La habitación en la pensión Ana Bran había dado mucho de sí y ese despertar entre vuelta y vuelta había provocado que no descansase completamente, pero yo estaba encantado. Sobre las 9 decidimos bajar a desayunar y pasear por el pequeño pueblo nos hizo ratificar lo que mínimamente el día anterior habíamos observado.

Una de las mayores virtudes de Rumanía y Transilvania es esa poca afluencia turística que consigue mantener intacto el verdadero espíritu del lugar, sin contaminarlo con la artificialidad, el consumismo, la publicidad o la apariencia del mundo en que vivimos sumidos. El verde sigue siendo verde, sus gentes no posan ni muestran aquello que no son, aún puedes observar como el caballo es uno de los medios de transporte más usado y los lugareños no solo se sorprenden al verte sino que incluso se animan comprendiendo sientes interés por su precioso, aunque poco conocido, país. Por ello podríamos considerar que el pueblo de Bran ya esta contaminado…

Lo estaba tanto que, en nuestra búsqueda por encontrar un lugar donde disfrutar de un buen desayuno, observamos que los precios no solo duplicaban los del resto del país sino que los cuadruplicaban, el precio mínimo por un simple café con leche no bajaba de los 2 euros…

Aceptamos barco comprendiendo este era uno de los precios a pagar por encontrarnos en uno de los santos griales en el legado de la novela de Drácula, la cueva del monstruo, el castillo de Bran; un lugar que, aunque siendo un castillo mucho menos utilizado por el personaje de Vlad Tepes que el de Poenari, por situación y condición parecía haber sido el escogido por Bram Stoker para narrar esa parte de la novela.

Allí empezaban los misterios del monstruo, y así lo narraba Jonathan Harker en su diario:

El conde se detuvo, puso mis maletas en el suelo, cerró la puerta y, cruzando el cuarto, abrió otra puerta que daba a un pequeño cuarto octogonal alumbrado con una simple lámpara, y que a primera vista no parecía tener ninguna ventana. Pasando a través de éste, abrió todavía otra puerta y me hizo señas para que pasara. Era una vista agradable, pues allí había un gran dormitorio muy bien alumbrado y calentado con el fuego de otro hogar, que también acababa de ser encendido, pues los leños de encima todavía estaban frescos y enviaban un hueco chisporroteo a través de la amplia chimenea. El propio conde dejó mi equipaje adentro y se retiró, diciendo antes de cerrar la puerta: —Necesitará, después de su viaje, refrescarse un poco y arreglar sus cosas. Espero que encuentre todo lo que desee. Cuando termine venga al otro cuarto, donde encontrará su cena preparada. (Drácula de Bram Stoker)

Aunque seguramente menos hambrientos que el ayudante de procurador en la novela, también nosotros nos disponíamos a acceder al castillo.

Como no podía ser de otra manera, el lugar se había convertido en una especie de pequeño DisneyLand en el que sus aposentos eran visitados por centenares de turistas continuamente. Y este era el misterio más grande del lugar, comprender de donde procedía toda esta gente, ya que el número de hoteles del que el pueblo disponía podía contarse con los dedos de una mano y, no se veían autocares…

Sea como fuese tocaba lidiar con la realidad y pronto al interno del castillo lo comprenderíamos en gran medida.

Tras entrar al jardín que bordeaba la fortaleza y hacernos con las entradas por 35 lei a persona (unos 8 euros cada uno) subimos la cuesta que nos separaba de la abarrotada entrada.

El castillo por fuera…

De este modo entramos al precioso castillo, demasiado moderno y cuidado para mí gusto si es que debemos ponernos en situación y, sobre todo, sobrado de gente. Era bastante complicado poder disfrutar de una habitación en solitario y en muchas ocasiones tenías que aguantar pisotones o malas formas de los adultos que allí se encontraban (entraban ganas de ver si aparecía el conde y los hacía desaparecer).

Vicky inspeccionando el terreno….

Tras sortear diferentes aposentos dimos de lleno con el patio interior y vinieron a nuestra mente alguno de los pasajes del libro, como la llegada en calesa al interno del castillo o el concurrir de los gitanos para realizar el transporte de ataúdes del conde. Poco más tarde tocaría subir y descubrir cuál sería el lugar desde el que el conde escribiría las cartas, el comedor del castillo o la posible habitación de Jonathan Harker entre otras…

Las vistas del castillo….

Pero, el lugar que a mí más llamo la atención no fue ninguno de estos sino un pasadizo con unas escaleras llamado “la escalera secreta” debido a su uso. Esta escalinata comunicaba los bajos del castillo dedicados a la guardia real con las habitaciones de los pisos de arriba utilizadas por la realeza y su conocimiento era único y exclusivo del jefe de los guardias, es por ello que el lugar adoptaba este nombre. Lo más bonito de ellas no era solo su carácter misterioso y secreto sino su conservación y material, una escalera de piedra mucho más lúgubre y adecuada al castillo del rey de los vampiros en mayúsculas.

En el interno de las escaleras secretas….

 

Las escaleras secretas….

En los pisos más altos pudimos observar un escritorio, una habitación con cama, un salón con chimenea… algunos de los elementos tratados en la novela, junto a varias ventanas desde las que tanto Vicky como yo no nos cansábamos de traspasar con la mirada buscando esa figura del conde reptando por esos muros o tratando de encontrar aquella vía de escape que Jonathan tanto se empeñó en descubrir.

Vicky en el interior del castillo…

La visita llegaba a su fin y, aunque debo decir que la excursión al castillo de Poenari había superado con creces la del castillo de Bran, también reconozco que la sucesión de sentimientos que me inspiraba el lugar hacían que hubiera merecido la pena, una pena que, de disponer de menos afluencia turística, seguramente habría sido mucho más alegre si cabe.

habitaciones del castillo

La ilusión no había hecho más que comenzar ya que quedaba otra gran meta por descubrir durante ese día, el monasterio de Snagov, lugar donde se cree reside la verdadera tumba de Drácula. Y, hacia allí orientamos nuestra brújula descubriendo nuevos lugares por el camino…

No quedaba mucho tiempo ya que en dos días debíamos devolver nuestro carruaje en Bucarest por ello y, también debido a la hora en que nos encontrábamos (algo más de las 12) decidimos descartar la reconocida como gran perla de Transilvania, Brasov, y otro de los castillos más bonitos e impresionantes de todo el país, la fortaleza de Rasnov, dirigiéndonos más directamente hacia ese monasterio del que aún no sabíamos cual sería su horario de cierre.

Si hay que poner un pero a este viaje, podría ser este pequeño error de cálculo por el que tuvimos que decidir descartar Brasov y Rasnov. No tuvimos en cuenta que, aunque la distancia era solo de 30 kilómetros, esta distancia era amplia si se encontraba al interno de los montes Cárpatos. Nada tenía que ver con 30 kilómetros en cualquier autovía española; tampoco conocíamos las restricciones de velocidad de estos lugares o el cansancio provocado por la constante conducción; pero uniendo todos estos factores aceptábamos que era imposible poder abarcarlo todo. Sin resignarnos, también entendíamos que estos serían algunos de los lugares a visitar en nuestra próxima visita.

De camino al monasterio de Snagov existía un pequeño pueblo del que varios oriundos Rumanos nos habían hablado y muy bien, tal vez uno de los castillos más bonito y mejor cuidados del país (a un margen de la historia de Vlad), el palacio de Peles en Sinaia. Así que, con algo de prisas esperando no encontrar el monasterio de Snagov cerrado, hacía allí nos dirigimos.

Y, la visita mereció la pena, tanto por el castillo como por el entorno que lo rodeaba.

Pocos kilómetros antes de llegar al lugar pasamos por un bonito y sublime pueblo de montaña llamado Bucegi, majestuoso porque dos enormes montañas de gigantescos peñascos escarpados, en un parque natural, lo contenían haciendo imprescindible una parada para observarlas. Sería aquí donde hambrientos buscamos restaurante pero, al no descubrir ninguno a lo largo de la carretera, continuamos hacía Sinaia.

En Sinaia descubrimos el pueblo de la realeza y de las clases altas rumanas. Allí se reunían hermosos y enormes palacios y jardines, un opulento casino, restaurantes o tiendas de grandes marcas, rodeado todo ello de un excesivo cuidado que rozaba el pijerío.

Tal vez fue debido a la observación de tanto orden que, en lugar de aparcar en cualquiera de los posibles lugares, fuimos en busca de un parking de pago para dejar allí el coche. Concordando el precio horario con el cuidador, ya a pie, preguntamos por la ubicación del Castillo y hacía allí nos dirigimos.

Fueron más de 20 minutos de caminata en ascensión pero debo decir que merecieron la pena. Para llegar sorteamos un pequeño bosque atravesado por una calzada medieval por la que podíamos escuchar diferentes canciones de la época hata que, sin darnos cuenta, nuestra mente nos traslado a esos bosques en los que Robin Hood asaltaba a los ricos para dárselo a los pobres, por fortuna, nosotros estábamos de su parte.

Castillo de Sinaia

Atravesando el lugar más parecido a los bosques de Sherwood que jamás he conocido dimos de bruces con el precioso castillo de Peles, reconocido entre otras cosas por haber sido el primero en toda Europa de disponer de calefacción centralizada.

Al edificio totalmente pulcro y genialmente conservado, lo gobernaban dos torres de negro tejado con unos fantásticos tejados puntiagudos propios del lugar que, seguramente infundirían toda clase de sentimientos en tardes de rayos y tormentas, como la del día anterior…

Tras esta visita decidimos parar a comer en un parador justo a la salida del pueblo de Sinaia y dirigirnos hacía Snagov esperando llegar antes de las 18, hora que entendimos podía dar lugar al cierre…

Restaurante donde paramos a comer…

Pocos kilómetros después de Sinaia la geografía dio un cambio bastante radical; los montes Cárpatos de Transilvania desaparecían para dar lugar a llanuras mucho más monótonas y aburridas propias de la Valaquia. Conducir se convirtió en algo mucho más soporífero y, aunque costó más de la cuenta aguantar el sueño, sobre las 17 de la tarde llegábamos a la pequeña isla de Snagov.

Si te ha gustado el post, tal vez pueda interesarte conocer de primera mano las leyendas y misterios que se esconden tras este enigmático país aquí Rumanía: Tras la sombra de Drácula.