En el segundo día en la ciudad de la luz, la luz parecía haberse hecho y habíamos descubierto o recordado, muchos de los rincones que hacen mágico a este lugar, por ello aprovecharíamos el último día para hacer repaso y discurrir los rincones e interiores de los sitios que más habían llamado nuestra atención.

No podía faltar Monmartre ni el barrio de Little Africa con lo que nuestra primera incursión fue por sus lugares, plazas y mercados.

Una vez satisfechos nos acercamos a descubrir un lugar que habíamos podido apreciar solo ligeramente, la Catedral de Notre Dame desde dentro…

Esta vez hicimos la cola de unos cien metros que distaba de su puerta, larga cola que solo duró pocos minutos tras los cuáles y como imaginábamos, pudimos acceder gratuitamente al interno de la enorme iglesia.

Una vez dentro, la espectacular iluminación acompañada de luces de colores violetas, sus inmensas vidrieras y pequeñas capillas a los lados, daban al lugar un aire de magia que parecía sacado de un mundo de fantasía. Aparte de la más enorme de las Catedrales que jamás había visitado, lo cuidado y colorido del lugar hacían que Notre Dame pareciera más un enorme palacio del estilo el Taj Mahal que una de las iglesias góticas francesas más famosas e importante del mundo.

Una vez dentro, aprovechamos sin saberlo a introducirnos por una pequeña rendija en una misa privada. Al apreciar la situación, disimulamos lo mejor que sabíamos estudiando la escena, hasta poco después volver por donde habíamos entrado y continuar nuestra visita al lugar…

Notre Dame dio mucho de sí y sin darnos cuenta ya llegaba la hora de comer. Nuestra mejor opción era acercarnos al cercano barrio latino y disfrutar tanto de él como de la preciada comida francesa.

Una preciosa iglesia y muchos callejones coloridos y empedrados después, nos acercamos a un restaurante que decía ofrecer vino gratis…pésima elección que nos pilló desprevenidos, para otra no hay que dejarse guiar solo por el hambre…

Antes, durante e incluso después de comer, aprovechamos el barrio Latino para descubrir que era junto a Montmartre y Little Africa, el lugar más animado, colorido e inspirador de cuantos habíamos conocido en la capital francesa. Un rincón con mucha marcha y geniales opciones tanto para comer como para disfrutar de una buena copa de vino o comprar un souvenir al mejor precio…

El cansancio se hizo latente y volvimos a nuestra morada, debíamos hacer tiempo para terminar de la mejor manera nuestra aventura por París. Pronto volveríamos a la plaza con las vistas más maravillosas para apreciar y despedir la preciosa Torre Eiffel, antes, durante y después del cambio de luces que estaba por comenzar…

Tras llegar a Trocadero y perdernos con las fotos, fuimos acercándonos a la inmensa torre que comenzaba ya a ser iluminada, y propuse a Vicky subir a la torre de una manera diferente, desde dentro, desde sus escaleras, pudiendo tocar sus entrañas mientras observábamos como poco a poco la ciudad se oscurecía…

Para subir existían distintas opciones y yo había hecho años atrás la más común, subir en ascensor, en repetidas ocasiones con mi madre. Yo tendría unos diez años y ambos subimos solos, mi padre nos esperaba abajo y juntos compramos un billete para subir hasta el último de los pisos de la torre…en esos momentos no recuerdo cuál fue el precio pero ahora era de nada menos que 25 euros…

Como con mi madre, en buena parte debido a que no sabía francés y nos confundimos de ascensor (hay unos para bajar y otros para subir), subí en más de 4 ocasiones habiendo pagado solo una, esta vez decidí proponer a Vicky una aventura que seguramente nos iba a encantar.

Y de este modo elegimos subir a pie, y aunque solo se podía hasta el 2 de los pisos (el intermedio) ya que las escaleras no llegaban a tanto, el precio por persona era solo de 10 euros y yo estaba seguro que la excursión sería mucho más auténtica que dejarse llevar por la rapidez y falta de tacto de un ascensor…

De este modo subimos la torre peldaño a peldaño, pudiendo tocar el entramado con que se había formado e intentar imaginar como diablos habían podido crear todo eso en tan solo dos años. Uniendo a la dificultad mi vértigo y teniendo en cuenta la manualidad de la época, me parecía una misión totalmente imposible…

Mientras subíamos fotografiábamos la ciudad y disfrutábamos del entorno, a la vez que hacíamos las diferentes paradas.

Llegamos al primer piso y observamos que lo que desde abajo parecían restaurantes, realmente lo eran. Aprovechamos para conocer que por 80 euros a persona (nos parecía poco para lo espectacular del lugar) podías disfrutar de una magnífica cena o de que algunos rincones también venían utilizados como skybar o bares de copas y paseamos por el lugar.

En la primera planta podíamos observar como la ciudad y sus edificios iban haciéndose cada vez más pequeños… Comenzaba a caer la noche y podía apreciarse la belleza del lugar desde otro punto de vista, y así observábamos Trocadero y el sena en una de las zonas, Notre Dame y el barrio latino en otra o el campo de Marte y fabulosas cúpulas y campanarios en otra, todo un espectáculo que continuaríamos viendo mientras seguíamos ascendiendo…

Y eso hicimos, subir y subir y disfrutar del camino. Un camino que por fortuna estaba completamente vallado eliminando el temor y las vistas que de no ser así hubiera supuesto y, calmando uno de mis principales temores, el del vértigo…

La escalera estaba pensada para todos los públicos y tanto hasta el primer piso como hasta el segundo así era y así lo podía yo agradecer.

Pronto conseguimos llegar a nuestra última parada, el segundo piso, un espacio que como en la primera planta, contenía un corredor que lo atravesaba todo, que junto a las vistas que desde allí divisabas creaban un espectáculo que realmente merecía y mucho la pena…

Y pronto se hizo la luz, y es que a cada hora en punto a partir del anochecer, comenzaba “el cambio de luces”, un espectáculo que no íbamos a perdernos e incluso podíamos tocarlas, ya que pudimos disfrutarlo desde las mismas entrañas de la torre Eiffel.

Llegaba el momento de despedir a París, llegaba el momento de comenzar el descenso y recordar y asegurarnos, que nos faltaban cosas que hacer en nuestra próxima visita… Visitar el Louvre por dentro, explorar las catacumbas y algo que habíamos dejado de hacer aposta, subir a lo más alto de esa magnífica torre en que ahora nos encontrábamos. París había dado mucho de sí en muy poco tiempo y eso era algo que siempre llevaríamos con nosotros.

El recorrido de vuelta era bien conocido, volveríamos al barrio Little Africa parando en la parada de metro de Chateu Rouge o castillo rojo. Pocos y preciosos metros empedrados y coloridos después llegábamos a casa, y ahora tocaba despedir el lugar con otros de nuestros sentidos…

Copas de Bourdeaux en mano y algunos de las mejores clases de queso francés nos esperaban para brindar agradeciendo al mundo y a la vida por realidades como esta bautizada con el nombre de la ciudad de las luces…