Despertamos temprano pero algo cansados fruto de la excursión del día anterior, 15 kilómetros de ascensiones bajo un sol abrasador y una temperatura que superaba en creces los 32 grados centígrados, hacían que nuestros cuerpos desearan más seguir durmiendo unas cuantas horas que volver a caminar.

Pero si deseábamos descubrir y adentrarnos entre las rocas gigantes que parecen estar flotando en el aire conociendo nuevos monasterios, debíamos hacer un esfuerzo y despertarnos para ponernos en marcha.

El desayuno y la ducha ayudó bastante a recargar esas pilas de más que necesitaríamos para el día que nos esperaba. Preparamos los bocatas y cargamos, como el día anterior también con dos botellas de agua.

Una vez en la recepción y cuando entregamos la llave, el dueño del hotel quiso preguntarnos hacia donde nos dirigiríamos ese día. Le indicamos que nuestro objetivo era ver el gran Meteoro, pero que si el nos aconsejaba ver otras cosas, que por favor, nos ayudase a saber hacia donde dirigirnos.

Sonriendo nos señaló el fondo de pantalla de su ordenador, donde una foto mostraba un monasterio al parecer escondido y desconocido, en una cueva en una montaña. Nos quedamos sorprendidos y al ver nuestras caras nos indicó cual sería la mejor ruta que podríamos hacer para ver cuanto queríamos y de paso conocer este convento desconocido.

Primero para poder llegar al gran Meteoro, debíamos dejar el coche aparcado un poco más arriba del monasterio de San Nickolau, y desde allí ascender por el camino que está indicado para llegar primero hasta el de Varlaam. Después desde ese punto podríamos caminar por la carretera hacia el covento del gran Meteoro y tras este continuar por un camino no señalizado que nos llevaría hasta el monasterio “escondido”.

Contentos nos pusimos en marcha, y mapa en mano y ruta en la cabeza, empezamos a trazar el camino.

Primero llegamos hasta el primer punto, cerca del monasterio de San Nickolau, donde aparcaríamos nuestro coche. Ese sería nuestro inicio de excursión, un camino que atraviesa la espesa vegetación entre las altas y gigantes rocas.

La caminata duró una hora, y se hizo bastante dura sobre todo por las empinadas cuestas que formaban la ascensión, pero tras un poco de sufrimiento, llegamos a los pies del monasterio de Varlaam. Nuestra intención era poder entrar a verlo, pero justamente ese día estaba cerrado, así que nos apuntamos como “pendiente” para el día siguiente (poco antes nos había pasado lo mismo con el de San Nikolas).

Seguimos desde allí un camino por carretera hacia el monasterio cercano del Gran Meteoro. Durante el rato que nos llevó llegar, no paramos de observar las increíbles vistas hacia Kastraki y al gran valle, que en ocasiones me recordaba bastante familiar a la película de Jurasik Park.

Una vez en la entrada de la abadía, decidimos pagar la entrada de 3€ a persona y adentrarnos para observar todo cuanto pudiéramos. Nos sorprendía la hazaña de los que en su día, treparon estas rocas para empezar a construir estos increíbles monasterios que parecen estar flotando en el aire literalmente.

Nos preguntábamos una y otra vez como había sido posible hacer semejante construcción a tanta altura y en tan difícil terreno, ya que, de no existir escaleras (y antes no las había), la única forma que había de llegar hasta arriba era trepando.

Seguramente los monjes de aquella época no solo creían en la fe de Dios, sino en ellos mismos, porque para trepar, llegar hasta arriba y empezar a construir un lugar sagrado donde poder estar más cerca del “creador”, debían estar muy seguros de sí mismos.

Una vez dentro y pagada la entrada, tuve que ponerme una especie de “delantal” para cubrir mis piernas, ya que está totalmente prohibida la entrada a todas aquellas personas que no cubran sus hombros y piernas.

Vicky con el primer pareo

Para evitar enfados o confusión, disponen de estos trapos para que todo el mundo pueda entrar y nadie se quede fuera por no haberse acordado de llevar otro tipo de vestimenta. Siendo verano y con el calor que hace, es lógico que más de uno piense en llevar ropa ligera y no, en ir tapados de la cabeza hasta los pies.

Con mi nuevo look puesto, entramos y empezamos a recorrer toda la estancia. Había de todo, es el más grande de los monasterios y tiene una antigua bodega de vino que ahora sirve de museo, una antigua cocina muy parecida a la de la película de “El mago Merlín”, cuevas, un jardín y una capilla.

Dentro de la capilla está prohibido hacer fotos y a nosotros casi nos pillaron “infragantis” utilizando el modo “selfie” para sacar alguna instantánea de aquel lugar que sin duda, se lo merecía. Los murales que hay pintados, los colores, los muebles y la infinidad de lámparas que cuelgan te hacen tentar las ganas de sacar alguna foto para el recuerdo.

Después de aquella intensa visita, pusimos rumbo al misterioso monasterio del que en ningún blog habíamos oído hablar y tampoco veíamos en mapas. El dueño del hotel al haber nacido aquí era buen conocedor de estos secretos todavía hoy pocos conocidos y escondidos, y gracias a que compartió su información con nosotros  pudimos llegar hasta el escondite de este increíble monasterio.

El camino hacia destino se encontraba a pocos metros del parking del Gran Meteora, era una vía colindante al monasterio que te hacía atravesar espesos bosques y empinadas cuestas cercanos a acantilados entre las inmensas rocas que dan nombre a este lugar.

El recorrido dura aproximadamente 45 minutos con el sol y el calor como compañeros, algo que lo hace un poco más difícil. Por lo escarpado del terreno, no es apto para personas mayores o niños, y mucho menos en verano.

Nosotros llevábamos provisiones, sombrero para evitar una insolación y mucha agua, para hidratarnos durante todo el camino, requisitos indispensables para cualquier trekking por Meteora durante estas fechas.

Tras este esfuerzo, llegamos hasta los pies de una montaña que cobijaba una cueva en la que se había construido con todo tipo de detalles un monasterio empedrado precioso que parecía suspendido en el vacío…

Empezamos a subir las escaleras hasta llegar a la parte de arriba, pensábamos que quizás no podríamos verlo, pues no teníamos pensado pagar la entrada siendo tan pequeño, pero para nuestra sorpresa la entrada era gratuita, obviamente si aplicábamos la lógica, no mucha gente y menos en verano, era capaz de llegar hasta allí caminando. Un chico que estaba en modo de “guarda” nos dijo exactamente eso que estábamos pensando nosotros, al no salir en los mapas y al ser de difícil acceso, pocos se atreven a llegar hasta allí y por eso, la entrada es totalmente gratuita, en modo de recompensa para todos aquellos que consiguen llegar.

El monasterio en sí es muy pequeño, tan solo tiene una cueva en modo de capilla donde nos comentó el chico que una vez al año se celebra una misa, y una capilla donde como en las que ya habíamos visto en los anteriores monasterios, preciosos murales pintados y lámparas que cuelgan poblaban todo.

El paisaje y la ubicación donde se encuentra este convento es increíble, sin duda alguna es totalmente recomendable una visita si llegas aquí y cuentas con algo de tiempo y energías.

Tras la visita, paramos en una sombra a comer los bocatas que habíamos preparado y tras haber cogido de nuevo fuerzas reanudamos nuestra marcha para hacer el mismo camino que habíamos empezado esa misma mañana, pero al revés. Tocaba regresar al hotel, darse una ducha de agua fría y disfrutar de una ansiada siesta.

Tras hacerlo despertamos como nuevos, eso sí, algo doloridos por los dos días consecutivos que llevábamos de excursionistas. Una vez descansados decidimos dedicar la tarde o lo que quedaba de ella, en ir a disfrutar de un atardecer en algún lugar diferente.

El día anterior habíamos elegido disfrutarlo desde los pies del monasterio de Rossanou, que sin duda para nosotros fue el lugar con mejores vistas y más magia de todo el viaje. Pero para cambiar un poco, decidimos que esta vez sería desde una cima cercana al monasterio de Varlaam que no habíamos visitado.

Allí nos dispusimos a hacer un picnik con unas cervezas, algo de queso y unos palitos para acompañar. Después de tan exquisita merienda y tras hidratarnos con cebada local, nos dispusimos a movernos en coche en dirección opuesta a donde nos encontrábamos para buscar otro lugar desde donde seguir contemplando el atardecer, un rincón que ya conocíamos,. un mirador que se encontraba entre Santísima Trinidad y Rossanou con unas vistas impresionantes al primero de estos monasterios y la ciudad de Kalambaka.

Durante todo el tiempo que duró el ocaso estuvimos a solas del paisaje, nadie paraba en aquel lugar, y era algo que por lo menos a mí, me encantaba. Poder disfrutar en un rincón tranquilo de semejante belleza y encima en la soledad y el silencio, es una de las mejores actividades a realizar en Meteora.

Llegada la noche volvimos al hotel, necesitábamos descansar ya que al día siguiente nos tocaría volver a caminar en nuestra última exploración, ya que sería el último en este místico lugar de rocas flotantes más parecido a la película de Avatar que al mundo conocido.