La elección de Delfos en nuestra ruta hacia Salónica, lugar donde tendremos nuestra casa durante las próximas tres semanas, no podía ser mejor y en un lugar en el que esperábamos encontrar únicamente ruinas e historia, hemos dado de bruces con uno de los paisajes más preciosos del país griego, y un pequeño pueblo de montaña muy cercano también al mar, en el que se respira un ambiente tan tranquilo como mágico, tal vez uno de los motivos por el que Zeus situaría aquí según la mitología, el famoso “ombligo del mundo”.

En nuestro segundo día en Delfos, tras haber descubierto el templo de Atenea, el gimnasio y la mítica fuente Kastalia la tarde anterior, y disfrutar de inmejorables vistas al atardecer en lo alto del valle que formaban el monte Parnaso y otros enormes montículos de más de 2000 metros de altura, nos dirigiríamos a la zona a la que todos los peregrinos ansiaban por llegar en busca de información y ayuda sobre el futuro,  el verdadero corazón y lugar que dio pie a la leyenda del Oráculo de Delfos, el templo de Apolo y el recinto donde no solo vivían las pitonisas y los sacerdotes sino también buena parte del poder y peregrinos allí llegados, deportistas de todos los rincones del país y buena parte de los privilegiados que podían disfrutar de uno de los más fabulosos teatros de la época o de la majestuosidad de los conocidos como juegos Píticos, solo superados en magnitud por los Olímpicos realizados en la vecina Olimpia.

Habíamos reservado habitación con desayuno en el hotel Athina, en el mismo Delfos, a poco más de un kilómetro de distancia de los restos arqueológicos con lo que esperábamos darnos un pequeño festín antes de comenzar la caminata de descubrimiento bajo el abrasador sol de Julio en Grecia…

Pero nada más lejos de la realidad, aunque la gastronomía griega es seguramente una de las mejores del mundo y en sus restaurantes puedes disfrutar de fantásticos manjares bastante abundantes, se ve que en los desayunos no están tan a la moda ya que, nos esperábamos un fantástico buffet que finalmente se compondría únicamente de dos huevos duros y dos pequeños croissants rellenos de chocolate acompañados del tan necesario café. Fuera como fuese nos debía bastar así que nos zampamos cuanto pudimos para dirigirnos a descubrir el Oráculo de Delfos…

El actual Delfos es un pequeño poblado de un centenar de casas distribuidas por encima de un precioso valle a los lados de una carretera. La mayoría de hogares están dedicados al turismo y se han convertido en hoteles, restaurantes y tiendas de souvenir, con lo que el pueblo, aparte de poder hacerte disfrutar de magníficas vistas, poco más tiene por ofrecer al turista. Por fortuna, en Grecia han sabido separar la modernidad y el ruido del turismo y consumismo, de la belleza y legado de su mágico pasado, y de este modo el Delfos nuevo ha sido separado del antiguo por centenares de metros y una curva, que esconden un precioso espectáculo que une leyenda y naturaleza de las habitaciones de todo aquel nuevo peregrino que quiera adentrarse en sus misterios.

Vistas desde el nuevo Delfos

Y de este modo, tras intentar disfrutar de un pequeño pero necesario desayuno, nos dispusimos a recorrer los cientos de metros y una gran curva que nos harían dar de bruces con tan magnífico espectáculo. Por el camino aprovechamos para hacernos con dos sombreros de paja y una botella de agua que nos ayudase a descubrir el lugar sin sufrir con ello una fuerte deshidratación, y con todo organizado nos acercamos a las ruinas del Oráculo.

Tras cruzar la curva, en la parte izquierda de la montaña, un moderno edificio que ahora alberga el museo de Delfos contenía las taquillas en las que comprar los tickets para nuestra visita, un billete que costaba 12 euros a persona pero que seguramente iba a valer la pena.

Con el ticket tienes acceso a la zona arqueológica de Delfos y al museo, la zona arqueológica contiene el Templo de Apolo, el Ágora, los diferentes tesoros, el teatro y el estadio de los juegos píticos, entre muchas otras cosas; las ruinas del templo de Atenea, el gimnasio o la fuente Kastalia que veríamos el día anterior eran gratuitas con lo que no necesitamos entrada para ello.

Pensando que nos quedaba un día por delante y que buena parte del legado de este lugar la habíamos ya visto el día anterior, pensamos en disfrutar de las ruinas de Delfos por la mañana para pasar a visitar el museo por la tarde, y así comenzó nuestra ruta…

Tras dirigirnos a la zona de entrada y pasar nuestros billetes por un torno con lector de códigos, la modernidad dio paso a la magia del lugar, metiéndonos de lleno en la reconocida y conocida como Vía Sacra, el camino milenario por el que todos los peregrinos que llegaban a Delfos para visitar el Oráculo debían pasar, y así nosotros, aún sin intenciones de consultar, pero si de conocer el Oráculo y sus misterios, emprendimos la ascensión por la vía sagrada.

La primera parada en este camino de descubrimiento sería el ágora, una especie de plaza rectangular de la que ahora quedan algunas columnas y habitaciones, que hacen comprender cuál sería su forma y utilidad. En una de las esquinas un cartel con textos en diferentes idiomas nos ayudaba con ello, y si necesitábamos saber más Vicky tiraba de Wikipedia para ir explicándome que podíamos descubrir del lugar en el que nos encontrábamos…

El ágora de Delfos

Y así comenzó a explicarme cuál era el cometido de este lugar… el ágora de Delfos, uno de los principales puntos de reunión de comerciantes y peregrinos, una plaza con cinco tiendas en uno de sus costados de las que ahora pueden observarse sus muros y puertas, dedicadas a vender todas aquellas ofrendas que el peregrino quisiera otorgar a Apolo (o mejor dicho a sus humildes sacerdotes que seguramente se quedaban o comían todo), normalmente en forma de cabras o riquísimos pasteles de la zona.

Tras disfrutar del ágora y aceptar que el Oráculo seguramente funcionase mejor con las tripas llenas, continuamos nuestra preciosa ascensión entre ruinas, con fantásticas vistas a las enormes columnas del templo de Apolo en la lejanía…

Mientras subíamos disfrutábamos y descubríamos distintos tesoros griegos, fabulosos edificios que un día contuvieron innumerables e inmejorables regalos y tesoros (como su nombre indica) ofrecidos por los distintos reinos y regiones de Grecia, intentando con ello ganarse el favor del Oráculo en sus predicciones, ayudándoles en cuestiones políticas o privadas que les hiciese seguir ganando más y mayores tesoros…

El Tesoro de los Atenienses

Así veríamos el edificio o los restos del tesoro de Argos, el de Sifnios, y el mejor cuidado y conservado de todos los edificios y ruinas del lugar, el fabuloso edificio del tesoro de los atenienses.

Gran parte de los tesoros allí encontrados fueron saqueados, y el resto de ellos ahora se encuentran y pueden observar en el museo de Delfos que más tarde visitaríamos, así que continuamos con nuestra marcha no sin antes pararnos en el conocido como “ombligo del mundo”, un inmenso pedrusco a pocos metros del tesoro de los Atenienses que llamó nuestra atención no solo por su forma sino sobre todo por su leyenda.

La leyenda cuenta que Zeus, buscando conocer cuál sería el lugar donde se originó todo, hizo volar dos águilas desde dos puntos opuestos del Universo. Las águilas llegaron a encontrarse en Delfos, en el lugar donde ahora hay una piedra cónica llamada ónfalo. La piedra, en forma de medio huevo, fue encontrada durante las excavaciones cerca del templo de Apolo, una piedra que representaba el ombligo del mundo simbolizando el centro o lugar a partir del cual se había iniciado la creación del mundo y dando a este lugar diferentes dones divinos, entre ellos el que llenó de magia este lugar, el de la profecía.

El ómbligo del mundo

En el caso del ónfalo de Delfos, este santuario se convirtió en el ombligo o centro religioso de toda Grecia, aquí se erigiría un templo en honor a Atenea y otro aún más importante en honor a Apolo, el corazón y destino principal de todo peregrino que se acercase al lugar, lugar hacía el que ahora nos dirigíamos.

A pocos metros del tesoro de los atenienses, siete enormes y fantásticas columnas aún en pie, dominaban el más amplio recinto del lugar situado a las faldas del monte Parnaso. Era aquí donde comenzaba el proceso que cualquier peregrino que fuese en busca del Oráculo deseaba encontrar…

Ya fuese en busca de conocer la suerte de un imperio como si la mujer o el hombre había sido infiel, cualquier peregrino, tras haber sido elegido, debía acceder a este templo en busca de respuestas.

Aquí haría el sacrificio sobre un pequeño altar cercano a la columna de las serpientes, una de las más bonitas e importantes del recinto, ofertando pasteles o animales, para después traspasar la puerta del templo, no sin antes pararse a observar y recapacitar sobre la enorme inscripción que se encontraba en la entrada que decía “NOSCE TE IPSUM”, conócete a ti mismo…

Las columnas del templo de Apolo

Tras intentar conocerse a sí mismo y seguramente revelar mucha información personal a la figura más importante del oráculo, la pitonisa, y a los interpretes de sus mensajes los sacerdotes, comenzaba el ritual de la profecía…

Dicen que existía un lugar llamado Aditón, en la parte trasera del templo de Apolo, donde la pitonisa se dirigía para obtener información del Oráculo. Allí, tras conocer las intenciones e intereses del peregrino, la pitonisa entraba en trance y comenzaba a soltar palabras y mensajes, muchas veces sin sentido ni conexión, con su boca, ojos, gestos o distintas interpretaciones.

Mientras esto sucedía se cree que los sacerdotes tomaban apuntes y notas sobre aquello que creían captar del mensaje de la pitonisa, transformando aquella desatada locura del trance en documentos que pudiesen dar respuestas a quienes habían venido a buscarlas, también se cree que las respuestas o interpretaciones de estos sacerdotes solían ser más favorables y optimistas cuanto mejores fueran los regalos ofrecidos por el peregrino.

De este modo, intentando comprender toda la vida, magia y misterios que un día aquí se dieron, poniéndoles fecha y forma, continuamos nuestra ascensión por la vía sacra entre las laderas del precioso monte Parnaso, uno de los más grandes de toda Grecia…

Vistas de Delfos desde el Teatro

Nuestra próxima parada sería el teatro que allí se encontraba, una increíble obra de ingeniería que había construido en el mejor de los enclaves, un fantástico teatro con capacidad para miles de personas y vistas inmejorables, imaginar cómo pudieron disfrutar los antiguos griegos no solo de las obras que allí tuvieron lugar sino de fantásticos atardeceres, nos dejaba boquiabiertos…

Casi habíamos terminado la visita pero aún quedaba un fabuloso descubrimiento. Deberíamos seguir subiendo y esta vez las cuestas se hacían más empinadas pero, pocos cientos de metros después, descubriríamos el enorme estadio de los juegos Píticos, los juegos más importantes después de los Olímpicos, un recinto perfectamente conservado con capacidad para más de cinco mil personas donde tenían lugar las distintas demostraciones de fuerza y agilidad en forma de carreras, lanzamientos de pesos, jabalina e incluso boxeo o lucha griega. Descubrir el estado fantástico en el que se encontraba me hizo entender que, hasta la fecha, habiendo conocido buena parte de Italia y de restos griegos y romanos, había conocido pocos o ningún estadio tan bien conservado como aquel, con lo que esta última ascensión había merecido y mucho la pena.

El estadio de los juegos Píticos

Encantados de tanta magia y misterio que este lugar nos había descubierto y bien empachados con tanta belleza, nos dirigimos hacia nuestro hotel a reposar y renovar energías, muy pronto disfrutaríamos de muchos de los tesoros que aún hoy se mantienen en el museo de Delfos.

Sobre las seis hacía allí nos dirigimos para tras sobrepasar los tornos de entrada de este recinto, dar de bruces con buena parte de los tesoros que aún hoy se conservaban en la primera de las salas de este lugar.

El museo estaba dividido en partes, las primeras salas mostraban buena parte de los diferentes obsequios encontrados en los distintos tesoros griegos, los edificios que contenían los regalos de cada región o imperio griego. Así podíamos descubrir figuras de oro y bronce, fantásticas esculturas y maravillas pertenecientes al tesoro de los atenienses o el de Sifnios…

Tras disfrutar de los tesoros e imaginar cuanto poder y valor material, también tuvo aquel lugar (una especie de banca Suiza de la época), las salas mostraban los restos encontrados y pertenecientes a los lugares más importantes y emblemáticos de Delfos, entre ellos, una de las cosas que más llamó mi atención fue descubrir las enormes esculturas que existieron en el frontón de algunos de los templos como el de Apolo o el Tholos de Atenea…

Los saqueos y el paso del tiempo habían escondido en el suelo esculturas de caballos o formas humanas de tamaño real que un día estuvieron expuestas sobre las enormes columnas de los distintos templos y ahora podían observarse entre muchas de las maravillas de aquel museo.

La visita al museo había completado y dado forma a algunos de los elementos más importantes del recinto del Oráculo de Delfos, un lugar al que decidimos acercarnos porque nos venía de camino pero que acababa de convertirse en una de las mejores experiencias en nuestro viaje por Grecia, toda una obligación para cualquier turista que se acerque a estas tierras y quiera no solo disfrutar de sus maravillosas costas sino también de preciosas y fantásticas leyendas como la del Oráculo, que hacen único a este país.

Vistas al valle de Delfos

Encantados y alegres tras descubrir una de las más importantes maravillas del pasado, terminaba nuestra ruta por Delfos y nos acercábamos a cenar y despedir este fantástico lugar desde sus alturas, intentando echar a volar nuestra imaginación para imaginar el misterio y magia que escondería el que seguramente sea uno de los rincones más fascinantes del planeta, nuestro próximo destino, Meteora y sus monasterios suspendidos en el aire, un paisaje que pronto descubriríamos y nos haría sentir más cerca de Jurassic Park u otro planeta que de Grecia o nuestro mundo conocido…

Disfrutando del ocaso desde lo alto del mirador