Tras días de estudio llegaba el momento de partir rumbo al lugar elegido, la isla (Pulau) del algodón (Kapas). Debiamos descubrir no sólo el porqué de su nombre sino también si habíamos acertado con el destino.

El camino fue (o lo hicimos) sencillo, un autobus nocturno nos llevaba desde Penang a Kuala Terenganu por unos 60 ringitts a persona (poco más de 12 euros). Llegamos al lugar sobre las 6:30 de la mañana y, habiendo hecho los deberes la noche anterior, nos dirigimos al puerto desde donde partiría el barco hacia Kapas, el jetty del pueblo de Marang, como era bastante pronto y queriamos coger el primer barco a destino decidimos tomar un taxi “descontado” y por 25 ringitts realizamos el trayecto de una media hora hasta Marang.

A las 8 abrían las taquillas y aprovechamos para coger el billete (ida y vuelta por 40 ringitts a persona) y salir en el primer barco a las 9 de la mañana. También investigamos las opciones que tendríamos para dormir en la isla gracias a unos panfletos que las resumian a la perfección.

Y sobre las 10 llegamos al a Isla Algodón, una de las preferidas por los malayos para descansar los fines de semana y seguramente -pronto lo descubriríamos- también una de las menos contaminadas por el turismo de masas.

El primer contacto con el lugar fue bastante significativo, me recordó muchísimo a la película de “la playa” de Leonardo di Caprio, por este motivo y por ser seguramente la isla más paradisíaca de cuantas he visitado, Pulau Kapas se ha ganado (para mi) el apelativo de “La isla”.

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pasarelas para pasar de playa en playa

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bar del kbc

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entrada del kbc

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El motivo que tanto llamó mi atención fue conocer a la chica que gestionaba las reservas en los bungalows en que finalmente decidimos residir durante aquellos días. Dani, asi se llamaba la italiana que decidió perderse durante unos cuantos meses por esta isla perdida terminando trabajando para el KBC (Kapas Beach Chalet) era la viva imagén de la chica que lideraba el grupo o secta de turistas que convivían en la película de “la playa”… no sólo se parecía en sus dotes como dictadora o en la gestión del personal, también físicamente era la viva imágen de la chica de la película. Era sorprendente pero gracioso observar que, tras comentarlo con Vicky, ¡ella había pensado lo mismo!

Así pues tras conocer a Dani(ela), al personal del KBC y a los pobladores de casi el 100% de los resorts que cubrían parte de la isla, nos dimos cuenta de encontrarnos en el lugar “elegido” por turistas iluminados (algo muy parecido a la película que comentaba) ya que la mayoría de trabajadores eran occidentales y expertos viajeros que habían decidido disfrutar de unos meses en el lugar trabajando a cambio de alojamiento y desayuno. Encontrarnos en el lugar elegido podía ser una buena señal ya que turistas extranjeros parecía haber bien pocos.

Esta realidad unida a los pocos blogs que contaban maravillas del lugar corroboraron la intuición, la isla algodón (pronto lo viviríamos) era un verdadero paraíso perdido y semidesconocido en la costa este (repleta de islas maravillosas) de Malasia.

Habiamos conseguido una bonita cabaña para nosotros a pocos metros de la playa por 80 Ringitts la noche (unos 17 euros) y tras un ligero descanso comenzamos a planear posibilidades. La isla aún siendo de las más pequeñas, daba para mucho…

Nuestra cabaña en el KBC

Nuestra cabaña en el KBC

Si en Koh Rong debido a la imposible movilidad (solo podías hacerlo en barco a un coste de 10$ ida vuelta a persona) habíamos dedicado la estancia al dulce placer de no hacer nada y Phu Quoc en Vietnam era tan grande que no nos bastó una semana para recorrer sus rincones, Pulau Kapas tenía un espacio perfecto para disfrutar de sus encantos y a la vez descansar de las fatigas…

Las posibilidades eran varias, un snorkel que quitaba el hipo gracias al alucinante número de animales que habitaban esas aguas de un transparente jamás antes visto, la visita a la isla vecina Pulau Gemia donde podíamos entre otras cosas disfrutar de una piscina natural y conocer a las tortugas albinas, un trekking por la jungla del lugar, kayaks, disfrutar de la comida o tirarnos y tostarnos al sol.

Esa primera tarde mientras descansábamos al sol y recorríamos (a pie) parte de la costa, rápidamente comprendí el porqué de su nombre. La Isla Algodón debía su nombre a las características únicas de su blanca arena no sólo por el color sino por su tacto y suavidad, pisar la isla era como pisar algodón, una arena tan suave que daba aún más gusto del normal pasearse descalzo. Las chancletas en esta isla no valían para nada…

Habiendo tomado el segundo zumo más alucinantemente increible de mi vida (el de Angkor ganó a todos), un Mango Juice en el Quimi Beach Restaurant, y haber conocido a Quimi, la señora que regentaba no sólo el local sino también el Quimi Beach Resort, decidimos volver esa misma noche a cenar a este lugar reservando mesa y hora para degustar pescado local a la salsa Quimi.

Esa misma tarde de vuelta a nuestra cabaña para ducharnos conocimos al dragón de Kapas, un lagarto (los hay de hasta dos metros de largo) que frecuenta estas playas con tranquilidad. Nos dimos un pequeño susto. Pronto nos dimos cuenta que era docil como un caniche y había poco que temer…

Pensando en animales, también por la noche, sorteando las escaleras que dividen las diferentes playas, camino de nuestra cena en el Quimi, observamos (estábamos a oscuras) un extraño animal parecido a una araña (según Vicky, creo que flipa un poco, era una tarántula gigante) escondiéndose entre las piedras…

Y tras degustar la fabulosa cena de la señora Quimi (si alguien va por allí debería probar su salsa), nos dirigimos a descansar.

El día siguiente era sábado y se notaba. Nada más despertar nos acercamos a la playa y observamos el jolgorío que allí tenía lugar donde un gran número de Malayos llegaban a la isla y muchos otros se bañaban, hacían snorkel u otras actividades (casi siempre, no sé si por religión o por reparo del quemazón, vestidos de arriba abajo).

El día anterior habíamos preguntado por los precios de los Kayaks dándonos cuenta que los más baratos los tenían en el Harmony Campsite (30 Ringitts por el alquiler de mediodía), fuimos allí y disfrutamos de 4 encantadoras horas de kayaks. Encantadoras tanto por la actividad en si como por poder apreciar la alucinante belleza de esta isla, entre otras cosas de su tranquilidad, sus playas y el color transparente de sus aguas.

Inicialmente intentamos acercarnos a la isla de Gemia pero las aguas estaban algo movidas y ni Vicky ni yo teníamos excesiva buena práctica en el uso del kayak, y como uno es de los que prefiere no arriesgar si no merece la pena, acordamos dejarlo para otro día. Al final no visitaríamos esta pequeña isla que, al menos desde la costa de su vecina Kapas, parecía ofrecer bastante poco (la mitad de la isla la ocupaba un gigante resort).

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Rodeando la isla en kayak

Rodeando la isla en kayak

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y de playa en playa...

y de playa en playa…

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Descansos y chapuzones...

Descansos y chapuzones…

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Tras rodear Kapas, disfrutar de cada una de sus playas y darnos cuenta que, por posición, nuestro resort había sido la mejor elección (estaba en el medio de todo), nos acercamos al KBC a por unas mascarás para practicar snorkel.

Y como todo hasta ahora también para esta actividad Kapas era la mejor de las islas visitadas. Coral vivo no parecia quedar mucho pero peces los había de todos los tipos y colores; sabíamos que había tortugas y, algo que acojonaba un poco más, tiburones así que, intentándo superar el miedo (a veces de la mano) comenzamos a discurrir por el coral acompañados de nemos, morenas, peces fosforitos, pepinos gigantes o millones de erizos. En pasado he buceado en las Andamán o en aguas mexicanas como las de la isla de Cozumel y aunque Kapas no llegaba a estos niveles, se acercaba bastante.

Y así entre snorkel, kayaks y relax iban pasando los días. El día anterior a nuestra partida intentámos el más difícil (para mí) todavía, adentrarnos en la jungla…

Pero, la actividad no duró mucho…

No duró mucho porque la selva del lugar era aún más acojonante y densa de aquella de Koh Rong en la que (probablemente una King Cobra) se cruzó en nuestro camino. Constantemente debíamos tocar árboles y pisar hojas secas (sin saber lo que había debajo) y mientras caminábamos escuchábamos ruidos de pisadas que nos seguían (más tarde descubriríamos que eran lagartos), algo que acojona bastante, y más a alguien como yo que, no sé si porqué mis tios alguna vez jugaban metiendonos culebras dentro del pijama, tiene bastante respeto a estos bichos…

15 minutos de jungla sirvieron para recordarnos nuestra tarea pendiente en este gran sueño convertido en viaje, el trekking por la jungla, actividad que prontó se haría realidad ya que tras cuatro días en el paraíso de la isla del algodón nos acercábamos a nuestro último gran destino, el colofón final en este viaje, la selva más antigua del planeta, un lugar inalterado desde la época de los dinosaurios, el Taman Negara con sus cobras, panteras, elefantes, tigres, hormigas y flores gigantes, cuevas y árboles de más de 50 metros de altura.

La JUNGLA y una de las mejores experiencias de mi vida, nos estaba esperando.

 

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