“Muere lentamente quien no arriesga lo cierto por lo incierto, por ir detrás de un sueño.” Pablo Neruda

Esta noche la pasamos durmiendo muy cerca del centro de la capital escocesa. Un lugar que poco tenía que ver con los paisajes a que estábamos acostumbrados en días anteriores.

Se echan de menos esas vistas, ese no saber con qué te encontrarás al abrir la puerta de la furgoneta o esa facilidad con que descubrir un hueco que te sirva de baño en medio de la naturaleza…

Sobre este último detalle, debo decir que tengo más suerte que Vicky por ser hombre, tal vez por ello nuestro primer objetivo del día fue ir en busca de esa piscina escocesa de la que ya éramos socios, para asearnos y comenzar el día con energía.

Esa sería nuestra primera misión, tras refrescarnos, comprendiendo las instalaciones se encontraban cerca del centro y aceptando que de ir allí en furgoneta, el coste mínimo por aparcar sería de 3 libras la hora, decidimos aprovechar nuestra condición de socios para dejarla allí y hacer la ruta turística a pie desde este lugar.

El día anterior observamos la Milla Real, el Castillo de Edimburgo y la Mary King Close, ese callejón subterráneo tan característico del lugar y con tanto misterio e historia; también habíamos conocido el cementerio de GreyFriars, uno de los más famoso del mundo debido al poltergeist de MacKenzie, uno de sus habitantes. Para hoy habíamos dejado Calton Hill, una colina donde arderían miles de mujeres en la mayor caza de brujas de la historia de la humanidad, y aprovechar para pasear y descubrir otros rincones de esta bonita capital.

Poco antes de llegar a tan preciosa colina observamos otro camposanto lo que ayudó a que observásemos que, si existen elementos o monumentos con que asociar a Escocia, entre ellos seguramente se encontrasen este tipo de lugares.

Este se llamaba cementerio de New Calton ya que se encontraba en la misma colina y era, como no podía ser de otro modo, también fantástico. Su posición y la de las losas encontradas en él era todavía más tétrica y lúgubre que la que encontramos en GreyFriars, tal vez porque este, más lejos del centro y menos famoso, estaba también más descuidado.

Lo más preciado del lugar era su torre vigía, edificada siglos atrás para prevenir el robo de cadáveres, una macabra práctica muy extendida en la Escocia de los siglos XVIII y XIX.

Los ladrones de cadáveres robaban los cuerpos de los recién enterrados para venderlos a las escuelas de medicina, que los usaban para disección en clases de anatomía, y sería en Edimburgo donde naciesen los más reconocidos de todos ellos, Burke y Hare.

Con la creciente demanda por parte de las escuelas de medicina y la dificultad de obtener cuerpos frescos que la satisfaciesen, Burke y Hare idearon un plan aún más siniestro para cumplir con las necesidades de estas escuelas.

Reconociendo las dificultades en un negocio en apogeo y siendo conscientes de los peligros como aquellas torres de vigilancia que protegían los camposantos, entendieron que si no podían conseguir cadáveres frescos en las tumbas de los cementerios, los fabricarían ellos mismos asesinando a los que aún estaban vivos.

Tras disfrutar del lugar e imaginar a muchos ladrones saqueando tumbas y a que, junto a tanto ilustre ataúd seguramente se encontrasen los cuerpos de tantas de aquellas brujas sofocadas en la hoguera, pedí a Vicky que me ilustrase sobre aquella historia que en breve íbamos a visitar.

De este modo me contó como, igual que sucedió en el resto de Europa, entre los S.XVI y XVII se dieron en Escocia miles de acusaciones de brujería, muchas de las cuales terminaron francamente mal.

Uno de los episodios más conocidos fue el propiciado por el rey Jacobo VI de Escocia y I de Inglaterra. Dicho rey, se casó por poderes con la princesa Ana de Dinamarca, pero vio como hasta en tres ocasiones, el mal tiempo impedía que su esposa llegara, pues grandes tormentas se desataban cuando ella y su séquito zarpaban.

El rey, gran devoto, se dejó influenciar por los paisanos de su mujer, que le indujeron a creer que las brujas estaban maldiciendo su matrimonio. En 1591 impulsó una gran caza de brujas, que terminó en el tristemente famoso proceso de las brujas de North Berwick en el que las condenadas fueron quemadas en hogueras encendidas en la cima de Calton Hill, la colina a la que estábamos llegando.

Una vez allí intentamos descubrir algún monumento representativo de tal persecución, pero no tuvimos tal suerte, y puede ser, que el pueblo escocés no dé noticias de ello para eliminar así uno de los episodios más amargos de su historia.

En lugar de ello vimos diferentes monumentos conmemorativos, uno semejante a la fachada del Partenón de Atenas, servía de lugar memorable para los soldados de alguna de sus guerras, otros, como el Dugald Stewart o el The Nelson Monument, los más conocidos y fotografiados del lugar, ofrecen unas impresionantes vistas aéreas que hacen comprender por qué fue este el lugar elegido para aquella quema de brujas, una colina desde la que dar ejemplo a toda la ciudad.

Tras subir al Calton Hill volvimos a acercarnos nuevamente a la Milla Real, la calle principal de la ciudadela de Edimburgo, y así apreciar el castillo, la catedral y otros de los puntos más interesantes del lugar.

En la parte baja, a pocos metros de la milla real, diferentes callejones con acusadas pendientes nos llevaban a esta calle principal. Elegimos el Advocate’s Cross, y mientras ascendíamos, recordamos la visita del día anterior, aceptando y entendiendo como diferentes callejones se encontraban enterradas bajo nuestros pies, ciudades subterráneas que guardaban mucha historia.

Paseamos disfrutando de la urbe con más cultura e historia de este precioso país y, para terminar, aunque no tuviese mucho que ver, nos acercamos a comer a un tailandés camino a nuestra furgoneta.

Saciados y contentos por la cantidad de nuevos misterios que habíamos descubierto, poníamos rumbo a nuestro siguiente destino, Stirling, seguramente uno de los pueblos con más historia de Escocia, lugar con un precioso castillo y otro afamado cementerio y, tal vez el monumento representativo más importante de todo el país, el erigido en honor de William Wallace, el personaje real al que Mel Gibson dio vida en la película sobre la historia escocesa más famosa de todas, BraveHeart o corazón valiente.

Llegar al lugar nos llevaría poco más de media hora ya que entre Edimburgo y Glasgow se encontraba Stirling, y toda esta zona estaba llena de autopistas y autovías que hacían más sencillo, aunque también aburrido, moverse entre ellas.

Sobre las cinco de la tarde llegamos a nuestra meta, sintiéndonos algo cansados debido a la visita turística de esa mañana, con todo ello, en lugar de hacer turismo decidimos acercarnos a un pub y disfrutar de refrescantes cervezas escocesas.

Al terminar, cuando se acercaba la noche, decidimos comprar provisiones para la cena y un buen vino con el que disfrutar del picnic para más tarde acercarnos al que sería nuestro lugar preferido para pasar la noche, el imponente y solitario cementerio de Stirling en lo alto de una colina que dominaba la ciudad.

Desde este sitio, podíamos divisar tanto el castillo como el resto de la ciudad, e incluso más al fondo, descubrir una preciosa torre en la cima del monte Abbey Craig, el monumento conmemorativo a William Wallace.

Se hacía la noche y comenzábamos a sentir que aquella atmósfera cambiaba. Sentíamos la lluvia y como una suave bruma iba acercándose al camposanto, el escenario perfecto para una noche de terror en la que vislumbrar o escuchar figuras moviéndose entre tanta tumba…

No temíamos a nada, pero siendo sincero, esperaba no tener que despertar esa noche para deber hacer mis necesidades, evitando tener que abrir aquella puerta sin saber que podía haber detrás. Estaba en el país de los ladrones de cadáveres y aquél era el lugar de los difuntos y, de ser reales muchos de los poltergeists o leyendas de la ciudad, yo podía convertirme en la próxima víctima de vivos o muertos…

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