Nuestra morada no era mucha cosa, pero sus vistas, seguramente unas de las mejores de que haya disfrutado en toda la vida…este genial regalo que obsequiaría nuestros ojos, y su ubicación, habían sido las claves para nuestra elección.

Nuestro primer desayuno acompañado de vistas increíbles

Cuando uno piensa en Grecia, una de las primeras cosas que le vienen en mente, son sus islas, pero, si alguien piensa no solo en descubrir este país sino también asentarte e intentar trabajar y hacer realidad alguno de tus sueños, es fácil comprender que el bullicio, turismo y, seguramente los precios, no te ayuden para nada en tus intenciones.

Por todo ello, sabiendo que varios días por semana los usaríamos para trabajar en nuestro blog, las guías, y otros proyectos personales, no existía mejor realidad que esta, un pequeño apartamento con todo lo necesario, a pocos kilómetros de un precioso golfo que podríamos observar y disfrutar a diario mientras trabajábamos, en pleno Peloponeso, seguramente la zona más rica culturalmente hablando de todo el país, y muy cerca de Atenas, su capital y centro, con puerto y aeropuerto que podría ayudarnos a conocer otros lugares tal vez menos “a mano” como podría ser Santorini u otras islas, y dándonos la posibilidad de recibir también la visita de amigos y familiares.

El pueblo no era gran cosa, es más, únicamente dispone de una pequeña tasca en la que únicamente jubilados “todos ellos hombres”, intentan disfrutar de la vida lo mejor posible. Geográficamente, estar encima de una colina tampoco ayuda a gran cosa y, aunque las vistas son realmente impresionantes y al anochecer podemos escuchar aullidos de lobos y chacales que recorren la zona, la mayor parte del tiempo dedicado al ocio, lo pasaríamos en las playas cercanas de pueblos más grandes como Xylocastro o Sykia…

Thalero, nuestro lugar de residencia durante nuestro primer mes en Grecia, lo formaban diferentes casas colocadas sin orden ni sentido encima de una pequeña montaña, con carreteras tan estrechas que la conducción se hacía complicada y temerosa, que unían las diferentes moradas separadas por cientos de metros las unas de las otras. Un lugar alejado del mundo y de la realidad, donde cada casa creaba el entorno perfecto para disfrutar de la vida, con árboles frutales, olivos, huertas y bonitas flores que decoraban todo lo privado, pero donde la comunidad o el colectivo prácticamente no tenían lugar ni sentido. Más que un pueblo podría considerarse un lugar con diferentes residencias, en una ubicación y un ambiente inmejorable…aquí no existía el tráfico ni el ruido, tampoco el caos ni la contaminación, todo era naturaleza desde el alba al anochecer, y eran mayor la presencia de abejas, saltamontes o incluso lobos que la del ser humano, una especie de retiro alucinante que daba vida a cada uno de nuestros sentidos…

Pero, como hacía ya tiempo que habíamos dejado de vivir en cuevas, existían distintas necesidades que debían ser saciadas…y para todas ellas existía un pequeño y bonito pueblo del golfo de Corinto separado escasos dos kilómetros de nuestra casa, con todo aquello que podíamos necesitar.

Allí descubriríamos las playas de esta zona del peloponeso, recodos formados por pequeñas e innumerables piedras de diferentes colores, que iban a parar a unas aguas contenidas por enormes montañas, en una especie de gigantesca presa que formaba el reconocido como Golfo de Corinto, un entorno que parecía mágico.

Mágico porque el color de sus aguas cambiaba con el pasar de las horas, también lo haría su forma, existiendo momentos en que todas las tonalidades de azules, parecían dividir el lugar para acabar en el cielo, otros en que el viento y el oleaje parecía haber llegado a enfurecer a los dioses del Olimpo, mientras los más preciosos de todos ellos, llegaban con el atardecer, momentos en que la calma parecía convertir el mar en lago, amansando sus aguas y creando una especie de película sobre ellas, que parecía reflejar el mismo cielo. Un verdadero espectáculo natural del que podríamos disfrutar cada uno de nuestros días allí…estoy seguro que con el tiempo, cuando otra sea nuestra realidad, ese recuerdo traerá de vuelta una sensación tan bonita y sentida, que parecerá que nuevamente es un presente…

Muchos de nuestros días los dividiríamos entre jornadas continuas hasta las tres de la tarde, para después bajar al golfo y disfrutar de sus aguas o una buena siesta…no queríamos perdernos nada, habíamos venido a trabajar, pero también a disfrutar, vivir y sobretodo…sonreír.

Y el gozo no sería completo si no disfrutábamos de nuestros “fines de semana” para reconocer la zona y descubrir nuevos lugares y realidades. Desde que en Italia Vicky tuvo la buenísima idea de que nuestros fines de semana no tenían porque estar hechos de sábados y domingos, y podíamos ser nosotros a elegir los días de la semana en que realizarlos, habíamos hecho así, y de este modo nuestro primer fin de semana en Grecia lo haríamos los días 11 y 12 de Junio, concretamente un lunes y un martes, ya que la siguiente semana, la del 19 al 23, habíamos reservado billetes de barco directo a la más bonita y reconocida de las islas griegas, la de Santorini…ese sería uno de nuestros regalos, aunque el primero de todos sería el de explorar la zona noroeste del Peloponeso, en concreto Corinto, Micenas, Epidauro, Nafplio y la ciudad de Argos.