El día 20 de octubre salíamos de Madrid a las 6:45 horas de la mañana para llegar al aeropuerto de Paris Beauvais a las 8:45 de la mañana, sin tener idea de que aparte del madrugón que debíamos hacer para conseguir coger el vuelo, necesitaríamos discurrir algo más de hora y media desde ese aeropuerto (a 80 km del norte de la ciudad de la luz) hasta llegar a la zona de París donde teníamos nuestro apartamento.

Como pensábamos, los precios en este país son algo más altos que en el sur de europa (de allí veníamos tras 6 meses entre Grecia e Italia), y pronto nos daríamos cuenta al pagar 17 euros para llegar a nuestro destino.

El autobús une el aeropuerto con la zona del extrarradio de París conocida como Porte Maillot, y una vez allí deberíamos estudiar las opciones para llegar al que sería nuestro barrio los siguientes tres días, el conocido como Little Africa.

Una vez en el metro debíamos utilizar dos líneas para llegar a la parada Barbès, con lo que nos hicimos con 2 tickets al precio total de 3,80 euros y nos dirigimos hacia el lugar, en poco más de 40 minutos ya nos encontrábamos en la que sería nuestra bohemia morada en la Rue des Poissonniers 19.

Al llegar al barrio nos tocaba esperar unos minutos a la propietaria de nuestro apartamento, con lo que aprovechamos para descubrir (aunque fuese ligeramente) el pequeño África en el que nos encontrábamos.

No podíamos estar más contentos ya que esta zona del distrito XVIII de París, aparte de ser la más cercana al bohemio y reconocido barrio de Montmartre, era una de las más peculiares y características de toda la ciudad.

Sus míticas casas señoriales eran discurridas por infinidad de calles empedradas en las que negocios, personas de todas las razas y religiones, mercados, boulangeries o los tan comunes mercados parisinos, llenaban de vida al lugar en un modo tal que nos dejaba sin palabras…

Estábamos encantados de estar allí y esta aventura no acababa más que de comenzar, por lo que minutos más tarde de nuestra primera exploración, nos dirigimos a descubrir nuestro apartamento y seguir disfrutando y organizando el resto del viaje.

Al llegar a la dirección descubriríamos un enorme portón al que seguiría más tarde otro. Ambos vendrían abiertos con unos códigos que nos indicaría nuestra propietaria para más tarde subir al cuarto piso y hacernos con las llaves. Más tarde descubrimos que en esta ciudad, normalmente todos los portales contaban con este sistema de apertura.

El apartamento, 100% parisino, lo formaban unos escasos 20 o 25 metros cuadrados en los que teníamos de todo, un espacio perfecto y más que suficiente para disfrutar del lugar como si de unos lugareños se tratase, desde el que podríamos saborear la ciudad desde dentro sin necesidad de viajes interminables ni de utilizar costosos o interminables medios de transporte.

Nuestra primera intención fue descansar brevemente ya que nos habíamos levantado a las 4 de la mañana y no habíamos pegado ojo la noche anterior, y así tras picar algo y echar una pequeña siesta, decidimos acercarnos al vecino barrio de Montmartre.

Tras un paseo de unos diez minutos, nos encontramos con una pequeña escalinata que nos adentraba de lleno en una pequeña colina en la que la preciosa Basílica del Sagrado Corazón nos daba la bienvenida al famoso barrio parisino.

Al encontrarnos en una de las colinas de la ciudad de la luz, pronto descubriríamos que no solo la figura del sagrado corazón nos dejaba anonadados sino también las vistas al resto de la ciudad, una de las más turísticas y bellas de todo el mundo.

Desde la escalinata de la Basílica nos dedicamos a observar ligeramente la ciudad en busca de algunas de sus más conocidas construcciones como la Torre Eiffel o la catedral de Notre Dame, pero pronto aceptamos que no la encontraríamos observando desde este lugar, y casi mejor ya que al día siguiente nos la encontraríamos de bruces seguramente desde el parque de Trocadero.

Comprendiendo que no era necesario verlo todo en un mismo día, nos dedicamos a descubrir en mayor detalle el barrio en el que nos encontrábamos, Montmartre.

El lugar es el preferido por gran cantidad de artistas y turistas de todos los rincones del mundo. Los primeros tal vez buscando transmitir y difundir todo ese arte y sentimiento que llevan dentro y los últimos, entre los que nos encontrábamos Vicky y yo, con ansias de disfrutar y sentir toda la magia y sensaciones que rincones tan cuidados, misteriosos y mágicos como los que allí encontrábamos podían transmitirnos…

Para llegar se puede hacer a través de las escaleras o mediante un funicular que lo une con la parte baja de la colina, y una vez aquí no hay mejor opción que discurrir alguna de las preciosas calles junto a la basílica, una preciosa estampa en la que restaurantes, bares, artistas, turistas y tiendas de souvenir, llenan de magia a este barrio situado bajo la atenta mirada del Sagrado Corazón. 

Descubrimos la magia tras comenzar nuestro paseo por calles como la Rue du Chevalier de la Barre, la plaza de los artistas llamada Place du Tertre, o tras darnos de bruces con el conocido como muro del amor o Muro “Je T´aime”, un lugar que como no podía ser de otra manera, rebosa tanto amor que dicen allí puedes encontrar esta palabra escrita en todos los idiomas del mundo. 

Se hacía de noche y nuestro primer día en la ciudad de las luces llegaba a su fin por lo que aprovechamos para acercarnos a nuestra casa antes de que se hiciera demasiado tarde, no sin antes pasar por un carrefour y hacernos con una buena botella de vino Bourdeaux y distintos tipos de queso francés para degustar el mejor de los manjares del país…pronto nos daríamos un auténtico banquete a precio de saldo para despedir con alegría nuestro primer contacto con una de las ciudades más bonitas y preciadas del mundo.