Tras nuestra visita a Megalochori, un pueblecito pintoresco y con encanto, retomamos la marcha esta vez en dirección a Pyrgos.

Había estado estudiando lugares poco turísticos, pero con encanto inigualable, donde poder apreciar la magia de Santorini sin necesidad de estar rodeados de turistas, como sería el caso de Oia.

Entre todos los nombres que figuraban en diferentes blogs, uno captó mi atención, al parecer lo situaban en el mismo nivel de belleza que Oia, y la diferencia estaba en que uno se situaba en unos acantilados en el mar mientras otro, este era el caso Pyrgos, en el interior y en la más alta cima de la isla, motivo por el cual no estaba tan masificado.

Cuando llegamos, aparcamos el coche en un pequeño parking gratuito que se encontraba al inicio de la zona peatonal y subida al casco histórico. Empezamos a subir escaleras hacia lo alto, observando en cada callejuela durante el camino, un precioso conjunto de casas blancas con puertas y ventanas de un azul cielo que te hacía pensar que te encontrabas perdido en algún cuento sobre este fantástico país.

Todas las casas estaban perfectamente decoradas, tanto los colores de pintura que utilizan los locales para teñir sus habitáculos, como las flores que allí se posaban.

Durante el camino fuimos encontrando también ancianos sentados en las puertas de sus casas, hablando de la vida (o eso suponemos porque el griego difícilmente se entiende nada) y observando los viandantes qué como nosotros, no dejan de hacer fotos o de abrir los ojos de par en par alucinando con todo lo que estaban viendo a su paso.

Otra de las cosas que nos agradó de Pyrgos, fue el silencio que inunda sus calles, un lugar tranquilo, poco frecuentado y sobre todo genuinamente local.

Se puede decir, que este pueblo me enamoró a primera vista, su  primer contacto, esa primera casita blanca con la que pude cruzarme tan perfectamente decorada o alguno de esos ancianos conversando fuera de sus casas, ayudaron a que me quedara absolutamente prendada de aquel lugar.

Sabía que todavía quedaba mucha isla para ver, pero algo me decía que aquel lugar tenía algo especial, no sé si fue la calma, su silencio o los lugareños, lo que lo convirtió en mí lugar preferido de este viaje.

Entre foto y las muchas paradas para observar las vistas y callejuelas que no podíamos dejar de recorrer, nos dimos cuenta de que empezaba a hacerse tarde si queríamos acercarnos a observar el atardecer desde el extremo sur de la isla, así que regresamos al coche y nos dirigimos hacia el faro, conocido como “lighthouse”.

Antes de llegar, Sergio insistió en parar antes en un minimarket a por unas cervezas para contemplar todavía mejor el ocaso. Y así hicimos, de camino adquirimos dos Alfas (nuestra cerveza griega favorita) y nos pusimos en marcha.

La carretera que va hacia el faro es muy larga y un tanto estrecha, así que tardamos un poco más de lo normal en llegar. Debo decir que también tuvo culpa el paisaje, no podíamos dejar de ralentizar el paso, y así poder observar los enormes acantilados, la sorprendente forma de su enorme caldera y muchos de los pueblos que se encuentran en lo alto del abismo.

Tras el camino, conseguimos aparcar en el parking del faro, seguramente de haber llegado un poco más tarde no hubiéramos podido hacerlo ya que el lugar era diminuto.

Empezamos a caminar en la misma dirección que lo hacían las demás personas, que sin duda buscaban exactamente lo mismo que nosotros, un buen lugar desde donde contemplar las vistas a la caldera y donde el atardecer fuera inolvidable.

Caminamos hacia el extremo, donde unas rocas a los pies del faro nos servirían de sillas para poder acomodarnos para el espectáculo.

Lo primero que hicimos después fue abrir las cervezas y brindar por podernos encontrar en aquel lugar, en aquella isla y en aquel momento, y por todo lo que aún estaba por llegar.

Sorbo tras sorbo, el sol iba descendiendo y el espectáculo de colores no podía hacer más que dejarnos atónitos. Sergio aprovechó también para sacar algunas fotos, el lugar lo merecía.

El único pero que le ponía a aquel lugar, era la cantidad de gente que lo frecuentaba, y eso que todavía no estábamos en agosto, no cabía un alfiler y el romanticismo perdía un poco de protagonismo.

Cuando el espectáculo terminó y dio comienzo la noche, descendimos de nuevo por aquel camino de rocas y nos metimos en el coche. Pusimos rumbo a Emporio, donde hacía algunas horas antes habíamos observado los precios de los restaurantes, habiendo elegido la taberna “ΨΗΣΤΑΡΙΑ ΟΒΕΛΙΣΤΗΡΙΟ” (no encontramos su traducción) para deleitarnos con unos buenos gyros mientras seguíamos el mundial en directo acompañados de una cena típica griega y unas buenas cervezas Alfas, todo ello por 10€.

Después del partido y habiendo llenado nuestras barrigas, tocaba regresar al hotel, estábamos exhaustos y necesitábamos recargar pilas para poder recuperar energías que necesitaríamos al día siguiente, por fortuna aún quedaba mucha isla por delante.