“Un viaje de mil millas comienza con el primer paso.”- Lao-Tsé, filósofo

 

El vuelo salía desde Palma de Mallorca a la 13:40 con destino a Londres, ese sería el primer vuelo de varios que tenía por delante hasta llegar a destino, Bangkok.

Cuando aterricé en el aeropuerto de Heathrow, no tuve que esperar demasiado para subirme a mi segundo avión, pues al ser un vuelo conexionado bastaba buscar la puerta de embarque. Fueron solo dos horas de espera, pero debo decir que se me hicieron eternas. Estaba ansiosa por subirme y que pasara rápido el trayecto para llegar por fin al que sería mi primer destino de muchos.

Para matar el tiempo en el aeropuerto, di una vuelta por las tiendas y restaurantes, aquello parecía más un gran centro comercial que una terminal.

No tardé más de una hora en volver a la puerta de embarque, ya que en los paneles empezaba a aparecer la llamada de mi vuelo. Mientras esperaba para poder entrar, me fijé en cómo era ese avión, donde pronto pasaría más de 13 horas.

Debo confesar que padecía una especie de crisis nerviosa siempre que tenía que subir a un avión. No me gustaba volar, pero me apasionaba viajar, con lo que era un miedo que no me podía permitir.

Siempre realizaba una especie de ritual antes de embarcar, totalmente diferente en cada viaje, pero se basaba básicamente en preguntar a las azafatas sobre el tiempo, mirar estadísticas de accidentes de la compañía o examinar detenidamente el aparato antes de entrar, como si fuera una ingeniera aeronáutica o algo por el estilo, pero era algo que a mí personalmente, me tranquilizaba. Después de realizar aquel rito solo quedaba relajarse, intentar dormir todo el tiempo que pudiera, y rezar si sentía turbulencias.

El miedo, como antes comentaba, forma parte de la vida y todos tendemos a sufrirlo en algún momento. Debemos afrontarlo e intentar conseguir que no nos impida hacer aquello que nos da ilusión o las acciones que necesitemos para alcanzar nuestros objetivos. Así que me tocaba afrontar aquel temor a viajar, y eso fue lo que hice, no dejaría que la preocupación pudiera a mi ilusión.

Cuando entré en el avión, me apresuré a colocar la maleta en la cabina para poder sentarme y empezar a relajarme. Empecé sacando mi e-book para empezar a leer un poco y ver si así lograba dormir ayudando a que el sueño se apoderase de mí.

No había pasado ni media hora, cuando dieron la nota de aviso, ya nos dirigíamos a pista para realizar el despegue, era hora de empezar a cambiar el chip y desconectar de todo aquello que no me hacía feliz.

Al rato empezaron las demostraciones de seguridad, apagaron las luces, me abroché el cinturón de seguridad y empecé a disfrutar (todavía algo nerviosa por volar) de aquellas magníficas vistas, Londres anocheciendo.

Una vez el avión se estabilizó, empezó a desfilar el equipo de tripulación de la compañía, repartiendo unas toallitas húmedas calientes para que nos pudiéramos limpiar las manos. Acto seguido, las recogieron, nos dieron un aperitivo y posteriormente la cena.

Tras cenar, puse una película en la pantalla de mi asiento, me descalcé para estar más cómoda y así evitar también que se me hincharan los pies y terminé tapándome con la manta que repartían, consiguiendo así dormir en paz.

Desperté en varias ocasiones durante la noche, pero por lo menos logré dormir un poco hasta que encendieron las luces y empezaron a repartir el desayuno, en breve aterrizaríamos en Hong Kong.

El aterrizaje puedo decir que lo disfruté más que el despegue, no sé si fue el sueño el causante o los nervios por tocar tierra firme, pero lo que podía contemplar no hacía más que relajarme.

Aterrizando en Hong Kong

Al salir del avión, me esperaban dos horas de escala, pero entre que tuve que pasar por emigración, entregar papeles, sellar el pasaporte y sacar los billetes para Bangkok, se me pasaron volando.

Era extraño el aeropuerto, demasiados colores, muchos letreros en chino totalmente incomprensibles, y poca información.

Una vez embarcada pude comprobar que nada tenía que ver ese tipo de avión con el que estaba acostumbrada a volar. Estaba totalmente revestido de una especie de moqueta roja con adornos chillones, y prácticamente, yo era la única pasajera con ojos redondos en todo el avión.

Tenía la esperanza de que me tocara ventana, pero la mala suerte hizo que mi asiento estuviera colocado estratégicamente en medio de 4 asientos más.

Debo decir que la gente que tenía a mi alrededor no hacía más que sonreírme y saludarme (como si me conocieran), y así empecé a darme cuenta de que la gente de estos lugares, poco tenía que ver con la que dejaba atrás.

Una vez el avión despegó, repartieron un aperitivo y sin darme cuenta, llegué a mi primer destino, Bangkok.

Al salir del avión respiré hondo en modo de relajación, había pasado más de 17 horas volando y esperando (escalas), al fin llegaba a destino. Pronto sería la gravedad y la tierra firme que estaba pisando quienes cobrarían protagonismo durante un mes.

Si te ha gustado el post, tal vez pueda interesarte conocer de primera mano mi experiencia en solitario que reflejé en mis diarios en Tailandia en tu mochila;