La isla de Salamina es conocida y reconocida mundialmente gracias a su pasado, más concretamente a que aquí tuvo lugar una de las mayores batallas navales de la historia de la humanidad, esa en la que las ciudades estado de Grecia consiguieron echar definitivamente al ejército invasor de los persas con el rey Jerjes I a la cabeza, que amenazaban con destruir el entero imperio griego.

Esta guerra fue la sucesiva a la también mítica “batalla de las Termópilas” en la que según la leyenda 300 espartanos contuvieron durante días al ejercito Persa compuesto por cientos de miles de guerreros invasores…

Y si hay un ejemplo que pueda retratar todo ello, sería la saga de películas de 300, en la que mucho músculo y más sangre si cabe, hicieron reconocer casi a la entera humanidad estos rincones de la tierra de otra manera tan olvidados.

Vicky y yo llegaríamos aquí no tanto gracias a la mítica película sino debido a la necesidad de encontrar un lugar donde vivir durante poco más de un mes, y poder también así hospedar a los familiares que viniesen a vernos durante nuestra aventura en Grecia. Por ello una necesidad imprescindible era que la casa estuviese cercana a la capital griega de Atenas, lugar donde podrían llegar desde diversos rincones de España.

Nuestra casa en Salamina

Investigando posibilidades, opciones en Airbnb y google maps, una desconocida isla surgió en nuestra realidad, se llamaba Salamina, distaba poco más de una milla náutica de Atenas y parecía ser uno de los pocos lugares donde poder disfrutar de playas y relax, en el mes en el que hordas de turistas abarrotaban el resto de islas griegas…

También descubriríamos la batalla que allí tuvo lugar, el motivo por el que era tan poco turística y que existían diferentes, aunque pocas, posibilidades para encontrar casa. Sería aún Junio cuando descubriríamos un bonito chalet cercano al mar a muy buen precio, con espacio suficiente para todo aquel amigo o familiar que quisiera venir a visitarnos pudiese alojarse….

Reconociendo que las posibilidades no eran muchas y esta casa podía dar mucho de sí, no dudamos un instante en alquilarla, y ese sería el motivo por el que un 4 de agosto del año 2018 Vicky y yo junto a mi coche, embarcábamos en un pequeño ferry desde el puerto de una ciudad llamada Perama rumbo a la isla de Salamina.

Menos de 15 minutos y unos 8 euros después, llegábamos a una isla cuya primera impresión no podía ser mejor. Las aguas tenían un intenso azul verdoso que nos era difícil reconocer en otros lugares visitados y las pocas casas que poblaban las montañas que formaban la isla, unidos a la enorme bahía que la formaba y sus calmadas y bonitas aguas, nos hacían comprender que seguramente el lugar daría mucho y muy bueno de sí.

El islote tiene 96 km2, lo que traducido a nuestros conocimientos indicaba que solo era un poco más grande de la isla de Formentera, suficientemente grande como para disfrutar y descubrir pueblos, calas y algo de historia durante el mes que pasaríamos allí, pero también lo suficientemente pequeño para no estresarnos demasiado, disfrutar del relax, el mar y la buena comida y poder visitar buena parte de la isla.

Llegando al puerto de Salamina

Y ahora, llegados y una vez en tierra había llegado la hora de comenzar a explorarla…

Lo primero que haríamos sería recorrer los escasos 15 kilómetros que separaban el puerto de la que sería nuestra morada, una casa a 200 metros del mar que habíamos alquilado por el módico precio de 550 euros al mes.

Llegados al lugar donde habíamos quedado con el propietario, rápidamente nos dimos cuenta de lo que imaginaba. La casa tenía espacio suficiente y todo cuanto habríamos necesitado, aunque daba bastante más miedo del normal y también estaba internamente algo dejada o anticuada…cosas que saltaban a la vista cuando decidimos alquilarla, con pros como el espacio que nos ayudaban a disfrutar y hacer disfrutar a nuestras visitas, y otras contras que a la larga dejarían de serlo…

Y así, aunque inicialmente tuvimos que comprender las distintas maneras de abrir las puertas y ventanas y accionar la alarma para no liarla y admitimos que se parecía un poco a la casa del terror, con fotos de ancianos moribundos en blanco y negro (vete a saber si aún siguen vivos) al más puro estilo “Los otros“, aceptando también que los primeros días preferiríamos y decidiríamos acompañarnos casi constantemente a cada esquina de la mano intentando prevenir sustos o descubrir extrañas presencias en solitario, poco a poco el tiempo pondría todo en su sitio…

Todo en su sitio para investigar, recorrer y disfrutar al máximo de una isla que sin saberlo nos sorprendería muy gratamente…

Salamina es la mayor de las islas Sarónicas, llamadas así por encontrarse en el reconocido como golfo de Sarónica, que se abre entre las regiones de Ática y el Peloponeso, una isla cuyo nombre deriva de la palabra Salam, que significa paz o calma y con la que ya venía denominada en la época de Homero.

Situándose a un escaso kilómetro de la bulliciosa Atenas puede ser difícil de creer el motivo de un nombre que derive de la calma, pero nada más lejos de la realidad ya que, seguramente sea este el motivo por el que esta isla es realmente una de las más tranquilas islas griegas…

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Si alguien habla o piensa en Grecia inmediatamente asaltan a su cabeza imágenes de playas o islas, nombres como la mágica Santorini, la maravillosa Zante o la alegre Mikonos, y muy difícilmente pueda surgir por ningún rincón la desconocida Salamina.

Este hecho junto a la realidad de encontrarse muy pegada a Atenas, con el tráfico de barcos y suciedad que ello podría conllevar, la ha hecho y hace pasar totalmente inadvertida sobre el resto de islas griegas, siendo seguramente una de las menos atractivas o conocidas para los turistas…

Y esa fortuna, el hecho de no atraer a centenares de miles de turistas al año, hace de ella un lugar realmente idílico y especial en el que no solo disfrutar de una calma sin igual, sino también de fabulosas playas con aguas totalmente cristalinas y transparentes.

Playa de Faros

Puede parecer raro pero es la realidad, en Salamina se pueden encontrar playas sorprendentes, calas salvajes y solitarias y aguas de distintos colores turquesas en los que puedes observar tus pies incluso a cientos de metros de la orilla gracias a lo transparente de sus aguas.

Pueden divisarse barcos pero la isla no contiene puertos especialmente grandes ni las corrientes derivan en ella ningún tipo de suciedad. Nosotros acabábamos de llegar y no sabíamos nada de esto, en realidad no sabíamos nada de nada, y debido a ello también podíamos temernos lo peor, ya que no existían blogs ni webs que hablasen de ella. Por ello nuestra misión y necesidad sería descubrir la mayoría de sus rincones, y en especial, lo haríamos con sus playas…