El sábado 8 de septiembre despertamos temprano con un brillo de ilusión en nuestros ojos y una sonrisa que cubría nuestro rostro. Recogimos nuestras pertenencias, las metimos en el coche y tras conducir cinco kilómetros llegamos al puerto.
Poco nos tocó esperar, ya que a la media hora un barco de grandes dimensiones se aproximaba al muelle. Una vez dentro y en marcha no tardamos más que una hora y media en llegar al puerto de Poros, concretamente a las 9 de la mañana. Hasta las dos de la tarde no disponíamos de nuestra habitación, pero quisimos intentarlo, así que pusimos rumbo hacia “Bella Apartments”, que se encontraba en la localidad de Peratata (a una hora aproximadamente del puerto de Poros).
Nada más aterrizar en aquella isla pudimos darnos cuenta de que no contaba con unas carreteras donde pudieses circular a gran velocidad o que estas atravesaran la montaña. Debíamos empezar subiendo un puerto de montaña y circular por carretera más bien estrecha cercana a acantilados o rocas salientes con carteles que te advertían de “peligro por desprendimiento” y curvas no aptas para gente sensible a los mareos.
Tras ese primer “contacto” con la circulación en la isla, llegamos a nuestro hotel. El dueño del mismo nos confirmó lo que ya sabíamos, que no podíamos disponer de la habitación hasta las dos de la tarde. Nos indicó que podíamos ir a una playa cercana mientras pasaba el tiempo hasta que pudiéramos dejar nuestras pertenencias.
La playa a la que nos dirigimos se llama “Trapezaki beach”, el camino para descender hacia ella es más bien de cabras, no está asfaltado pero debo decir que no es de gran dificultad circular por ella. Una vez allí, la playa se divide en dos zonas, a la derecha había arena y ninguna sombrilla pero algo de oleaje, y a la izquierda, un bar, algunas sombrillas y un hotel, pero a lo lejos una zona de arena alejada del turismo de masas con aguas tranquilas donde poder refrescarte y estar tranquilo. La entrada al agua es un poco costosa ya que hay rocas, y si no dispones de unos zapatos de agua, no lo disfrutas del mismo modo.
Allí plantamos nuestro “campamento”, la toalla, mochila y crema, no necesitábamos nada más, así que relajados y disfrutando de la playa, nos quedamos hasta entrada la hora de la comida. Empecé a buscar restaurantes cercanos donde no nos arrepintiéramos por haber entrado. El dueño del hotel ya nos había advertido que cerca a esta playa había restaurantes muy caros.
Gracias a la ayuda de reseñas de otros que como nosotros buscan un lugar donde poder comer sin necesidad de dejarte el sueldo, encontré el restaurante “Il Borgo” que se encuentra ubicado a los pies del “st George Castle”. A primera vista puede parecer un restaurante costoso, porque dispone de unas vistas preciosas al mar y está en la misma muralla del castillo, pero tras observar la carta pudimos apreciar que los precios eran “normales” e incluso económicos para el lugar donde se encuentra.
Empezamos pidiendo unos entrantes, “croquetas de calabacín” y para acompañar una buena “musaka” casera. Todo ello, junto con una “Fix” bien fresca, nos salió por 18€. El postre te lo sirven ellos sin ningún coste adicional y como “regalo”, en nuestro caso fueron uvas.
Una vez satisfecho el apetito, ahora sí, nos dispusimos a volver al hotel para poder al fin hacer el checkin y descansar de tan largo viaje. La siesta pudo con nosotros y tras el descanso y una buena ducha para espabilarnos, pusimos rumbo hacia Argostoli, un pueblo costero cercano a Peratata.
Una vez allí, aparcamos el coche cerca del paseo marítimo del que dispone, y decidimos que lo mejor sería empezar por el casco histórico. La plaza y la iglesia eran muy bonitas, pero no había ni un alma y las calles estaban desiertas. Aprovechamos para hacer alguna foto y volvimos al paseo marítimo, donde paseamos y disfrutamos contemplando los barcos amarrados al muelle y de la estampa de aquel pueblo que a simple vista parecía totalmente “nuevo”.
Nuevo porque todas las construcciones eran parecidas y los años al parecer, no habían pasado por aquellos edificios.
Al principio pensamos que serían los negocios y los hoteles los que habían construido edificios nuevos, pero investigando un poco la historia del lugar, resultó que en el año 1953 un devastador terremoto de 7.2 en la escala Richter, destruyó casi toda la isla, obligando a sus habitantes a reconstruir de nuevo todo.
Tras la visita pusimos rumbo al faro de “Sain Theodore”, que se encuentra a unos 4 kilómetros de Argostoli. El lugar es precioso, tiene una estructura circular con columnas y la mejor hora para visitarlo es justo cuando el sol está descendiendo en el horizonte. Nosotros llegamos en el momento en que los colores anaranjados cobraban protagonismo, un espectáculo digno de ver.
Antes de que anocheciera, quisimos poner rumbo a una cala que al parecer era de las más bonitas de la isla, “Pessada beach”. Para llegar a ella se deben descender varios escalones, si se hace a horas donde el sol pega con más fuerza puede llegar a ser “pesado”, pero si en cambio, os acercáis por la tarde, puede ser hasta un paseo agradable.
Es una playa muy pequeña de arena, pero inmensamente bella. Aguas cristalinas de azules turquesas te invitan a adentrarte en ellas… El único “pero” que puedo verle es que dependiendo la hora en la que la visitas, no hay sol y es la sombra la que cubre en mayor parte de su superficie. Pero la parte buena de visitarla cuando el sol ya no cobra protagonismo, es que puedes hacerlo en la soledad, ya que deja de estar concurrida por la masa de turistas que acuden a ella en busca de un buen bronceado.