Durante nuestro último día de excursión, las paradas serían tres. Para empezar caminaríamos unos 10 km hasta un rio en el que pararíamos a darnos un chapuzón y comer arroz preparado por nuestros guías Malayos, después de esto nos acercaríamos a un poblado de Orang Asley, nombre usado para definir las tribus autóctonas de esta jungla, para conocer sus costumbres y modos de vida, hasta terminar en el rio y punto de recogida que ponía final a nuestra aventura. Nos quedaba un gran día por delante lleno de sanguijuelas, obstáculos y CAIDAS en mayúsculas que nuevamente nos sacarían más de una sonrisa.

Aunque los puntos importantes eran los indicados en el párrafo anterior, nuestra primera parada se realizó para descubrir cuál sería el animal que el día anterior nos hiciera escapar “por patas”.

Mientras estudiábamos el lugar desde donde provinieron aquellos sonidos Vicky fue la primera en percatarse de una particularidad. Uno de los árboles parecía estar rascado, pero no por una mano con garras normal sino por enormes garras de gran felino que nuestro guía identificó (debido a la altura en que se realizaron) como alguna de las especies de jabalí que allí se encontraban. Tras esta observación también nos comentó que según él, este animal no pudo ser el causante del estruendo del día anterior así que, seguimos buscando hasta que, tras no observar nada claramente seguimos la ruta predefinida.

Garras de panteras

Garras de panteras

Pocos metros después encontramos varias cagadas de elefante esta vez mucho más frescas que nuestros guías indicaron eran del día anterior y podían provenir del animal que nos aterrase la noche anterior. Habiendo iniciado aquella disputa con todas las de perder contra tres mujeres el día anterior, quise entender habían escuchado lo mismo que yo y no quemar más leña que pudiese perjudicarme.

Unas horas más tarde decidiríamos parar y sentarnos en un gran árbol que aparecía derribado en medio del camino y allí descansaríamos y nos avituallaríamos durante unos minutos, retomando fuerzas para continuar la ruta, no sin antes descubrir que acabábamos de estar sentados sobre un enorme nido de escorpiones negros, aquellos que estuvimos buscando la noche anterior.

Tras esta apreciación nuestros guías nos comentaron el motivo por el que un pequeño escorpión puede ser mucho más peligroso que uno grande, esto se debía a que el pequeño cuando ataca por miedo lo hace inyectando todo el veneno que lleva consigo, una cantidad que en ocasiones puede ser mortal, ya que no sabe medir su inyección, a diferencia del adulto que reconoce que le basta mucho menos para obtener resultados…

El letal escorpión negro. Y nosotros sentados en uno de sus nidos...

El letal escorpión negro. Y nosotros sentados en uno de sus nidos…

Mientras nos contaban todo esto observamos como una pareja de turistas se adentraba sin guías hacía la espesura de la jungla viendo como Cri y Flash se miraban entre ellos con gestos de asombro. Más tarde nos comentarían que ya tenían personas a las que ir a buscar al día siguiente. Quería saber más así que pregunté…

Pregunté si solían perderse turistas por el lugar y porque estaban tan seguros que aquellos que acabábamos de ver se habían perdido. La respuesta no dejaba lugar a dudas.

Cada semana varios turistas se perdían por aquellos lares y, aunque eran pocos los que desaparecían para siempre, existían muchas y muy diferentes historias. Entre ellas la que más aterroriza a los locales y más daría que hablar sería la de una turista que desapareció cuando viajaba junto a su novio en una expedición del estilo de la nuestra, al parecer, la idea que más cobraba fuerza era que el mismo novio la habría matado ayudado de las características del lugar, reconociendo que nunca encontrarían su cuerpo. También había anécdotas que indicaban como diferentes personas habían podido aguantar en solitario durante días sin comida ni agua y habían sido encontradas, otras en las que se descubrirían cuerpos desmembrados o personas de las que nunca jamás volvió a saberse. Fuera como fuera a diario partían expediciones en solitario sin más ayuda que un mapa de papel, una locura ya que, era similar a adentrarse en el centro del océano sin más referencia que un mapa mundi. Por muy sencillo que pudiese parecer, adentrarse más de un kilómetro en aquel lugar podía significar tu muerte…

Aparte de todo esto, la conversación y las diferentes miradas de complicidad de nuestros guías se debían a que habían visto a turistas en una zona como la que nos encontrábamos reconociendo que según la hora y el mapa que les habían dado en las instalaciones, ya se encontraban absolutamente perdidos. También nos comentaron que su trabajo no solo consistía en realizar excursiones organizadas X días por semana, buena parte del resto de días -libres- de la semana realizaban partidas de rescate de personas, como la de aquella pareja que acabábamos de ver.

Tocaba seguir adelante aceptando que jamás en un futuro se me ocurriría atreverme a explorar una jungla del estilo sin compañía de especialistas. Se acercaba la hora de comer y parecíamos ir algo lentos así que Cri dio paso a Flash en la cabeza del grupo pasando a la retaguardia. Con Flash en vez de caminar, corríamos

Tanto en la caminata del día anterior como la de este día nuestros guías se iban turnando. Cri era al parecer el más experto y sociable de los dos, sus paseos eran más lentos ya que lo mismo parábamos a observar unas plantas que a descubrir alguna particularidad de aquella jungla o olisquear algún tipo de mierda de elefante, tigre o pantera. Flash era en cambio el más rápido y también el más alto, debido a esta mezcla cada zancada suya eran dos mías y, aunque pareciese que paseaba lentamente, los que le seguíamos debíamos casi correr, también hablaba poco ya que, su intención era ganar el tiempo perdido por Cri si es que este se nos echaba encima…

Casi con la lengua fuera, conseguimos seguir a Flash hasta las proximidades de un gran rio en el que nos asearíamos y repondríamos fuerzas para tras comer algo, continuar la caminata. Antes de llegar observamos unos cuantos terraplenes en los que un descuido podía jugarnos una muy mala pasada haciéndonos romper algo o peor aún, perdernos del grupo o acabar en las fauces de cualquier depredador. Conociendo a Vicky decidí ponerme delante y hacerla conocedora de la gran cantidad de pequeñas trampas a modo de raíces de árbol que había por el camino… un mal paso podía hacerle caer por el desfiladero.

Y, como no, pocos segundos después noté un movimiento en mi retaguardia que, casi instintivamente, me hizo alargar el brazo. Fueron tan buenos mis reflejos que mi mano consiguió comunicar con la suya hasta aferrarla con la fuerza suficiente que le impidiera caer por el desfiladero…

Ella, había tropezado (suele hacerlo muy normalmente) en una de las raíces que pocos minutos antes le había advertido se disponían bajo nuestros pies, con la mala suerte (suele acompañarla también) de caer hacia el peor de los lugares, aquel precipicio tras cuya caída se perdía la jungla…

Colgada de mi mano y ligeramente apoyada en el costado de aquella especie de peñón, conseguimos que la cosa no fuese a más. Cierto es que difícilmente habría corrido peligro real ya que en esta zona la caída era bastante menor que pocos metros atrás, pero a aquella altura podría haberse roto algo o, lo que más me preocupaba, en el caso de que algún animal (tipo serpiente o escorpión) notase una caída de un cuerpo caer con tanta ferocidad sobre él, no habría dudado en atacar descargando todo el veneno que llevase dentro.

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Sanguijuelas en la jungla

Sanguijuelas en la jungla

Pisadas gigantes de elefantes

Pisadas gigantes de elefantes

Recientes pisadas de tigres

Recientes pisadas de tigres

Y los sustos no terminarían aquí, aún no sabíamos que (sobre todo) a ella y a mi pronto en aquel rio otros animales intentarían dejarnos sin sangre…

Tras cuatro o cinco horas de caminata y aquel gran susto en forma de aparatosa caída, antes de bajar a asearnos al rio, ella y yo nos dirigimos a unos matorrales para descargar algún que otro liquido que hacía tiempo, parecía querer salir. Después de esto nos pusimos los bañadores y bajamos al rio en el que el resto del grupo, guías excluidos, disfrutaban del baño…

Era precioso el lugar y me recordaba a uno de los tantos capítulos de “monstruos de rio” en el que el genial Jeremy Wade nos descubre leyendas e historias terroríficas sobre peligros escondidos bajo las aguas. En particular me recordaba a ríos del amazonas ya que el color del agua era marrón tierra, existía corriente y gran caudal y por todos lados nos rodeaba el verde de aquella selva.

Perdido en mi imaginación pronto saltaron a mi mente terribles imágenes en las que las aguas se teñían de rojo sangre y gran cantidad de diminutas pirañas convertían en polvo a sus presas; así que desde el agua, pregunté a los guías si podíamos estar tranquilos con las pirañas (mucho antes ya le había preguntado por los cocodrilos); tras unas sonrisas y una clara afirmación, nos dejamos llevar y disfrutamos del baño, hasta que, pensamos en salir y empezamos a ver sangre…

Sangre que salía de nuestros cuerpos ya que una gran cantidad de sanguijuelas recorrían nuestros pies y pantorrillas. Lo peor de todo era que no estaban unidas únicamente por un punto sino por dos así que hacía tiempo habían comenzado a succionar; habíamos escuchado el fuego podría eliminarlas así que al salir, buscamos la ayuda de algún experto.

Y, por fortuna, una extranjera (su acento y color de piel así lo denotaban) muy amable y llena de sangre también por todos lados, nos indicó que ella podía ayudarnos y, lo mejor de todo: solo necesitábamos un poco de sal.

No sabíamos que para eliminar estos asquerosos bichejos que buscan chuparte la sangre enganchándose a cualquier poro de tu piel, uno de los modos más tranquilos y sencillos era rociarlos con sal. Cuando la sienten, despegan uno de sus lados quedando unidas únicamente por un punto con lo que es posible eliminarlas dando un sencillo tirón…

Rios repletos de sanguijeulas

Rios repletos de sanguijeulas

Mientras nos las quitábamos las contábamos y descubrimos que en total eran más de diez.

La sangre no coagulaba del todo así que decidimos limpiarnos no sin antes preguntar a nuestros guías si no era que estos bichos estaban en las aguas del rio. Ellos nos dijeron que era imposible así que hacía allí volvimos y, nuevamente no salimos limpios…

Recurrimos a la misma cura y aceptamos que, por mucho que los expertos asegurasen el problema no estaba en el rio, no volveríamos a bajar en lo que quedaba de ruta.

Aseados y comidos sobre las tres de la tarde los guías nos indicaron que debíamos continuar ya que debíamos llegar a uno de los poblados de aborígenes de esa jungla a tiempo antes de las siete, hora en que el tour terminaría y llegaríamos a las canoas que nos devolverían a la civilización.

Flash seguiría delante, deberíamos ir rápidos aunque pronto descubriésemos que el camino se volvía cada vez más peligroso y escarpado…

Breves paradas nos harían observar también el desastre que dejan tras de sí las manadas de elefantes. Debido a su corpulencia, el peso y su hambre, arrasaban literalmente aquello por donde pasaban haciéndonos descubrir grandes claros en medio de la jungla. También conoceríamos alguna que otra planta más y observaríamos como identificar una pantera en el lomo de un árbol ya que no solo observas un arañazo sino varios en ascenso hasta la copa de los mismos; descubriríamos milpies gigantes, de casi medio metro de longitud y aprenderíamos como obtener agua de los múltiples juncos de bambú que puedes encontrar en la selva, hasta terminar por observar una gran escalopendra venenosa moviéndose bajo las hojas a nuestros pies…

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Milpies enormes

Milpies enormes

Poco más tarde de este último descubrimiento, un nuevo suceso con Vicky de protagonista aceleró mi corazón en gran medida. Sabiendo que bichos venenosos recorrían aquellos caminos, comprendiendo una de las zonas que atravesábamos era algo más escarpada y resbaladiza y, sobre todo conociendo a mi chavala, la advertí del peligro y la sobrepase como había hecho anteriormente indicándole debía ir con cuidado.

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Cuál sería mi sorpresa cuando, consciente de que ella se encontraba a unos 2 o 3 metros detás de mi, de refilón a mi vera vislumbre una figura humana que, volando, acababa sobrepasándome…

Del mismo modo que un especialista volaba en ciertas escenas de las mejores películas de acción, su cuerpo formaba un ángulo que pronto llegaría al suelo y, como no, acabaría llegando de cabeza y, sin frenos ni apoyos…

Existen pocos momentos en nuestras vidas en que el tiempo parece haberse parado, en la mía, aquel instante sería uno de estos. Podía sentir mi pulso acelerado, mi cambio de humor, el girar de mi cabeza intentando identificar aquel cuerpo, la expresión de mis ojos al descubrir lo que estaba sucediendo… un instante que duro una eternidad en la que también el resto del grupo pareció girarse intentando observar cual sería el resultado de todo aquello…

Y, no podía ser de otra manera, orgullosa como es. Tras descubrirse durmiendo boca abajo sobre las hojas y apartar los restos de la vegetación de su cara y cuerpo, intentó incorporarse casi de un salto pero, no le salió del todo bien.

No le salió del todo bien porque aunque le costase aceptarlo, estaba tocada y la rodilla se lo hizo notar al igual que los rasguños que nacieron en su cuerpo. Intentaba caminar erguida y recta pero aunque el orgullo intentase ocultarlo, su realidad sabía otra cosa, se había metido una buena ostia por patosa y debía aceptarlo…

Por mi parte, reconociendo que era la segunda vez que le advertía de los peligros (pocas horas antes casi cae por un terraplén) de aquel terreno y sabiendo su parte de culpa en todo aquello, me cabree bastante y se lo hice notar ya que, una bonita excursión no podía terminar en un ataque cardíaco debido a…su tozudez.

Ella, dolorida y tocada como estaba también se cabreo conmigo indicándome que nadie echaba la bronca a nadie en aquel trekking a lo que le comenté que nadie más caía como lo hacía ella y, creo este comentario la hizo recapacitar…

Algo asustado y al no comprender la calidad del resto del camino le comenté aquello que pensaba. Yo no quería ir acompañado de una tozuda especialista. Para mi su principal problema era que no caminaba como las personas normales que lo hacen poco a poco y con cuidado, ya que de ser así era imposible que hubiese realizado aquel vuelo de entre 3 y 4 metros. Debía ir más lenta y tranquila y no poner tanto ímpetu en sus pasos y, por si acaso, el resto del camino yo seguiría delante.

Por aquí quería subir ella... :)

Por aquí quería subir ella… 🙂

Y, menos mal porque aquel camino se hacía cada vez más peligroso sobre todo en las zonas en que debíamos sortear los pequeños riachuelos utilizando enormes o pequeños troncos de árboles que hacían la parte de puente, pero sin ningún agarre.

Puentes naturales en medio de la jungla

Puentes naturales en medio de la jungla

Todo el grupo de trekking

Todo el grupo de trekking

Ella se empeñaba en querer ir por arriba como la mayoría del resto de seres humanos que allí se encontraban pero yo, no me aburrí de explicarle que no, ella y yo iríamos por abajo como una pareja de risueños ancianos. Y de este modo, lo más tranquilamente que el infernal ritmo de flash nos permitía caminar, llegamos al poblado de los aborígenes conocidos como Orang Asli.

Ese extraño nombre era el término usado en Malasia para definir los grupos indígenas que se encontraban en las selvas del país, grupos como aquel que pronto conoceríamos en el que más o menos 10 niños, pocos adolescentes y unos cuantos mayores, discurrían una vida alejada de toda civilización.

Los Orang Asli nos explicaron muchas cosas. Entre ellas que eran nómadas y cualquier de sus zonas habitables no solían durar más de 5 años ya que una muerte, catástrofes o realidades naturales como la sequía, inundaciones o el ataque de depredadores hacía que llegado el día todos debiesen de buscar un nuevo lugar en esa jungla que era su casa. Otra de sus lecciones nos hizo descubrir como era posible crear fuego en menos de diez segundos sin necesidad de mechero.

Y finalmente también nos explicaron no solo en palabras (traducidas por nuestros guías) sino también en actos, como cazaban utilizando dardos elaborados por ellos mismos en los que inyectando un pigmento de rana mortal en una de sus puntas y una cerbatana casera de más de un metro de largo, podían matar animales (el más buscado era el mono) a más de 40 metros de distancia.

Aborígenes haciendo fuego

Aborígenes haciendo fuego

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Abórigenes Orang Asli creando dardos

Abórigenes Orang Asli creando dardos

Disfrutamos de aquella lección de vida en la que puedes observar alternativas a la nuestra de occidente mientras disfrutas de las miradas de personas que, seguramente en muchos aspectos sepan disfrutar de la vida de un modo más sabio del nuestro.

Antes de despedirnos y dejarles el resto de nuestros víveres que ya no nos harían falta observamos como entre las cosas que vendían estaban pequeñas cerbatanas con dardos realizados por ellos y, habiendo disfrutado de aquella experiencia en la jungla como difícilmente lo hubiera hecho antes en otras, aceptando era una de las vivencias más auténticas jamás vividas y queriendo llevarme un recuerdo igualmente auténtico, no dude (Vicky tampoco lo hizo) un segundo en comprarlo.

Terminaba aquella aventura, una experiencia que había creado un precioso recuerdo que vendría guardado en un lugar especial de mi memoria que no pudiese olvidar. Aquellos días discurriendo en un terreno tan nuevo y desconocido como podía ser Marte, observando situaciones o elementos jamás imaginados, durmiendo en una gruta que bien podía ser la de las mil y una noches, respirando vida y sintiendo mi corazón más vivo que nunca, tanto que en ocasiones (normalmente Vicky tenía mucho que ver) parecía quererse salirse de mi pecho, sintiéndome Frank de la Jungla o cocinando al estilo último superviviente; muchos elementos que harían de esta una de las mejores experiencias de ese retorno a los orígenes que ha sido el gran objetivo de este viaje. La jungla terminaba pero muy por el contrario, esta vivencia había abierto nuevas puertas que en un futuro no muy lejano buscaría volver a abrir…

Tras hacernos varias fotos con el resto del grupo llegaríamos a la canoa que nos devolvía a Kuala Tahan, lugar en el que descansaríamos para, al día siguiente, poner rumbo a la capital.

Quedando aún 3 días por delante, ya habíamos ideado cuál sería nuestra última parada antes de coger el vuelo: Malaka, la antigua capital Malaya que disponía de uno de los centros históricos declarados Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco. Durante esa noche discurriríamos para ver como hacer de aquella última visita una nueva realidad…

 

Si te ha gustado el post, tal vez pueda interesarte conocer de primera mano el viaje que reflejé en mis diarios en Aventuras en el Sudeste Asiático y la India.