El domingo 9 de septiembre despertamos temprano y pusimos rumbo hacia “Petani Beach”, para llegar había más de una hora de recorrido desde nuestro hotel.

Cuando al fin llegamos no pudimos hacer otra cosa que quedarnos boquiabiertos, ALUCINANDO (en mayúsculas) de lo espectacular de aquel lugar. Una playa ubicada en la ladera de enormes acantilados de cientos de metros de altura, bañada en aguas azules de todas las tonalidades que puedas imaginar, y de arenas tan blancas que parecían más bien pintadas de lo impresionantes que eran aquellas tonalidades que la componían.

Había momentos que le comentaba a Sergio que quizás nos encontrábamos en un cuadro y no en la realidad. Nos dimos cuenta que esta playa nada tiene que envidiar a la famosa playa de la isla vecina de Zante (Navagio beach).

Allí nos quedamos perplejos ante tal belleza durante horas, aprovechando para zambullirnos en aquellas aguas paradisíacas y tumbarnos al sol en aquella arena tan fina y blanca.

Fue tal el disfrute que no nos movimos hasta que nuestros estómagos empezaron a quejarse emitiendo todo tipo de sonidos.

 

 

Tuvimos que ponernos en marcha si no queríamos sucumbir a la belleza de Petani y quedarnos atrapados en ella muertos de hambre y desfallecidos.

Una vez dentro del coche escogimos como destino el pueblo de Lixouri que se encontraba de camino a la siguiente playa que queríamos visitar.

Una vez allí, satisfecha la necesidad de comer, nos acercamos a la playa de “Xi Beach”, donde nos acercamos y de un simple vistazo volvimos a meternos en el coche. La playa de Xi era una playa diferente a las otras, el color de la arena era tan marrón que parecía tierra, pero eso no fue lo que nos hizo retroceder, sino la cantidad de gente que había en ella, no cabía ni un solo alfiler.

Con la ayuda del mapa, pusimos rumbo a una cercana llamada “Konoupetra Beach”, aquí no había masa de turistas agrupados y esparcidos por todos y cada uno de los rincones de la playa, aquí había espacio suficiente como para estar incluso en la soledad en compañía del silencio y la tranquilidad.

Estaba rodeada de acantilados que a primera vista parecían de color gris, pero al acercarnos pude constatar de que se trataba de arcilla. La arena como pasaba en “Xi Beach” era marrón, tan intenso era el color que parecía que alguien lo había pintado. El agua era transparente y tan calma que parecía más un lago que el propio mar. Tampoco cubría y en el fondo no había piedras, todo era arena.

Lo primero que hicimos fue refrescarnos, pero acto seguido no pude contener las ganas que tenía de embadurnarme de arcilla hasta las orejas. Convencí a Sergio para hacer lo mismo y en menos de cinco minutos parecíamos unos marcianos en vez de dos personas de carne y hueso. Con barro hasta en el pelo nos tumbamos a disfrutar del sol mientras nuestro “potingue” que al parecer ayuda a disminuir las arrugas y a mejorar la piel, se secaba.

Una vez seco, nos lo quitamos con un buen baño, nos secamos y volvimos de nuevo hacia nuestro hotel, tocaba descansar.