Ramudú…

Os preguntaréis a que hace referencia ese nombre, y más tras haber leído el título de esta entrada, “la sonrisa detrás de la pobreza”.

No es un nombre de un pueblo remoto ni el de un Dios o algo por el estilo, se trata más bien del nombre de un niño que vive en un lugar de la India llamado Appecherla. Esta aldea se encuentra a unos 100 km de Annantapur, ciudad donde tuve el placer de experimentar en primera persona, el significado de la Fundación de Vicente Ferrer.

Todo comenzó unos meses atrás, cuando tras decidir dejar a un lado mi zona de confort y el bucle de la rutina, partí en busca de experiencias que me mostrasen otras realidades. Este primer contacto tuvo lugar en la India, donde tras aterrizar en Hyderabad y encontrarme con Sergio, empezaron nuestras aventuras…

Entre las muchas que viviríamos, una que se nos hacía indispensable era conocer de primera mano verdades demasiado lejanas a la nuestra como podía ser la pobreza en lugares remotos del mundo, pero una vez más te das cuenta de que, no te das cuenta realmente de nada, hasta que te topas cara a cara con esa realidad.

Ya en un primer contacto en esta ciudad India de mayoría musulmana descubriría alguna que otra impactante diferencia, como, cuando tras llegar al aeropuerto y subir a un autobús comprendí que el único aire acondicionado para hacer frente a tan sofocante calor se encontraba en las muchas grietas de la mayoría de los cristales que estaban rotos.

Para conseguir llegar a nuestro hotel debímos más tarde movernos en tuk-tuk, y fue entonces cuando me topé con una realidad que desconocía y jamás había tocado tan de cerca…

Entre los coches parados a nuestro alrededor, empezaron a acercarse diferentes niños de no más de 7 años de edad, pidiendo comida o dinero. Mis ojos se dilataron y no daba crédito a lo que tenía delante, niños de entre 4 y 7 años, descalzos y harapientos, pidiendo comida y sin ningún adulto que velara por ellos.

Pero debo decir que lo que más me sorprendió, no fue esa imagen en realidad, sino más bien, la sonrisa que tenían dibujada en su rostro y que parecía imposible de borrar, eso fue lo que más me pudo impactar en ese primer contacto con esa nueva realidad que estaba empezando a conocer.

Mi primer pensamiento, casi automático y sin querer, fue no comprender el motivo de su sonrisa, ¿cómo podían estar sonriendo en esa situación en la que se encontraban o cómo aceptaban con felicidad esa realidad que por desgracia les había tocado vivir?

Con el paso de los días, empecé a darme cuenta de que no solo los niños sonreían, sino que también los mayores, fuera cual fuere su situación, raza o religión, sonreían sin pedir absolutamente nada a cambio.

En unos días nos trasladamos desde ¨Hyderabad a Anantapur al sur, allí teníamos previsto quedarnos unos días en la fundación de Vicente Ferrer, para conocer de primera mano todo el trabajo que realizaban intentando hacer de este, un mundo mejor.

Una vez llegamos, me sorprendió que el personal “local” que trabajaba en la misma asociación hablara mi idioma. Como llegamos de noche nos acompañaron a lo que sería nuestra humilde morada durante los días que pasaríamos en ese campamento base de la ONG.

En los días que pasamos en la ONG pudimos observar diferentes formas de transformar las dificultades con que vivía mucha gente en aquel lugar. Realidades difíciles de comprender si no vas y lo ves con tus propios ojos, como sería nuestro caso.

Me entusiasmaba saber qué estaba conociendo el trabajo que realizaban de primera mano, más aún cuando nos reconocíamos partícipes de ello, aportando todos los meses nuestro “pequeño” granito de arena.

Meses antes de iniciar este viaje, una amiga llamada Marina me habló sobre su ahijado, un niño que tenía apadrinado en la India gracias a esta Fundación.

Y una vez aquí, no lo dudé y me comuniqué con los responsables del campamento, para saber si era posible ir a conocerlo. Y como no podía ser de otra manera, no tardaron más de un día en llevarnos a la aldea donde vivía. Sería allí donde descubriríamos el porqué de esa sonrisa oculta detrás de dificultades como la pobreza.

La aldea se llama Appecherla, el personal de la Fundación pusó un coche a nuestra disposición para, tras hora y media en carretera, acercarnos hasta allí. Una vez en el poblado nuestros ojos empezaron a abrirse como platos, toda la gente que vivía allí, estaba reunida en un mismo punto… la casa de Ramudú.

Había llegado a voces de todo el poblado, que una amiga de la madrina de Ramudú venía a conocerlo y a traerle un mensaje, y el día en este humilde lugar, había adquirido una importancia sin igual…

Cuando nos bajamos del coche, algo desorientados sin dar crédito a todo aquello, Ramudú nos esperaba con flores y todos los niños de la aldea junto con sus familiares y amigos, nos empezaban a abrazar y coger de la mano para dirigirnos hacia el interior de la vivienda de su familia.

No podíamos creer lo que teníamos delante, gente aparentemente sin nada, pero llenos a rebosar de felicidad y alegría, sonreían sin parar y sin pedir absolutamente nada a cambio, les bastaba con otra sonrisa o un abrazo por nuestra parte.

Y es a esa mueca a la que me refiero, a una inocente y transparente sonrisa como la de esta gente que no tenía nada pero se puede asegurar es mucho más feliz que muchas otras personas que viven entre muchos caprichos, lujos y comodidades.

Debería ser bajo mi punto de vista, un deber para todo el mundo, desplazarse una vez en su vida a un lugar remoto y tan diferente como este, para darse cuenta de que la felicidad existe y que esta no se encuentra en alguien o algo, y tampoco en un lugar, una felicidad que se descubre en uno mismo sin necesidad de depender de nada externo o material.

Tras aquellas sonrisas, llegarían otras muchas más donde podíamos darnos cuenta de que realmente la felicidad no se encuentra en los números de una cuenta bancaria, ni en la cantidad de zapatos, vestidos o coches de lujo a nuestro nombre, sino más bien, en el modo en que apreciamos lo que nos rodea y el valor que sepamos darle…