Una de las tantas cosas que me encantan de Grecia es que, las buenas formas de sus gentes no se reducen al saludo, buenas palabras o cálidas miradas sino que, sobre todo, se reflejan en sus actos, y uno de ellos es el horario de checkout en los hoteles…nada más y nada menos que las 12 de la mañana.

El islote que oculta el pueblo escondido.

De este modo, con mucha calma y tranquilidad, nos dispusimos a desayunar y saborear el aroma del precioso Tyros para coger fuerzas y encaminarnos hacia Monemvasía. Pruebo a recordarme siempre, esperando que nunca se me olvide que, en estas carreteras es bueno estar al 100%, con todos los sentidos y el mayor número de ojos posible ya que, a la alta velocidad con que conducen se unen carreteras secundarias bastante deficientes con pocas o malas señalizaciones y caminos complicados. Si las autopistas son unas de las mejores que he observado en todo Europa, los caminos secundarios son todo lo contrario y conviene estar siempre alerta, no lo sabía pero este, sería uno de esos días…

Gracias a google maps y a que Grecia es un país europeo y el roaming se ha hecho gratuito entre países comunitarios, no necesitábamos estudiar complicados mapas ni saber traducir las muchísimas señales con alfabeto griego que en la carretera se sucedían, aunque con el gps era una especie de aventura en la que no sabías que poder esperarte…

Y de este modo el camino entre Tyros y Monemvasía atravesaría la región de la Arcadia para llegar a Lakonia debiendo pasar por no uno sino varios puertos de montaña. Entre estos sería el primero, junto al precioso pueblo de Leonidio el que más impresión y miedo de todos me daría…

A pocos kilómetros de Tyros se encontraba Leonidio, uno de los pueblos más bonitos de la Arcadia ya que está contenido entre dos gigantescos e imponentes peñascos…pasear por sus calles fue precioso, lo que no sabía es que pronto el gps me llevaría hacía la cima de una de estas grandes moles de tierra.

Y de este modo, sin saberlo ni beberlo, comencé a subir una estrecha carretera que, aunque inicialmente creí era de sentido único, debía contener ambos sentidos…

La carretera subía y subía en una pendiente tan pronunciada como continua que pronto me haría descubrir el precioso color anaranjado de las enormes peñas que minutos antes observaba desde el pueblo de Leonidio. Había subido y ya era tarde para intentar bajar…

Por fortuna parecíamos casi los únicos a transitar aquella complicada carretera en la que continuamente debíamos sortear estrechas curvas pegadas a acantilados a más de 1000 metros de altura. Al sufrir de vértigo a las alturas y no tener ni idea de cuando iba a terminar todo aquello ni si de pronto podría aparecer un camión o un coche a alta velocidad en dirección contraria, es fácil imaginar que no pude disfrutar ni un instante de aquellas preciosas vistas…

De nuevo por fortuna, llegó el final de los precipicios y sería justo al terminar la bajada de este acojonante puerto, cuando observaría un taxi que se aventuraba en sentido contrario al nuestro, menos mal que no me lo había encontrado en alguna de aquellas curvas…

Esta indeseada aventura me hizo contener la respiración hasta que bastantes kilómetros más tarde dejaríamos a un lado tanto puerto y divisamos la costa, pero se me grabaría a fuego en la mente para futuras exploraciones ya que no quería verme en la misma situación.

Vistas desde la carretera

Tras poco más de dos horas de viaje volvíamos a bordear la costa del Peloponeso, esta vez en la zona sureste, en la región de Laconia, y como anteriormente de camino a Tyros las vistas eran impresionantes…

Sería en una de estas curvas cuando divisaríamos el pequeño promontorio que parecía unido a tierra por un pequeño hilo en forma de puente, una forma que ya antes había visto, Monemvasía, el precioso pueblo escondido que muy pronto sería descubierto.

Las vistas no podian ser más impresionantes…

Llegando desde el norte pronto descubrimos pequeñas y preciosas calas y bonitos miradores a este precioso lugar que utilizaríamos al día siguiente de vuelta a Thalero.

Monemvasía, llamado en pasado Malvasia, es conocido como el pueblo escondido ya que el poblado se encuentra al interno de un bonito peñón separado de la tierra por un pequeño puente ahora artificial, en pasado formado por corales, oculto en la cara escondida de ese gran trozo de roca. Un lugar que en breve nos dejaría boquiabiertos…

Digo en breve porque nuestra primera misión era aparcar y dejar las cosas en el hotel para, como el día anterior, ir en busca de comida.

Y de este modo llegamos a un hotel sin igual situado en un pequeño conjunto de casas y restaurantes que se encuentran a las entradas del poblado de Monenmvasía, separados de él por el puente, y a pocos cientos de metros del fantástico peñón. Podría decirse que este reducto de bonitas y cuidadas moradas con un puerto, sería la nueva Monenmvasía a las puertas de la otra, la antigua y escondida perla del Peloponeso. Nuestra pensión se encontraba en la nueva Monemvasía, la “PetrinosGuestHouse”, un lugar con las mejores vistas en la que habíamos reservado una habitación con balcón, intentando degustar al máximo nuestra rápida exploración a este mágico lugar.

Por 40 euros habíamos conseguido una noche en el mejor emplazamiento con vistas directas y continuas a una de las maravillas naturales más bonitas y reconocidas del Peloponeso y seguramente de Grecia.

Encantados, hicimos las tareas que nuestros cuerpos necesitaban para poco antes de las cinco de la tarde, estar frescos y preparados primero para ver los octavos de final en que jugaba España y después movernos hacia el precioso descubrimiento…

Para lo primero paramos en el “Mateo’s”, un bonito restaurante dentro del nuevo Monemvasía en el que descubrimos una Ikurriña vasca y yendo a conocer a su propietario nos encontramos con un espartano con acento vasco de nombre Iannis o Ion para los amigos vascos, nacido en Monemvasía (Esparta es la capital de la región de Laconia de ahí lo de espartano) pero casado con una navarra, un gracioso y simpático lugareño con más acento vasco que yo que discurría la vida entre el norte de España y su Grecia natal…

Junto a él y aprovechando para saber más de este país, sus costumbres y habitantes, observamos como España hacía el ridículo una vez más en el mundial, pasando y pasando la pelota hasta dormirse ellos mismos y tirar la preparación de cuatro años por la borda en un intento amago de imitar tiempos pasados…

Perdiendo con una Rusia de segunda B en penaltis, algo cabreado por tener que seguir a Bélgica o Japón el resto del mundial, sobre las siete y media de la tarde nos dirigimos al puente en dirección al peñasco a coger uno de los autobuses que pasaban cada media hora y hasta las once de la noche haciendo el trayecto desde lo nuevo a lo viejo por un euro y veinte céntimos el trayecto…

Pocos minutos más tarde, una preciosa puerta amurallada nos daba la entrada a Monemvasía…

Puerta de entrada al poblado escondido

El poblado, una pequeña localidad medieval fortificada cuyo nombre deriva de μόνη (móni, «sola, única») y έμβασις (émvasís, «entrada») en referencia a la lengua de tierra y única entrada que une el promontorio con el continente, pronto nos sorprendería por lo bonito y misterioso de sus formas…

Callejeando Monemvasia

Completamente hecho de piedra, sus casas, calzadas e incluso peñones, se mimetizaban a la perfección dando al lugar un aire de magia que te hacía imaginar las diferentes formas de vida de que podían disfrutar sus lugareños. No solo el pueblo estaba escondido, sino que estas y otras características lo hacían complicado de observar y diferenciar incluso en sus cercanías…tal vez una particularidad intencionada intentando pasar desapercibidos a propios y extraños y evitar así posibles saqueos piratas o conquistas pasadas. Y por si el mimetismo no era suficiente, la ciudad entera se encontraba amurallada y en una ubicación seguramente difícil de alcanzar e interesar a piratas o saqueadores…

Vistas desde el pueblo escondido de Monemvasia

En Monemvasia las casas se confunden con la roca…

El poblado es tan pequeño que fácilmente podía recorrerse en una hora, saltando entre sus tejados y descubriendo las distintas cúpulas de las pocas iglesias, tantas como habitantes, que allí se disponían. Justo a la entrada, una calle principal repleta de tiendas de souvenir y algunos restaurantes, dan lugar al resto del poblado, un rincón que refleja poca vida ya que las bonitas flores y cuidados en algunas de sus fachadas indican que no son muchas las casas habitadas.

Algunas de las casas derruidas de Monemvasia.

Y aunque muy coqueto, pequeño y cuidado, también existen lugares cuya existencia parece un misterio…y es que observar unas pocas casas olvidadas o derruidas en un lugar tan exclusivo como este hacía pensar en posibles terremotos o catástrofes más que en una posible dejadez o desinterés de sus pobladores, más misterios por resolver en este poblado mágico del sur del Peloponeso…

Se hacía la noche y las tripas nos hacían volver a la nueva Monemvasía en busca de buena comida griega con que saciar nuestros estómagos y así, volveríamos y sería en el restaurante “Scorpio” a unos cincuenta metros de nuestro hotel, donde disfrutaríamos de una fantástica ensalada griega y la más deliciosa Mousaka de lo que va de viaje, todo ello bebida incluida en un precioso restaurante con las mejores vistas del lugar por un precio de risa, y es que nos dejaríamos menos de 15 euros entre los dos en un restaurante al parecer tan exclusivo…aunque ya estábamos acostumbrados, una vez más Grecia nos sorprendía para bien…

Amanecer en Monemvasia desde la habitación

Terminaba la visita a este mágico lugar y para despedirlo disfrutaríamos de una buena botella de vino tinto griego desde nuestra terraza en la habitación del hotel…poco más tarde serían las luces del amanecer quienes me harían despertar para fotografiar y grabar a fuego en la mente y en la memoria de mi cámara, la preciosa postal con que este fantástico rincón de la tierra nos obsequiaba…