Poco más de tres horas, tomadas con calma y sin correr, separaban el trayecto de Delfos a Meteora. Personalmente me da bastante respeto conducir por este país ya que, aunque a mi parecer dispone de una de las mejores autopistas de Europa, no se puede decir lo mismo de las carreteras o sus conductores…

Por fortuna el camino fue bastante tranquilo, y aproximándonos a Kalambaka (una de las dos ciudades/pueblo pegadas a las rocas de Meteora, la otra es Kastraki) enormes y preciosos peñascos característicos, nos daban la bienvenida…

Llegábamos al hotel Meteora a la hora de comer, un lugar situado a pocos metros de uno de las peculiares peñas que dan nombre a este lugar, y nuestra primera intención era llenar nuestros estómagos, descansar y hacernos con provisiones para reconocer inicialmente el lugar. Estaríamos 4 días en la zona, tiempo suficiente para sacar el mayor jugo a todo cuanto podríamos encontrar, que sería mucho…

Tras dejar las cosas y preguntar en el hotel, nos dirigimos al restaurante más cercano, el To Paramithis, pronto descubriríamos que era uno de los mejores del lugar y seguramente de parte de Grecia ya que, no siendo alguien a quien le encanten los vegetales, la ensalada griega de este restaurante era seguramente la mejor que jamás había probado…

Tras disfrutar de la preciada gastronomía del lugar y reconocer que pronto volveríamos, nos dirigimos a nuestra habitación a descansar y continuar con el plan.

Una buena siesta después, y tras hacernos con diferentes mapas de rutas, comenzamos a discurrir las que podían ser nuestras posibilidades…

Como teníamos varios días y el calor de Julio aquí se aproximaba a los 40 grados, decidimos dividir las rutas en tres, una por día restante, ascendiendo a una de las zonas que comprendía los monasterios de Santísima Trinidad, San Esteban y Rossanou el primer día, para dejar el resto de monasterios activos, Gran Meteoro, Varlaam y San Nicolás para el día siguiente; el último día lo dedicaríamos a descubrir monasterios escondidos, en ruinas, o formaciones rocosas que habían llamado nuestra atención. Y con todo esto en mente, llegaba el momento de hacernos con provisiones.

El pueblo de Kalambaka era bastante parecido al de Delfos en cuanto a su utilidad, un lugar en buena parte dedicado al turismo que allí llegaba ya que esta región contenía una de las maravillas más admiradas de toda Grecia, los monasterios de Meteora o monasterios suspendidos en el aire, recintos que como su nombre indica, fueron construidos en lo alto de inmensos y preciosos peñascos distribuidos en la zona como si hubiesen caído del mismísimo cielo, de ahí el nombre de Meteora, traducido como “rocas en el aire”…

Vistas al pueblo de Kalambaka

En Kalambaka, un lugar bastante más grande y poblado que Delfos, también existía bastante vida local, y por ello se podían encontrar diferentes supermercados, así encontramos un Lidl y nos hicimos con el material que necesitábamos para nuestras jornadas de exploración, pan, embutidos, mucha agua, y alguna que otra cerveza para disfrutar en los fantásticos atardeceres que nos esperaban, nuestra más cercana meta y actividad con que terminaríamos el día.

Así, conscientes de cuanto nos esperaba y de las energías que íbamos a necesitar, esa misma tarde nos acercamos a descubrir el lugar desde sus alturas, acercándonos a uno de los más reconocidos puntos panorámicos, las rocas existentes en las cercanas alturas del monasterio de Rossanou, una puerta hacia otra dimensión a la que pronto entraríamos de lleno…

Una sencilla y tranquila carretera nos acercaba al lugar, un rincón que por fortuna siendo miércoles no estaba repleto de gente como el fin de semana descubriríamos. Aquí aparcamos el coche para dirigirnos hacia espectaculares formas redondas que parecían formarse en el cielo, un rincón tan espectacular como el que mostraban sus vistas, abriendo a nuestros ojos una especie de mundo perdido más propio de películas como Jurassic Park o de Avatar que de todo cuanto conocíamos.

Vistas desde el mirador de Rossanou

También al fondo, a uno u otro lado, pequeñas construcciones en forma de monasterios en lo alto de enormes peñascos, nos hacían disfrutar de la magia del ser humano, un entorno que ayudaba a recordar que no solo la vida y el mundo tienen la capacidad de crear maravillas y mundos mágicos, sino también el ser humano, y esta de Meteora era uno de los mejores ejemplos de ello…

Cervezas en mano nos dispusimos a descansar y dejarnos llevar por los sentidos pero, descubriendo otro magnifico promontorio a cientos de metros, muy similar al que nos encontrábamos pero al parecer con menos gente, decidimos acercarnos allí para disfrutar de la puesta de sol. Habíamos leído e investigado ese lugar, conocido como Sunset Rock, y desde allí disfrutaríamos de nuestro primer atardecer.

Vistas desde Sunset Rock

Desde el Sunset Rock podíamos disfrutar de vistas muy parecidas al mirador anterior, con la única diferencia que a mano izquierda podíamos también contemplar los que serían nuestros más cercanos y próximos descubrimientos, los monasterios de la Santísima Trinidad y San Esteban…pronto se escondería el sol despertando en nuestra mente una fantástica realidad, la de que seguramente iba a ser aquí el lugar en el que disfrutaríamos de las más preciosas puestas de sol de nuestras vidas…