“Hay una especie de magia cuando nos vamos lejos y, al volver, hemos cambiado”. Kate Douglas Wiggin

 

El despertador empezó a sonar, y tras abrir los ojos, lo paré de golpe al descubrir la hora, marcaba tan solo las 05:00 am, pero mi ilusión era más fuerte y desperté, pronto descubriría elefantes en recuperación y libertad.

Tras ducharme, vestida con ropa muy cómoda y calzado deportivo salí hacia la recepción del hotel, donde el dueño del hotel me indicó que fuera me esperaban.

Tras salir encontré a una chica alta con un papel preguntándome si me llamaba Victoria, tras responderle que sí, me subí en la furgoneta con más gente que, como yo, había contratado esta excursión.

Recorrimos más de 150 kilómetros, adentrándonos cada vez más en un paisaje totalmente salvaje, era fascinante.

Solo se podía ver montaña, verde vegetación y poblados, las ciudades o estructuras habían desaparecido, dejando solo al campo y la naturaleza apoderarse del entorno.

Tras pasar más de una hora dentro de la furgoneta, llegué a un poblado de unos 10 habitantes, allí se encontraba la casa de bambú donde vivía una familia muy humilde.

Me dieron una calurosa bienvenida ofreciéndome comida y café, cosa que acepté con mucho gusto. Tras el desayuno dejé mis cosas en el pequeño porche y me cambié, usando ropa que tenían preparada para mí, vestidos utilizados para que los elefantes reconocieran en su olor, a alguien de confianza, y no se sintieran amenazados con mi presencia.

Tras cambiarme me dirigí junto miembros de la familia hacia un lugar que estaba repleto de plataneras, donde pude llenar una especie de bolso con bananas para dar de comer de cerca a los elefantes que iría encontrando por el valle (si estos se decidían por acercarse a mí).

En cuanto empezamos a caminar, a lo lejos pude divisar unos 7 elefantes enormes caminando tranquilos junto a una de sus crías. La guía me comentó que estos animales podían oler la comida a kilómetros de distancia, así que me imaginaba que no tardarían en acercarse a mí, y eso me ponía un poco nerviosa.

El grupo de elefantes

En un momento pude ver que los animales ya no se divisaban a lo lejos, más bien se estaban acercando a mí a pasos agigantados, con pasos rápidos y las trompas levantadas hacia el cielo. No sabía dónde meterme, no había escapatoria, esos mastodontes se habían percatado no solo de mi presencia en su lugar de descanso, sino más bien de la gran cantidad de bananas que llevaba conmigo, así que me quedé algo blanca y bloqueada cuando los vi venir hacia mí como si no hubiera un mañana, pensé que quizás… ese sería mi último día en la tierra.

Se había percatado de mi presencia….

Y antes de que aquellos elefantes me cayesen encima, comencé a escuchar carcajadas tras de mí, no me había percatado pero el señor de la casa y mi guía se habían alejado un poco y no paraban de reírse tras descubrir mi cara de pánico. Al verlos me tranquilicé pensando que se acercarían y calmarían, pero siguieron disfrutando del espectáculo mientras empezaban a rodearme los elefantes husmeando con sus trompas por todos lados.

Fue suficiente con mirar a los animales a los ojos para saber perfectamente que no me harían ningún daño, lo único que querían de mí eran esas bananas que estaba custodiando en ese momento. Dándome cuenta de ello, todavía con la mano temblorosa, empecé a sacarlas del bolso donde las portaba y cuando quise darme cuenta, antes de agarrarlos con las manos, ya me los habían robado. Alucinaba con su inteligencia y su modo de trabajar en equipo, era gracioso ver como uno de ellos se colocaba con la trompa en modo de distracción frente mío, mientras los otros aprovechaban y sustraían las bananas de mi bolsa…

El miedo desapareció al instante y pude empezar a disfrutar de aquella experiencia como una niña pequeña. A mi mente vino el pensamiento de que quizás eran ellos los que temían mi presencia, ya que muchos habían sufrido el maltrato por parte de algún humano sin escrúpulos, en busca de ganar dinero con ellos.

Tras ese breve tentempié donde pude practicar ese primer contacto con estos increíbles animales, empezaron a moverse dirección al río. No dudé ni un segundo en seguirles, intentando caminar a su lado durante todo el trayecto.

Durante el camino pensé que unos meses atrás me hubiera sido imposible imaginar que me podría encontrar hoy en mitad de la selva, descalza y, caminando entre elefantes, parecía más bien una fantasía fruto de mi imaginación que una posibilidad. En estos momentos no sabía si lo que estaba viviendo era un sueño y pronto tocaría despertar, o era real y seguiría disfrutando del mismo.

Al llegar al río, no lo pensé un segundo y me zambullí en el agua junto a ellos, siempre respetando las distancias, sin duda alguna este se convertiría es uno de los mejores recuerdos de todo el viaje.

Increíble experiencia….

Una amplia sonrisa se adueñó de mí durante el tiempo que duró el baño, gracias a la experiencia de poder disfrutar en primera persona de estos animales disfrutando de esa libertad que un día les fue sustraída, el mejor regalo que pude llevarme de estas tierras.

Acompañando a estos increíbles animales en su baño….

Al rato, tocaba regresar a la casa de bambú y despedirme de aquella familia que había sido tan amable conmigo al dejarme entrar en su casa y disfrutar de esta experiencia inolvidable.

La excursión llegaba a su fin y tocaba volver a Chiang Mai, había empezado a oscurecer y quedaban todavía unas cuantas horas de trayecto hasta llegar a la ciudad. Monté de nuevo en la furgoneta, y cuando quise darme cuenta el sueño me había atrapado haciendo que el trayecto durara un abrir y cerrar de ojos.

Al despertar de nuevo en Chiang Mai, bajé del vehículo y tras darle las gracias a la guía me dirigí al hotel, pues en breve dejaría este increíble lugar para dirigirme al sudeste del país, esta vez en avión, buscando descubrir las paradisíacas playas y rincones que hacen única a esta región del mundo.

Mi objetivo era llegar a unas islas de las que había escuchado hablar muy bien llamadas Mu Ko Surin, un parque nacional marino que sirve de refugio para pescadores y donde viven los Moken, más conocidos como “Los gitanos del mar”.  Sabía y me había informado de que para poder llegar al lugar debía primero dirigirme a Khuraburi desde donde debería tomar un barco que me acercase a estas preciadas islas del mar de Andamán.

Al encontrarme en Chiang Mai, a cientos de kilómetros, la única manera factible de llegar hasta allí era volar en avión hasta Pukhet y de allí en bus hasta Khuraburi.

Con todo organizado en mi cabeza, me dispuse a preparar la maleta y tras ello tumbarme en la cama tras el día tan agotador pero increíble que había tenido. Dormí plácidamente hasta el día siguiente cuando el sonido de la alarma hizo que mis ojos se abrieran de par en par, tocaba levantarse, un nuevo destino me estaba esperando…

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