Tras despedirnos de la que había sido nuestra casa durante un mes en un tranquilo pueblo llamado Thalero, nos pusimos en marcha en dirección a nuestro primer destino de muchos que llegarían, Delfos.

Estábamos emocionados por una parte ya que a partir de hoy empezaríamos a descubrir nuevos lugares y a recorrer buena parte de Grecia que desconocíamos. Pero también un sentimiento en forma de nostalgia llegó a nosotros, el golfo de Corinto y en concreto el pueblo de Thalero había sido nuestra casa y nos habían regalado momentos maravillosos difíciles de olvidar, empezando por las vistas de las que pudimos disfrutar durante toda nuestra estancia cuando despertábamos o antes de irnos a dormir, un paisaje inolvidable.

No creo que sea posible encontrar una panorámica como aquella en otras partes de Grecia, puede que las que nos topemos sean mejores o diferentes, pero nunca serán las mismas. Thalero tenía algo que lo hacía especial, y el motivo era un paisaje que te dejaba sin palabras.

Pero como todo en la vida, en ocasiones toca despedirse, pasar página y dejar sorprenderte por todo lo nuevo y bueno que está por llegar. Así que tras cerrar por última vez la puerta del apartamento y entregar las llaves a los tan amables dueños, nos montamos en el coche y pusimos rumbo hacia nuestro nuevo destino.

Durante el camino aprovechamos para hacer un vídeo de la que sería nuestra última bajada por aquellas curvas vertiginosas acompañadas de un paisaje inolvidable con campos plagados de olivos.

El trayecto lo dividimos en dos partes para que no tuviera que conducir durante más de dos horas cada uno de nosotros, así que yo conduciría hasta Patrás y antes de cruzar el gran puente que une la parte de Grecia central con la del Peloponeso, haríamos el cambio para que continuase Sergio.

Es el puente colgante más largo del mundo y los arquitectos que lo diseñaron hicieron una obra espectacular, ya no solo por la grandeza que tiene, sino por su peculiaridad y flexibilidad, ya que la costa se aleja algunos milímetros al año, y su estructura está hecha para que, en caso de terremotos no exista peligro de derrumbe y su arquitectura permite amoldarse a estos cambios originados por el movimiento de las placas tectónicas.

El coste por atravesarlo es de 13€, algo caro, pero si nos paramos a pensar en cuanto tiempo y kilómetros nos ahorramos con el trayecto (de otra manera habríamos tenido que recorrer el resto del Golfo de Corinto desde Atenas), el precio es muy bueno.

La primera parte del viaje se hizo muy amena, fue todo autopista y en una hora ya estábamos en Patrás, a partir del puente hasta llegar a Delfos a Sergio le tocó conducir por carreteras secundarias y atravesar algunos puertos de montaña. También debimos sufrir un poco por culpa de la peculiaridad de la conducción griega, adelantamientos en curvas cerradas, coches parados en la carretera sin señales ni ningún tipo de intermitente o gente invadiendo los carriles contrarios. Pero finalmente y después de dos largas horas, llegamos a las faldas del monte Parnaso y nuestro primer objetivo, el Oráculo de Delfos.

Empezamos a subir las serpenteantes curvas hasta llegar al pueblo, nuestro hotel se encontraba en la misma calle principal y nos fue muy fácil dar con él. Aparcamos el coche justo enfrente, bajamos las maletas e hicimos el check-in para descansar del viaje.

Como era hora de comer, aprovechamos que acabábamos de llegar, para recorrer la calle en busca de un buen restaurante donde pudiéramos satisfacer nuestras necesidades sin que a nuestro bolsillo no les molestara en absoluto.

Encontramos una taberna con una señora griega, donde los precios nos ayudaron a entender sería una buena opción. Tenía diferentes menús compuestos de tres platos por nueve euros y decidimos compartir uno por miedo a que fuera demasiado para una persona, hicimos bien porque de haber escogido dos, hubiéramos tenido que pedirlo para llevar.

La señora nos preparó de primero una ensalada griega, luego nos sacó una musaka y para terminar de completar el menú, nos trajo un suvlaki, una especie de pincho moruno, de cerdo. No podía faltar tampoco el postre y tan típico como es de la zona, sería un yogurth con frutas lo que nos traería para endulzarnos un poco. A todo esto, no podía faltar una buena cerveza local, una Mithos bien fresca.

Después de llenar nuestras barrigas, decidimos pasar por el hotel, hacer la digestión y descansar un rato para por la tarde estar con las energías suficientes para ponernos en marcha y visitar algunas de las ruinas que hay por la zona, en concreto esas en las que la entrada es totalmente gratuita.

Tras la ansiada siesta, una ducha de agua fría nos espabiló lo suficiente como para salir con las pilas cargadas en busca de los restos arqueológicos de Delfos.

Empezamos a caminar en dirección a los restos del templo de Atenea que se encontraba a las afueras, en las inmediaciones del templo de Apolo. Pero antes nos detuvimos en una fuente llamada Castalia, donde según la mitología griega, las pitonisas se bañaban para purificarse y prepararse para “conectar” con el Dios Apolo y así poder profetizar el futuro a los peregrinos que se atrevían a llegar al oráculo en busca de respuestas.

Para ellas el agua era un elemento necesario para iniciar el ritual antes de entrar en “trance” con el Dios Apolo.

Como no podía ser de otro modo, no pude evitar “imitar” dicho ritual, ya que con el sol que hacía y el calor insoportable que estábamos sufriendo, un poco de agua fresca proveniente del mismo monte Parnaso, me ayudaría a aliviarme un poco y a combatir mejor el abrasador calor y los grados centígrados de más que hacían.

Tras refrescarme vino a mí una especie de escalofrío, no llegué a saber muy bien el porqué, pero quizás es que a partir de ese momento podría ser capaz de predecir el futuro que nos esperaba como pareja…

No comprendo cómo los peregrinos podían pasar meses caminando para poder llegar aquí para formular una pregunta sobre su futuro, en vez de aprovechar ese tiempo de vida en disfrutar de su presente. Desde la antigüedad a las personas les pica la curiosidad de saber qué sucederá y acelerar así el proceso de lo que tenga que estar por llegar, en vez de ser pacientes y disfrutar de su presente dejándose sorprender por el futuro, y en la actualidad seguimos del mismo modo, preocupándonos por cosas que todavía ni han sucedido, en vez de centrarnos en lo que tenemos y estamos viviendo.

Pero dejaré la filosofía a un lado y me centraré en continuar en donde nos encontrábamos, así que, tras refrescarnos, seguimos el camino que conducía hacia el templo de Atenea.

Habíamos leído que la entrada era totalmente gratuita y que la visita merecía y mucho la pena. No nos lo pensamos dos veces, ya que teníamos dos días por delante para disfrutar de todos los restos arqueológicos de la zona, así que hoy tocaría visitar todo aquello que fuera gratuito y ya mañana entraríamos en el recinto del templo de Apolo y del oráculo donde para entrar, deberíamos pagar 12 euros.

Para llegar al templo de Atenea tuvimos que descender unos caminos de piedras rodeados de olivos y todo tipo de vegetación.

Una vez abajo, hicimos algunas fotos y observamos detenidamente las ruinas, nos quedamos atónitos ante tanta belleza, tanto que ni cuenta nos dimos de que nos estábamos abrasando literalmente.

Así que minutos más tarde decidimos volver al hotel, ducharnos de nuevo, parar a comprar unas cervezas y volver de nuevo cuando el sol empezara a descender del cielo para esconderse entre las montañas y así contemplar el ocaso desde este mágico lugar.

Tras unas horas nos encontrábamos en el mismo sitio, esta vez sin que el sol quemase tanto. Como siempre que visitamos un lugar con leyenda o historia, me encanta leerle a Sergio un poco sobre ello mientras nos encontramos allí, así que buscamos unas piedras desde donde se podía contemplar el templo (o lo que queda de él), y mientras Sergio abría las cervezas yo buscaba una buena página web donde explicara los orígenes de aquel lugar y la historia que hay detrás.

Sorbo tras sorbo, le contaba que, según la mitología griega, hubo una disputa entre Atenea y Apolo para decidir donde se construiría Delfos. Decidieron que sería justo en el punto más céntrico de la tierra, y Atenea como no, dijo que el centro se encontraba en Atenas. Como no iban a llegar a ningún acuerdo porque cada uno tiraba hacia donde más le convenía, Zeus intervino a modo de árbitro. Soltó dos águilas desde cada extremo de los confines de la tierra y predijo que donde se cruzaran sería el lugar donde se construiría Delfos. Las águilas se cruzaron y del colapso cayó una piedra, llamada “el ombligo del mundo”, y fue justo en la falda del monte Parnaso donde se estableció el centro de la tierra.

Mientras terminaba de leerle el sol empezaba a descender y empezamos a contemplar como los rayos se empezaban a ocultar tras las montañas. Pero para nuestra mala suerte no pudimos terminar de contemplar como los colores se transformaban y tornaban en anaranjados, ya que un guarda del lugar nos indicó con un “Parakaló” (porfavor en griego) que saliéramos de allí, ya que a las 20:00 el lugar se cerraba.

Nos quedamos con las ganas de atardecer, pero lo pudimos contemplar desde las alturas en uno de los bancos del paseo principal del pueblo que dan al valle.

El día había sido increíble, las vistas, leyendas y lugares que habíamos podido visitar habían sido más que suficientes para irnos felices a descansar…

Mañana volveríamos a la carga, pero esta vez cambiaríamos de Dios, dejaríamos Atenea de lado para conocer a Apolo.