“El que está acostumbrado a viajar, sabe que siempre es necesario partir algún día.” 

Desperté por la mañana del calor asfixiante que hacía en la tienda, los primeros rayos de sol se estaban dejando ver y notar, sin necesidad de alarma abrí los ojos para empezar lo que sería uno de los mejores días que podría haber pasado en aquel paraíso.

La única prenda de vestir que debía llevar durante el día era el traje de baño, así que, tras cogerlo, fui directa a darme una ducha para empezar el día fresca y con energías. Tras asearme desayuné junto a los locales del lugar, un poco de arroz blanco con verduras que me diesen fuerzas durante el día y así aguantar hasta casi entrada la hora de la cena sin comer nada más. Aquí no servían café, tostadas o bollos, había siempre lo mismo, y tenías que acontentarte con arroz blanco con caldo y verduras.

El primer día quise dedicarlo a tomar el sol, caminar por la playa, leer y sobre todo descontaminarme de todo aquello que seguía en mi cabeza. Necesitaba dejar la mente en blanco, no pensar en absolutamente nada y dejarme llevar por la paz que abundaba en ese lugar. Tarea difícil de llevar a cabo en el lugar donde vivo y trabajo, donde desgraciadamente no tengo momentos de tanta paz para poder relajarme y desconectar de tantas y, muchas veces tan tontas, preocupaciones que nos rodean diariamente.

Durante la mañana estuve paseando por la playa, bronceándome mientras leía un libro e incluso pedí prestada en la recepción del parque una máscara de snorkel, para poder disfrutar y observar el fondo del mar.

Cuando me introduje por primera vez en el agua con aquellas gafas, fue todo una experiencia y sorpresa ya que con solo hundir la cabeza en la orilla obtenía una imagen espectacular de aquel fondo marino. Podía ver coral gigante de diferentes tonalidades, peces de todos los tamaños y colores, caracolas gigantes y hasta conchas inmensas que parecían contener algún tesoro en su interior.

Al parecer estas islas son unas de las mejores de todo Tailandia donde practicar submarinismo o snorkel por su belleza y abundante vida marina. Pensé que duraría poco en el agua, ya que con el tema de peces y tiburones soy bastante asustadiza, pero cuando quise darme cuenta, tenía los dedos de las manos y los pies arrugados como si de esponjas se trataran.

Decidí salir a la superficie e ir a comer algo, ya que llevaba varias horas en el agua, se había hecho tarde y entendía que no aguantaría hasta la hora de la cena sin pegar bocado.

Todos los días se comía diferente, siempre dependiendo de lo que habían pescado durante la mañana, así que degusté todo el pescado fresco y marisco que quise, siempre acompañado de arroz blanco con caldo por supuesto (aquí el arroz parecía ser sagrado). Pagaba las comidas con gusto, sabiendo que el dinero iba directo a esos locales llamados “gitanos del mar”, que eran las personas encargadas de ir a pescar la comida que luego te servían en un plato.

Estos gitanos se cuentan que emigraron a Tailandia, Birmania y Malasia desde el sur de China hace aproximadamente 4000 años. Son gentes que siempre han rechazado la posesión de materiales y tecnología externa, viviendo en casas temporales construidas sobre pilares en el este de las islas, donde encuentran protección a los tempestuosos vientos.

También descubrí una triste realidad que me hizo entender la triste realidad de gente cruel que quiera apoderarse de sus tierras, intentando hacer desaparecer en gran medida a estos gitanos del mar y su cultura e historia. Se dice que son muchas las empresas que intentan buscar petróleo por esas tierras, gobiernos que intentan apoderarse de sus territorios para el desarrollo turístico y pesca industrial, una pena que, a día de hoy, en vez de pensar en ayudarlos, solo piensen en quitárselos de en medio para su beneficio. Por fortuna siguen navegando por las aguas turquesas del archipiélago algunas familias Mokehen, durante siete u ocho meses al año, para ellos, el océano es su universo.

Tras aquel gran descubrimiento del primer día, cada día que siguió pedía prestado el equipo de snorkel y tras comer, me adentraba en el mar para contemplar esa belleza difícil de encontrar en cualquier otro lugar del mundo. Aprovechaba también la paz que inundaba todo, sin dudar ni un segundo en pasear por aquella frondosa selva, tomar el sol a orillas del mar o simplemente dejarme llevar por la calma y descansar en lugares solitarios donde el silencio inundaba todo.

Sin duda, la decisión que tomé el día que realicé la reserva de un espacio en esta isla, fue la mejor que pude tomar en todo el viaje, de hecho, me hubiera quedado allí mucho más tiempo.

En aquel lugar podía olvidar todos aquellos dolores de cabeza que me acompañaban desde que despegué de España, el trabajo, la casa y otros problemas que abundaban en mi vida y se estaban apoderado de mí, pero fue allí donde tras desconectar de todo sentí que conectaba conmigo misma, dándome de bruces con la realidad. Una realidad que muchas veces había dejado escapar, dando demasiado valor o importancia a cosas que realmente no la tenían.

Durante aquellos días conmigo misma, me di cuenta de que la mayoría de problemas que abundaban mi vida, en realidad no existían. Yo misma, había creado situaciones que lo único que hacían era causarme daño constantemente, ahora tras este momento en solitario conmigo misma en este viaje, sabía que lo único que debía hacer era eliminar todo aquello que no aportaba nada a mi vida. Era el momento de empezar a dar otro sentido a mi vida, empezando por dar importancia a las cosas que realmente la tenían, dando un enfoque diferente a todo lo que me sucedía, era el momento de cambiar la visión que tenía de la realidad que estaba dejado atrás.

En este viaje debía dedicar tiempo en pensar en mí, a dejarme llevar por la tranquilidad sin pensar demasiado y pudiendo así aclarar y ordenar todo lo que perturbaba mi mente desde hacía tiempo.

Una vez finalicé la estancia en este paraíso perdido, pude darme cuenta del valor que tiene poder desconectar de vez en cuando con todo, buscar la paz en nosotros mismos y aclarar u ordenar todo el caos que suele adueñarse de nuestra mente y nuestra vida sin que muchas veces nos demos cuenta de ello. Nunca había encontrado tiempo para poner en orden mis pensamientos e ideas, pero aquí había conseguido hacerlo, y no solo eso, comenzaba a cambiar la manera de ver las cosas y de valorarlas en mi vida.

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