Tras un viaje de más de 8 horas en un autobús en el que, al contrario de lo que ocurriría en el que nos transportaría entre Fez y Chefchaouen, habíamos conseguido descansar, a las seis menos 20 de la madrugada, casi media hora antes de lo previsto, llegamos a la estación de autobuses de Marrakech.

Desde nuestra aplicación de mapas habíamos estudiado la distancia hasta el hotel que habíamos reservado, comprendiendo así la situación y el posible coste del taxi a esas horas de la mañana.

Tras varios meses en la India y otros tantos recorriendo el sudeste asiático, estábamos más que curtidos en el trato de algunos servicios y sabíamos a que atenernos. El precio “normal” del taxi hasta el momento había sido de un máximo de diez Dirhams por kilómetro o incluso menos, y sabiendo que el hotel se encontraba a poco más de un kilómetro, decidimos intentar no aceptar ningún trayecto de un coste mayor a este…

Era esta una ciudad nueva y la oscuridad y el cansancio no acompañaban para nada pero, el primer precio que nos dieron fue un deshorbitado 50 dirhams y, viendo que casi todos los taxistas mantenían dicho precio, le comenté a Vicky que mejor era intentar hacerlo a pie.

Tan entregados estábamos que nos creyeron y, de este modo, uno de los taxistas nos comentó que nos lo dejaría a 20 dirhams, un buen precio teniendo en cuenta que a esas horas era normal tener que pagar un pequeño extra…

Nos pareció correcto y nos dirigimos así al hotel Agdal. Investigando las características de nuestra reserva observamos que el check-in se realizaba a las doce del mediodía y no eran más allá de las seis cuando llegábamos, así que esperábamos poder tener algo de suerte y entrar antes.

Bastante cansados pero con buenos modales y mejores intenciones preguntamos lo más cortésmente que supimos si era posible entrar antes de tiempo a la habitación, para poder descansar…

Inicialmente el recepcionista nos comentó que no sería posible entrar antes de las once pero, tras ver la necesidad en nuestras caras, nos sonrió comentándonos si podíamos volver en dos horas (el tiempo mínimo que necesitaban para prepararnos la habitación).

Muy alegres tras esta respuesta, comprendimos que podíamos usar esas dos horas para desayunar algo en las inmediaciones y de este modo, nos dirigimos a descubrir ligeramente los alrededores de la ciudad…

La zona del hotel distaba unos tres kilómetros de la plaza y corazón de la ciudad de nombre Yamaa el Fna, también entrada a los zocos y la medina de la ciudad, con lo que aceptamos que, comprendiendo la lejanía, dejaríamos el turisteo para más tarde centrándonos en encontrar una cafetería a poder ser no demasiado lejana.

La zona en que nos encontrábamos era una gran avenida en la que se disponían diferentes hoteles y restaurantes, no parecía disponer de ningún aliciente histórico aunque la lejanía y el poco bullicio daban al lugar algo de calma. Pronto encontraríamos una cafetería y disfrutaríamos de un mítico desayuno marroquí y algo de calor, para hacer tiempo antes de volver al hotel.

Un poco antes de la hora indicada ya estábamos de vuelta y por fortuna nos tenían preparada nuestra habitación. Subimos y aprovechamos para descansar, teníamos muchas ganas de recorrer este nuevo destino, pero debíamos hacerlo en mejores condiciones así que, pusimos la alarma unas cuantas horas más tarde y nos dejamos llevar por el sueño.

A eso de las dos de la tarde despertamos, nos duchamos y salimos a descubrir la ciudad. Inicialemnte caminamos pero, tras darnos cuenta de que no era ni necesario ni práctico (un taxi nos podía acercar al centro por poco más de un euro), decidimos buscar un taxi.

Y tras pagar 15 dirhams y observar como un joven desafiaba a la muerte haciendo una maniobra imposible desde su moto, que casi estampa contra nuestro taxi, llegamos al centro neurálgico de la ciudad, la plaza Yamaa el Fna.

Mientras llegábamos a la misma, descubrimos gente que intentaba vender de todo, incluso hubo un mercader, que me lanzó un mono a mis brazos (menos mal que no fue una de las cobras que bailaban bajo las flautas), que decidí devolver cortesmente a su dueño.

Esta bienvenida no hacía más que presagiar lo que encontraríamos tras la puerta de entrada al zoco y la medina, un sinfín de mercaderes, puestos, turistas y locales, burros y motocicletas, nos hacían descubrir un volumen de vida alucinante en el interior de aquellos rojizos muros.

El zoco se parecía mucho al que descubrimos en Fez pero, a nuestro parecer, algo más descuidado y olvidado. Aquí se vendía de todo en lugar de los artículos mucho más artesanales y preciosos que pudimos encontrar en Fez, también los muros tenían otro color, el característico de esta ciudad, el rojo tierra, que convertía a Marrakech en la reconocida como, ciudad Roja.

El interior de los zocos nos recordó también mucho a la India, debido a la gran cantidad de vida acompañada de motos, animales y contaminación que recorría sus rincones. Un desorden auténtico muy parecido a un lejano oeste que antes de entrar por las puertas de la medina, difícilmente hubiera imaginado pudiera existir.

En la medina de Marrakech, sucedía lo mismo que en la de Fez, traspasar sus puertas era una especie de puerta de entrada a otra dimensión, en la que no solo el tiempo era distinto, pareciendo retroceder varios siglos en la historia, sino también sus gentes, su cultura e incluso sus formas; todo tenía otro carisma, pero todo aquel desorden tenía mucho orden, a la vez que te ayudaba a sentirte muy vivo…

Buscamos un lugar donde hincar el diente, hasta llegar a una terraza levantada a pie de zoco llamada Dabachi. Allí disfrutamos de un buen menú local al mejor precio mientras uno de los camareros nos explicaba que también en Marrakech podíamos encontrar “curtidurías de piel“, espacios donde se trabajaba la piel, explicándonos que en esta ciudad eran incluso más auténticos que los más famosos que habíamos visto en Fez.

Muy animados con este nuevo descubrimiento nos dirigimos a descubrirlas perdiéndonos entre aquellas calles rojas.

Y así, tras sortear motos, burros e incluso personas, daríamos de bruces con el mismo camarero del Dabacchi que “muy amablemente” (yo sabía que lo hacía con alguna extraña intención) nos acercó a las cortadurias del lugar dejándonos acompañados por uno de los trabajadores del lugar.

Y así de este modo, nuestro involuntario nuevo guía, nos explicó como era  el proceso de la fabricación de pieles indicándonos entre otras cosas que mientras en Fez se habían expecializado en el tinte, aquí realizaban el entero proceso para, al final, llevarnos (igual que nos ocurriría en Fez) a una gran tienda de pieles donde uno de los gerentes, no quería vernos salir con las manos vacías…

No tuvo mucha suerte con nosotros que, utilizando la misma excusa que nos sirviese en Fez, y así con nuestro “mañana volveremos que acabamos de llegar”, salimos del lugar para regresar a la gran plaza principal y disfrutar del atardecer.

Esta primera visita había dado mucho de sí con lo que, pensamos en disfrutar de la tranquilidad acercándonos a una de las preciosas terrazas-restaurantes de la plaza central para observar la ciudad desde lo alto mientras el sol despedía este precioso día. La mañana siguiente comenzaría nuestra aventura hacia el desierto con lo que, no había mejor momento para parar y tomarse un respiro…

Tras investigar y preguntar, nos dirigimos a un lugar llamado Marrocki que disponía de cachimba, cervezas frías, y unas fabulosas vistas desde las que degustar esta nueva realidad de color rojo tierra. Atardecía y el espectáculo de luces unido a los torreones y figuras de la plaza Yamaa el Fna nos dejaba sin palabras….

Terminaríamos el día buscando algo de comer y descubriendo un centro comercial con un supermercado “Carrefour” que contaba con una sección escondida donde poder comprar el tan mal visto alcohol (alucinante con que seriedad se toman ocultarlo y la imagen que tienen del alcohol en estos lugares).

Y tras varios días de contrastes en los que pasábamos de sortear laberintos amarillos a preciosos pueblos azules para terminar disfrutando de las vistas a estas calles rojas rebosantes de vida, nos dirigimos a descansar a sabiendas que al día siguiente a las siete y media de la mañana, empezaría una de las aventuras más alucinantes de este viaje.

Pronto seguiríamos alucinando con tanto cambio, descubriendo el blanco de la nieve entre altísimas montañas más propias de los Alpes Suizos, para un día más tarde hacer “snowboard” entre las dunas del desierto, descubriendo impresionantes fortalezas del desierto llamadas Kashbas, para terminar durmiendo en preciosas Jaimas iluminadas por las estrellas, acompañados por el sonido de los tambores de los Bereberes…

Pero todo esto aún era solo una idea que debía convertirse en realidad…

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