paseo por sus negocios, para más tarde adentrarnos entre sus callejones e ir en busca de unas famosas cascadas que los lugareños nos habían comentado se encontraban cerca del lugar.

Aunque mi corazón no estaba del todo tranquilo, la belleza de aquellos rincones inspiraba tanta paz, que pronto llegaría a nosotros para hacernos olvidar aquel gracioso altercado.

Mientras nos acercábamos a las cascadas, el lugar nos atrapaba y nuestras cámaras intentaban mantener aquellos recuerdos en nuestras memorias durante más tiempo. Rápidamente llegó el atardecer y, sin habernos dado cuenta del todo, se nos echó la noche encima.

Habíamos recorrido pocos cientos de metros y seguramente las cascadas estaban muy cerca pero, sabíamos que de noche no las disfrutaríamos igual y, en ningún lugar habíamos escuchado hablar de estos torrentes con lo que, decidimos dejarlos para otra ocasión.

Antes de cenar, decidimos volver a nuestro Riad para descansar un rato y darnos una buena ducha, descubriendo una particularidad de los habitantes de este país, más en concreto de los hombres, su afición al fútbol.

Si cuando hicimos el check-in en el patio del palacio del hotel Mauritania, estaban observando un partido del Barcelona, ahora disfrutaban del Alavés contra el Athletic de Bilbao, y más tarde lo harían con el Madrid-Celta.

Solo nos quedaríamos un día en el lugar con lo que prefirimos dejar de lado estos partidos e ir en busca de una buena cena. Aprovechamos para preguntar a los trabajadores del lugar si conocían un restaurante bueno bonito y barato, y así era, se llamaba “Asaada” y disponía de menús que, por escasos 50 dirhams a persona (unos 4 euros) animaría nuestros estómagos.

Llegados al local, rápidamente descubrimos el “Asaada”, una buena elección ya que, aunque algo pequeño (en su interior únicamente se disponían dos grandes mesas), estaba completamente lleno de gente del lugar.

Bastante hambrientos y animados pedimos dos sopas marroquís y dos tajines de pollo, tal vez los platos más característicos del país.  Las sopas nos ayudaron a combatir el creciente frío (había mucha humedad y las temperaturas bajaban bastante al caer del sol) y el tajín de pollo (el tajín es un recipiente de cerámica donde cocinan y sirven el plato) nos hizo recuperar las energías que necesitábamos para despedir este precioso lugar e ir en busca de nuevas aventuras.

El día siguiente por la mañana saldría nuestro autobús de vuelta a Fez y, sabíamos que  necesitaríamos llegar con fuerzas para descubrir los increíbles rincones de esa ciudad laberinto sacada de alguno de los cuentos de las mil y una noches…

Despedíamos el azul turquesa callejeando por sus iluminados rincones mientras nuestras mentes visualizaban los muchos secretos que podría esconder esa ciudad amarilla que nos estaba esperando a la vuelta de la esquina.

Dos días nos habían bastado para sentir un sinfín de emociones y aún quedaba muchísimo por ver y descubrir en este alucinante rincón de la tierra llamado Marruecos…