Después de haber realizado algunas compras en Fira y habiendo reservado mesa en un restaurante que esa misma noche nos serviría no solo para degustar una suculenta cena, sino también para observar el ocaso mientras celebrábamos nuestro segundo aniversario, pusimos rumbo a la esperada Oia o como también es conocida en Santorni,” IA”, el pueblo más famoso y fotografiado de la isla, ¡y no es para menos!

Para llegar tuvimos que dirigirnos al extremo norte, y entrar por Tholos, a unos doce kilómetros de Fira. Fue el camino más “largo” que hicimos durante nuestra estancia en Santorini, la isla no es muy grande y las distancias son más bien pequeñas.

En veintiséis minutos ya estábamos aparcados cercanos a la entrada peatonal del pueblo de Oi, así que empezamos a adentrarnos por una de sus calles y no podíamos alucinar más con lo que estábamos viendo.

Ahora entendíamos el “porqué” del famoseo de Oia, sin duda es un lugar para no dejar de fotografiar, cada rincón captó totalmente nuestra atención.

Cúpulas azules, casitas blancas, apartamentos con piscinas que dan a la caldera y hoteles de ensueño te hacían imaginar que te encontrabas en un lugar sacado de alguna revista de viajes de lujo…

Caminando y terminando de recorrer la zona peatonal, topamos con las escaleras que te transportaban directamente al puerto “Ammoudi port”. No pudimos evitar empezar a descender los trescientos peldaños que separaban el casco histórico de Oia de su pequeño puerto. Íbamos totalmente equipados con calzado deportivo y con agua suficiente para combatir el sol y abrasador calor.

Al puerto se puede llegar a pie, en burro y hasta en coche por una carretera que da directamente al pequeño desembarcadero. Una vez abajo apreciamos que uno de los problemas de quien decida descender en coche es que el parking que hay es tan pequeño que dependiendo de la hora en que decidas bajar, puede que tengas que volver por no poder estacionar el coche.

Nosotros llegamos a Oia sabiendo que bajaríamos al muelle a pie, ya que era una de las cosas que más ilusión me hacía experimentar durante nuestra estancia en Santorini y también quizás, por qué no, probar después a subir sobre los lomos de un burro.

Al principio no encontramos a nadie que ofreciera la bajada sobre este gracioso animal, así que empezamos a hacerlo caminando con la idea de que quizás una vez abajo, la opción de subirlo era posible.

Durante el camino nos íbamos cruzando con gente parada a los lados respirando con dificultad y sudando bastante, el calor sofocante hacía que la subida se hiciera mucho más costosa que la bajada.

Escalón tras escalón, mientras descendíamos no podíamos dejar de fotografiar todo cuanto veíamos a nuestro alrededor. El paisaje era espectacular y la experiencia de poder descender por uno de los acantilados que da directamente a la caldera, es una de las cosas que más me ilusionó poder hacer.

Tras diez minutos de bajada, llegamos al fin al puerto pudiendo así disfrutar de la brisa y el paisaje que aquel lugar nos regalaba como recompensa al esfuerzo de haber descendido aquellos trescientos escalones.

A nuestra llegada nos recibió un pequeño embarcadero rodeado de restaurantes pintorescos, construidos en la misma ladera del acantilado. Nos encontrábamos a los pies de Oia y en la mismísima caldera, todo ello en conjunto hacía que no pudiéramos dejar de “alucinar”. Santorini no dejaba de sorprendernos con el paso de los días.

Después de recorrer el pequeño puerto, tocaba volver a subir todos aquellos peldaños que anteriormente habíamos bajado. 

 

Oia nos había encantado, nos regaló panorámicas increíbles, callejones con encanto y una experiencia que sin duda siempre recordaríamos con una sonrisa, nuestra subida en burro desde el puerto.

Nos marchábamos sabiendo que no volveríamos a verla, todavía nos quedaban muchos lugares por descubrir en esta hermosa isla y eran pocos los días que faltaban para regresar de nuevo a casa. Algo nos decía que la recordaríamos siempre deseando poder volver algún día.

Ahora con hambre y con la tripa reclamando nuestra atención, nos dirigimos hacia Mesaria, para repetir en el mismo restaurante donde el día anterior disfrutamos de unos magníficos gyros, el “Mike grill”. Esta vez, elegiríamos otros platos típicos escogiendo unos buñuelos de tomate y un tzatziki acompañado todo ello de pan griego. No solo repetíamos por lo bueno que estaba todo, sino también por su precio y amabilidad, donde el dueño del lugar era  tan simpático que nos regaló hasta yogurt acompañado de mermelada casera de postre.

Después de la comida nos dirigimos a “Vilchada beach” donde disfrutaríamos de un buen baño y nos relajaríamos un rato antes de la velada que nos esperaba en Fira. Allí estuvimos hasta entrada la tarde, aprovechando los rayos del sol y los baños de agua que ahora nos refrescaban.

Más tarde nos dirigimos a nuestro hotel para arreglarnos e irnos hacia Fira, el centro neurálgico de Santorini, donde nos esperaba un atardecer mágico celebrando nuestro aniversario.

Una vez allí, paseamos por las calles abarrotadas de viandantes e hicimos tiempo parando a observar las vistas desde la parte más elevada de la ciudad. Cuando se hicieron las siete de la tarde pusimos fin al turisteo, parando ya por fin en el restaurante donde nos esperaba una cena increíble con vistas a la caldera y acompañada de un atardecer que difícilmente olvidaré.

Cenamos una parrillada de marisco acompañada de una cerveza Alfa, que en cualquier lugar del mundo podría costarte fácilmente más de 100 euros, y mucho más con esas vistas, pero Santorini como siempre, no dejaba de sorprendernos, haciéndolo hasta en sus precios.

Antes de elegir el restaurante habíamos observado la carta y esta con sus precios asequibles a todos los bolsillos, terminó de convencernos para disfrutar de una cena “diferente” en un día especial como este.

Obviamente como en todas partes del mundo, también aquí puedes encontrar también precios desorbitados, pero observando detenidamente las ofertas que hay, se puede cenar decentemente a un precio razonable, con unas vistas y ambiente únicos.

Hasta el momento habíamos comido todos los días y cenado gastando un máximo de 20€. Eligiendo bien los lugares e informándose uno de todas las opciones, esta isla puede llegar a resultar bastante económica en cuanto a comer en un restaurante se refiere.

Tras la suculenta cena, y habiendo disfrutado de las prodigiosas vistas nos dirigimos hacia la zona de “pubs” para despedir la noche tomando algún que otro combinado y fumando una cachimba de manzana.

Y muy contentos pero con necesidad de seguir sobrios, no tardamos demasiado en regresar a nuestro hotel e ir a dormir, al día siguiente nos tocaría madrugar para poder disfrutar de uno de los lugares con más magia del lugar, un volcán todavía activo en Santorini, el Nea Kameni.