“Todos los hombres mueren, pero no todos realmente viven.” William Wallace (BraveHeart)

Empieza nuestra aventura, probablemente, en uno de los países más asombrosos (naturalmente hablando) del mundo.

A decir verdad, no he tenido suficiente tiempo para estudiarlo en detalle y únicamente tenemos una serie de puntos de interés en un mapa y una reserva de una furgoneta (que nos servirá de casa) en Glasgow, ciudad a la que nos dirigimos en un vuelo directo desde Palma de Mallorca.

El avión sale a las 7 y 20 de la mañana y como hemos llegado sobre las 6, da tiempo a tomar un café así que, algo más de media hora antes del despegue, junto a la puerta de entrada al avión, salgo en busca de dos cafés.

Cafés en mano pido el precio a la camarera y me dispongo a pagar cuando, debido al susto, casi se los tiro encima…

Uno de los objetivos de esta guía es hacerla low cost, y de este modo orientamos nuestra aventura, y acaban de pedirme 8 euros por 2 cafés. Estoy alucinando, pero por desgracia ya no puedo echarme atrás, así que los pago de mala gana y vuelvo a la cola de entrada del avión donde me espera Vicky.

Subimos y es en el tiempo que pasa entre que nos acomodamos hasta que empieza nuestro vuelo en el que definimos el primer boceto de la que será nuestra ruta.

Sobre las 10 llegamos a Prestwick, un aeropuerto nuevo creado en esta ciudad, y buscamos el modo de acercarnos a Glasgow, cerca de cuyo centro se encuentran las oficinas de nuestra compañía de alquiler.

Existe un tren directo que hace el recorrido en poco más de media hora, con lo que antes de las 11 llegamos a la estación central.

Tenemos algo de hambre y al observar diferentes supermercados frente a la estación vamos en búsqueda de algo de comida.

Tras ello hemos pensado en dirigirnos a las oficinas de la empresa de alquiler y de camino encontrar algún bar donde disfrutar de un agradecido café. Hace frío y estamos bastante molidos por lo que apetece en gran medida…

Aún queda una hora para el momento fijado para la recogida, pero esperamos podamos tramitar el papeleo y dejar las abultadas mochilas en la que será nuestra casa móvil en este viaje.

Por desgracia no encontramos cafeterías de camino y al llegar a las oficinas y escuchar que debemos esperar a la hora, preguntamos si saben de alguna cercana, como nos responde que no hay ninguna en la zona, aceptamos dejar el café para más tarde.

De camino hemos cogido algo de frío y entre el cansancio, llevar a cuestas las maletas, haber madrugado tanto y las condiciones climáticas reinantes, no desistimos en nuestro empeño de conseguir la furgoneta antes de tiempo, y acercarnos así a beber algo caliente…

Volvemos a probar con otra de las dependientas que parece más amable y esta vez tenemos suerte. Aceleran el papeleo y pocos minutos más tarde ya tenemos furgoneta, una Renault Traffic blanca con adhesivos de la compañía de alquiler en cada uno de sus lados. Seguramente será divertido conducir por primera vez en mi vida por la izquierda y más con un trasto como este, solo espero no tener ningún percance.

Nuestra furgoneta con las maletas… empieza nuestra aventura…

Como hemos definido en el aeropuerto, el destino final para nuestro primer día será Glencoe, el corazón de las Highlands, un pueblo en el valle más bonito y aclamado de las Tierras Altas, ubicación elegida para el rodaje de la mayoría de películas de fantasía, un terreno mágico que parece imposible sea también real.

Para llegar hasta allí haremos uso de uno de los dichos más bonitos que jamás he escuchado, lo bonito del viaje está en el viaje en sí, no en la meta, así que nada mejor para empezar que buscar una buena cafetería y acercarnos de paso a un Decathlon para hacernos con todo aquello que podamos necesitar que, visto que las temperaturas son bastante más bajas que cuanto habíamos pensado, no será poco.

Empezaba la conducción por la izquierda y comenzaba a sentir un estrés constante…

Las carreteras, demasiado estrechas para nuestro gusto…

Vicky me ayudaría lo mejor que podía con el gps, pero entre las indicaciones del programa que utilizaba yardas, pies y millas en vez de metros y kilómetros, la infinidad de carriles de esta ciudad y encontrar que todos los elementos del coche estaban en el lugar opuesto al que mi cerebro me decía, la cosa no fue sencilla.

Ante situaciones así te das cuenta de lo automático de algunas de nuestras acciones. Tras tantos años no nos damos cuenta, pero conducimos automáticamente, sabemos dónde está la palanca de cambios, los intermitentes, hacia donde mirar o como coger una rotonda; todo lo hacemos sin pensar y muchas veces lo hacemos correctamente, pero esta vez, todo cambiaba.

El paisaje te dejaba sin palabras….

Mi mano buscaba la palanca de cambios en un sitio donde no estaba, rastreaba coches por el espejo retrovisor equivocado o sentía ganas de pasar al carril contrario a cada segundo. Sentía una sensación muy rara y a su vez, el estrés se iba apoderando de mí…

Para calmar esa ansia reinante sabía que necesitaba el tan ansiado café, así que priorizamos necesidades comenzando por las materiales, para pasar a las personales, y así buscamos una tienda de deporte donde buscar ropa de abrigo y/o una cama. Siendo algo precavidos habíamos comprado una esterilla y una mini colchoneta hinchable (mini porque se hincha solo 4 centímetros), pero al llegar aquí nos dimos cuenta de nuestro error.

Para poder portar todo esto, hemos tenido que soportar pesos mayores y llevar a cuestas cosas que difícilmente nos podrían servir, para acabar encontrando una cadena deportiva aquí, con los mismos precios que en España.

Veníamos con la idea de hacernos con algún que otro saco para usar como manta, pero finalmente decidimos comprar únicamente una colchoneta hinchable y usar los diferentes sacos a disposición y la manta que traíamos con nosotros, para cubrirnos, pensando que con esto sería suficiente. Esa primera noche tendríamos nuestra prueba de fuego y descubriríamos si nos habíamos equivocado.

Reconociendo el cansancio y las pocas ganas de hinchar semejante armatoste, preguntamos a las dependientas si podríamos hincharlo allí, encontrando por fortuna a una compatriota que nos ayudó en todo momento. Nos recomendó también comprar spray antimosquitos ya que, aunque pudiera parecer raro, también en el frío había mosquitos…

Colchoneta hinchada bajo el brazo y anti mosquitos en mano, salimos de la tienda de camino a la furgoneta. Los escoceses sonreían mientras observaban la escena, seguramente teníamos pinta de todo menos de lugareños…

Preparando nuestra cama…

Nuestro colchón, de 150 centímetros, cabía perfectamente en la caja de carga del furgón, con lo que nos pusimos a probarlo, alegrándonos de nuestra primera compra.

Trasportando la cama hasta nuestra casa-furgo….

Ahora ya teníamos nuestra casa con todo lo que necesitaríamos para vivir en ella, una cama y unos cuantos sacos de dormir…

Encontrándonos al lado de un centro comercial, nuestra segunda necesidad, el café, vendría satisfecha tras entrar en uno de los establecimientos comerciales más extraños que jamás he conocido.

Lo poco que habíamos visto de Glasgow, no nos había gustado en absoluto. Un gris que lo rodeaba todo, poca gente, muchas oficinas y poco o ningún bar donde tomar café; si a esto sumamos que hacía viento, frío e incluso llovía, podíamos entender el porqué aquel establecimiento se encontraba lleno a rebosar…

En la planta baja descubrimos una playa artificial repleta de arena donde diferentes familias disfrutaban como si de Mallorca se tratase, a la vez que los niños construían castillos sobre su superficie; en la planta alta un complicado entramado, hacía las veces de un parque de atracciones donde practicar la escalada y otros deportes de aventura, y el resto del complejo lo llenaban supermercados, cines, tiendas y cafeterías…

Sería casi la una cuando nos acercamos finalmente a tomar un café, esperando no fuese igual de costoso que aquel en el aeropuerto. Observamos los precios y vimos que había dos medidas, pero según el tamaño de las tazas, las medidas no nos cuadraban…

Se indicaba pequeño “small”, o medio “regular”, pero la taza más pequeña era más parecida a un plato sopero que a una taza normal. El precio partía de las 2,30 libras así que comenté a Vicky si probábamos a tomar uno entre los dos, ya que yo uno tan enorme no podría terminarlo, y así hicimos. Un café small eran más de dos de tamaño español así que más que contentos y animados por esa dosis de excitante tan necesaria, decidimos seguir nuestro viaje, no sin antes pasar por los baños.

En estos servicios me di cuenta de otra cosa que llamó mucho mi atención, en Escocia no sólo los cafés eran enormes…

Los urinarios de este centro comercial eran tan altos, que debía hacerlo de puntillas y, cuando me acercaría a observar cuál sería mi aspecto en el espejo del baño, únicamente vería parte de mi flequillo, obligándome a dar sucesivos saltos para peinar mis cabellos…

Parecía que Escocia no sólo era el lugar predilecto de seres de leyenda como elfos o gnomos, sino también el reino de los gigantes, de momento era gracioso y me estaba haciendo a la idea.

Sabiendo que lo que nos esperaba sería mucho más impresionante que cuanto dejábamos atrás, seguimos nuestra ruta hacia Glencoe.

Seguía liándome con la conducción mientras me daba cuenta de cómo, al alejarme de una gran ciudad, las carreteras en este país se hacían tan estrechas que la furgoneta ocupaba casi el tamaño total de mi carril, con todo lo que ello conlleva…

Carreteras que advierten del peligro de circular en ellas, en su asfalto indican “slow, slow” en ambos sentidos…

Tocaría hasta tres veces la parte izquierda de la carretera (en una ocasión subiendo al bordillo), con lo que podía haber sucedido cualquier cosa, pero no tenía espacio para maniobrar, así que la única solución parecía reducir cada vez más la velocidad…

Como no podía ser de otra forma, tras haber recorrido poco más o menos la mitad del camino hasta destino, Vicky decidió relevarme al volante, afortunadamente duró poco…

Poco porque nada más cambiarme yo comenzaría a sudar frío. Sabía que las carreteras se estrechaban, yo había conducido a la izquierda y más o menos había acomodado la velocidad o conducción a esa nueva realidad, también entendía que, siendo bastante cauto con estas cosas, yo tendría más cuidado; y al coger Vicky el volante mis pensamientos se hicieron realidad…

Tal vez mi conducción se ajustase tanto como la suya a los límites de la carretera, pero no era lo mismo hacerlo de conductor que de copiloto, con lo que, tras varios sustos y bastante estrés, pedí que me dejase conducir a mí el resto del viaje.

Jamás había dudado ni dudaría de su modo de hacerlo, pero sabía y reconocía que yo era más cauto y, sobre todo, entendía que el llevar varias horas al volante habían hecho mella en mí hasta el punto de sentirme seguro conduciendo en estas extraordinarias circunstancias.

Tras volver a pilotar más tranquilo, pero aún reconociendo que serían más los bordillos que me comería durante el viaje, nuestras vistas comenzaron a cambiar, dándome cuenta al observar el reflejo de mi rostro por el retrovisor…

Mis ojos se abrían como platos para intentar captar la mayor parte posible de aquella preciosidad que nacía delante de mí, un espectáculo difícil de creer, una realidad que parecía sacada de la fantasía, más propio de cuentos de hadas.

Paisaje propio de hadas y elfos, más que de la realidad…

Nos adentrábamos en las Highlands, las Tierras Altas, y comenzaba a comprender el porqué de su nombre. Al igual que con el café o el mobiliario de los retretes, el paisaje ante mí me hacía sentir totalmente insignificante.

La carretera discurría al interno de diferentes valles que sorteaban las más inmensas moles de montañas que recordaba haber observado nunca. Intenté rescatar de mi memoria algo parecido y allí volvió mi experiencia en Nepal, concretamente el día que visité Nagarkot, un precioso valle a las faldas de los Himalayas.

Creo que hasta ese momento había sido aquel el lugar que más me había sorprendido paisajísticamente hablando, pero extrañamente, estas Tierras Altas, parecían superarlo.

Las tierras altas…

Lo superaban porque no sólo inmensas moles de tupido verde se alzaban ante nosotros, sino que entre sus irregulares formas discurrían enormes cascadas a cientos de metros de altura, como si de ríos nacidos del cielo se tratasen.

A estas particularidades se le sumaban otras como los diferentes colores, un frondoso verde que las hacía parecer enormes musgos en lugar de montañas o las diferentes neblinas en cada una de sus cimas, un fabuloso espectáculo de la naturaleza…

Lago en la carretera, en lo alto de las HighLands

Lo era tanto que decidimos parar a tomar unas fotos en uno de los infinitos recovecos creados a tal efecto que se encontraban en la carretera.

Entre montañas….

Desde este lugar fácilmente se entendía por qué este país había sido el elegido para rodar las más importantes películas de fantasía y de magia. Aquí se rodó Willow, el Hobbit, el Señor de los Anillos o la saga de Harry Potter, una belleza capaz de haber creado no solo estas historias sino muchas más leyendas que pronto comenzaríamos a disfrutar.

Sacando instantáneas del lugar, este se lo merecía en creces…

Sería tal el espectáculo que los días siguientes a la vuelta del viaje, despertaría aún soñando e imaginando aún estos paisajes, disfrutando desde la imaginación de mi cama con estas Tierras Altas.

De camino a nuestra meta rodeamos diferentes lagos hasta parar, debido a que había llegado la hora de la comida, junto a uno de ellos en el pequeño y bonito pueblo de Inverabay.

Entramos en una pequeña posada con suelo de moqueta (más tarde observaríamos que casi todos la llevaban debido al frio), en la que aparte de ser nosotros los únicos extranjeros, parecían conocerse todos los comensales. Todo esto hizo nacer en nosotros la sensación de encontrarnos en un remoto lugar del estilo de Alaska o Groenlandia.

Tras comer seguimos con nuestra ruta a destino, y con cada kilómetro o mejor dicho cada milla, nuestros ojos se abrían más y más acompañando a nuestras caras de diferentes muecas. El paisaje era simplemente, alucinante.

cascadas en las montañas….

Seguía teniendo problemas al volante y en más de una ocasión me di algún que otro susto por lo que a la menor oportunidad aprovechaba para parar y, fue en una de estas cuando observando gran cantidad de coches aparcados junto a una bonita capilla, decidí comentar a Vicky si parábamos a descubrir de que trataba.

El lugar se llamaba la St Conans Kirk, una preciosa iglesia de “estilo medieval” a orillas del lago Awe, y puedo decir que, seguramente no haya un templo más propio de las leyendas de los templarios o del rey Arturo, que este.

St Conans Kir

A la entrada un pórtico defiende una gran piedra en su centro, seguramente inspirada en la leyenda del rey Arturo, diferentes gárgolas y cruces célticas defienden el lugar y en su interior puede encontrarse una mesa redonda o varias tumbas templarias. Un precioso lugar con la única pega, de haber sido construida en el siglo XX seguramente intentando crear un monumento en el que centrar todo este tipo de leyendas.

Tras disfrutar de la iglesia y dejar a un lado la conducción, decidimos seguir nuestra marcha destino a la bonita y cercana ciudad de Oban.

Nuestra intención era únicamente hacernos con provisiones para cenar y desayunar al día siguiente, descansar de la fatiga y poder tomar un café para realizar las 35 millas que separaban este lugar de Glencoe. Finalmente, debido a lo bonito del lugar, decidimos parar algo más de la cuenta.

Se ve que Oban es una ciudad pequeña pero bastante ajetreada, tiene un gran puerto del que parece partir bastantes ferrys (seguramente con destino a alguna de las cientos de islas del país), y también se observan muchos turistas, animados por la vida del lugar y por encontrarse en el mismo corazón de las Tierras Altas.

La parte tal vez más genial de este tipo de viaje en el que la casa la llevas a cuestas, está en que, en países como Escocia donde la acampada es libre y puedes encontrar cada pocos kilómetros áreas de descanso, tienes total libertad para elegir el que será tu paisaje donde pasarás la noche, algo increíblemente mágico y que difícilmente se borrará de mi memoria. Teniendo esto en cuenta, es normal entender que, rodeados de una naturaleza como jamás habíamos observado, no elegiríamos como lugar para descansar una ciudad o un pueblo…

Reconociendo esto seguimos nuestro camino hacia destino. La noche se acercaba y, este hecho acompañado de un bonito descubrimiento, haría que decidiéramos descansar y terminar esta jornada en un desconocido y bonito lugar a pocas millas de Glencoe, un precioso recodo a orillas del lago Linhe, circundados por enormes y verdes montañas con cascadas en sus cimas.

Aquí decidimos pasar la noche….

Cervezas en mano, realizamos alguna que otra foto para mantener este momento en el recuerdo, y preparamos todo para realizar un picnic y disponernos a dormir.

Las vistas desde la que iba a ser nuestra casa durante 9 días…

Siendo una persona que suele dar vueltas a las cosas, me vinieron a la mente esos recuerdos con macabras noticias que recordaban el peligro de dormir con la calefacción dada. No solo me aseguré de que esto no pasara, sino que pensé si no sería oportuno encontrar el modo de abrir algo que hiciese de respiradero en aquella caja de carga sin ventanas, que sería nuestra habitación.

No existían aberturas y de abrir alguna puerta se encendían las luces. La noche se echaba encima y no se me ocurría nada de nada. Pensaba y pensaba y mientras tanto Vicky, probaba y probaba…

Y prueba que te prueba finalmente consiguió cerrar la furgoneta poniendo un cartón en el cierre, consiguiendo de este modo que el sensor entendiese estaba cerrada (y no se encendiese la luz) a la vez que entraba algo de aire.

Al día siguiente nos daríamos cuenta de la inutilidad de esta necesidad, pero debo decir que esta noche me consoló bastante este invento de mi querida compañera con dotes de Mc Gyver.

Cansados pero extasiados ante tan preciosos descubrimientos nos dispusimos a dormir y no tardaríamos en observar, que el frío reinante era mucho mayor de cuanto habíamos imaginado ilusos de nosotros que veníamos de Mallorca. Tocaría dormir muy pegados y reconocer que al día siguiente debíamos hacer alguna que otra compra.

Si no era suficiente goce el disfrutar de esa libertad que da elegir donde pasar la noche, la sensación de abrir una puerta al mundo sin saber con qué puedes encontrarte, pronto me llenaría de felicidad.

En esa noche de agosto al interno de la caja de nuestra casa furgoneta, a las faldas de una inmensa montaña y orillas de un gran lago escocés, infinidad de mágicos sonidos inundaban la oscuridad, con lo que, decidido y linterna de cabeza en frente, me decidí a abrir la puerta de aquel furgón que no tenía ventanas para descubrir esa otra realidad que sucedía ahí fuera…

Podían oírse búhos, patos e incluso focas, gruñendo y chapoteando a la luz de la luna, parecía que era en el momento en el que el mundo dormía cuando ellos despertaban. Ahí fuera existía gran cantidad de vida y, quién sabe si alguno de los muchos sonidos podía provenir de los tantos seres mitológicos que poblaban el país.

Intenté observarlos con mi linterna pero la oscuridad era demasiado espesa y únicamente podía vislumbrarse el reflejo de la luna en la superficie de aquel lago, junto a diferentes formas disfrutando en su interior.

Toda esta realidad me hacía sentir inmensamente feliz al descubrir y reconocer que realmente nos encontrábamos en el reino de la magia. Un reino en el que también existe peligro, debido a ello y en gran medida a que en mi imaginación algún que otro lobo me saltaba encima, decidí cerrar la puerta de nuestra casa móvil para despedir la noche esperando dar la bienvenida a un nuevo día repleto de bonitos descubrimientos.

Si te ha gustado el post, tal vez pueda interesarte conocer de primera mano nuestro viaje por este fantástico país de leyenda pinchando aquí ESCOCIA: Low Cost para tus sentidos.