El lunes 10 despertamos de nuevo con ilusión, ya que la noche anterior habíamos decidido que hoy visitaríamos otras de las perlas de la isla, la famosa playa de “Myrtos”.

Para llegar a ella también nos costó un tiempo, las carreteras son muy largas, hay muchas curvas y siempre tienes que atravesar puertos de montaña. Pero una vez allí, te das cuenta de que vale y mucho la pena.

La “Myrtos beach” es la más conocida y reconocida de Kefalonia, una increíble playa de grandes dimensiones, totalmente blanca con unas aguas de un azul muy intenso que al mezclarse con el fondo de piedras blancas parece un mural de pintura.

Nos resultó bastante familiar a la de Petani Beach, pero en grande. También una de las diferencias que existen es que en Myrtos no hay arena, tan solo piedras redondas totalmente blancas. El único “pero” que tiene este lugar, es que en ocasiones el viento sopla con dureza, formando grandes olas en la orilla que dificultan la entrada en el agua y hacen que nadar sea un poco peligroso, ya que la corriente te arrastra de un lado hacia otro sin que puedas hacer nada.

A nosotros lo único que nos pasó es que en mi caso, una ola de grandes magnitudes me arrastró hasta la orilla haciendo que me golpeara contra las blancas piedras del fondo del agua. De haber entrado con más cuidado no me hubiera pasado nada, pero mejor avisar de los “peligros” con que uno puede encontrarse si decide bañarse.

Tras unas horas disfrutando del espectáculo de la naturaleza, pusimos rumbo al pueblo de FisKardo, con parada en “Emplisi beach” otras de las joyas de Kefalonia.

Antes de llegar a ella paramos de camino a comer en el restaurante Taverna Veggera”, un lugar familiar, con vistas muy bonitas, comida casera increíblemente buena, platos abundantes y precios para todos los bolsillos.

Aquí nos decantamos por el cordero al limón y unas meet balls, acompañado de pan y de una cerveza fresca, todo ello por 18,50€.

Tras el atracón (ya que los platos eran muy abundantes), pusimos rumbo a “Emplisi beach”, una cala preciosa de roca de aguas cristalinas. Es muy pequeña y eso hace que al coincidir bastantes turistas en querer ir a ella a la misma vez, no encuentres un hueco donde no tengas a alguien sentado al lado.

Duramos muy poco tiempo en ella, algún que otro chapuzón, Sergio practicó un poco de snorkel y tras secarnos seguimos con nuestra ruta.

Nuestro siguiente destino fue el pueblo pesquero de Fiskardo, un lugar maravilloso con edificios de todos los colores, fachadas adornadas al más puro estilo marino-griego y embarcaciones amarradas en los muelles que rodean el puerto, uno de los más cuidados y pintorescos que hemos conocido.

A simple vista uno se puede dar cuenta de que es un lugar frecuentado por gente de la alta sociedad, ya que bajo nuestro punto de vista observamos demasiado “postureo” y “competición”, sobre todo en el puerto, donde parecía que se competía para mostrar quien tiene la embarcación más grande o quien toma el champán más caro.

 

Pero volvimos a sorprendernos, ya que al acercarnos a los restaurantes y observar las cartas, pudimos observar, que había opción para todos los bolsillos. Platos desde 7€ hasta 45€ en los restaurantes que se encuentran en el mismo muelle.

Paseamos media hora y decidimos no quedarnos a cenar allí, volviendo a nuestro coche y poniendo rumbo hacia nuestro apartamento, había más de una hora de camino y las carreteras te hacían pensarte dos veces si conducir o no de noche por ellas.