Por la mañana despertamos temprano, recogimos nuestras cosas, pagamos al dueño de la pensión y con nuestro coche nos dirigimos al centro de la ciudad. Aparcamos cerca de la parte histórica con la idea de desayunar algo rápido para poder perder el tiempo en los monumentos o lugares que aún nos faltaban por ver.

Como no encontramos ningún sitio donde hicieran el (según algunas guías y blogs) desayuno típico Rumano (pan, queso, tomate , embutidos varios y pepino), paramos en el primer bar que nos venía de paso. Parecía algo caro para lo que es Rumanía, pero un desayuno bastó para dos personas, así que al final nos salió barato.

El restaurante se llama restaurant bar café Martini, los platos son abundantes y la comida está riquísima.

Nos sirvieron una tortilla francesa con queso y jamón en abundancia y dos tanques de café con leche y pan. En total fueron unos 40 lei, pero con lo que desayunamos, no volvimos a comer hasta llegada la noche.

Cuando tuvimos las pilas recargadas nos pusimos en marcha hacia la Torre del Reloj, para ver si teníamos suerte y podíamos subir a ella. Llegamos a la plaza, donde se encuentra la casa donde nació Vlad Tepes, y donde la noche anterior habíamos cenado.

La casa de Vlad desde fuera

En esa misma plaza, hay también una especie de mirador donde puedes disfrutar de unas increíbles vistas panorámicas a la ciudad y a los montes Cárpatos.

Decidimos acercarnos a preguntar el coste para subir a la torre, algo que nos tiró para atrás haciéndonos pensar si no sería más conveniente visitar la habitación de Drácula.

caballo en la entrada de la torre del reloj

Ya habíamos disfrutado de unas vistas panorámicas y todavía nos quedaba viaje por delante, así que escogimos entrar y visitar lo que fue la habitación del príncipe empalador durante su infancia.

La Torre a mi parecer se disfruta mucho más por fuera y por sus alrededores, ya que desde el exterior puedes contemplar las figuras sobresalientes del reloj, esas que al tocar las doce campanadas se mueven en círculo. También la piedra que la rodea y ese color oscuro que hace que todo tenga una apariencia de cuento de hadas transportándote a tu niñez en un abrir y cerrar de ojos.

Después de sacar algunas fotos y disfrutar de lo que nos rodeaba, fuimos a entrar a la casa de Vlad. La entrada a su habitación cuesta 4 lei por persona y la visita dura lo que el visitante quiera que dure. Nosotros no pasamos más de diez minutos dentro, fue algo decepcionante y un poco artificial para mi gusto.

Cuando entras lo primero que te imaginas es que te encontrarás una habitación con muebles de época, cuadros antiguos y algo de decoración que al menos se pareciera a la original de aquellos años. Pero lo primero que nos encontramos fue un hombre disfrazado de vampiro en un ataúd. Era bastante cómico ver cómo la gente se situaba alrededor de él para hacerse una foto mientras el “vampiro” rugía desde su tumba.

De todos modos, ya que estábamos dentro aprovechamos para observar detenidamente la estancia, entrando en una sala que conectaba directamente con la habitación principal. Había una mesa de madera gigante con sillas, un retrato del conde y una escultura, así que la visita duró lo que tardamos en recorrer la sala, más bien poco.

Hicimos un par de fotos y como no, no seríamos buenos turistas si no nos acercábamos a ese hombre disfrazado de vampiro para hacernos un selfie para el recuerdo.

Foto para el postureo….

Poco más tarde de esa visita “express” nos dirigimos al cementerio y a una iglesia en lo alto de la cima. Allí pudimos disfrutar de unas magníficas vistas y de un paseo por la naturaleza. Quisimos entrar a la iglesia para poder verla por dentro, pero nos frenaron indicándonos que primero debíamos pagar la entrada que eran 8 lei por persona y optamos por quedarnos con las visitas desde el exterior. Me hizo gracia ver en la puerta a un hombre sentado con un perro con cara de pocos amigos, que parecía preparado para asaltar a aquellos que quisieran entrar sin pagar.

Cementerio de Sighisoara

Cementerio de Sighisoara

Hisilicon Balong

Así que sonriendo y felices después de esta experiencia en la ciudad que vió nacer a Vlad, nos dirigimos al coche para reanudar nuestra ruta tras los pasos de Drácula.

De camino al coche… Tocaba volver a reanudar la marcha, Sibiu nos esperaba

De camino a Sibiu, paramos en una ciudad llamada Medias, conocida por ser una de las más importantes de la región de Transilvania. En ella encontramos una especie de pueblo medieval, donde el centro histórico y sus suelos empedrados, te dejaban sin palabras…

De camino a Sibiu, paramos en Medias

De nuevo parecía sentirme en un cuento, o más bien en una película al estilo Hansel y Gretel, con brujas y castillos.

Calles bonitas en la ciudad medieval de Medias

Medias

Nuestra visita a esa urbe que, parecía sacada de alguna película de Tim Burton, finalizaba y reanudábamos nuestra marcha hacia Sibiu. Allí nos esperaba un piso en el centro de la ciudad para nosotros solos, donde podríamos descansar y disfrutar de un poco de paz después de tanto viaje.

Contactamos con el casero y en menos de 10 minutos nos instalamos como inquilinos y como dos ciudadanos más viviendo en un piso en el centro. Debían ser las cinco de la tarde cuando después de dejar las cosas y tomarnos unas cervezas frescas en el balcón, disfrutando de unas agradables vistas, pensamos en salir a visitar el casco histórico.

Caminamos durante 10 minutos hasta llegar a una zona peatonal y empedrada donde empezaba la historia. Como en Sighisoara no subimos a la torre del reloj, decidimos que en esta ocasión no dejaríamos pasar la oportunidad de poder contemplar unas increíbles vistas desde la conocida como Torre del Consejo de Sibiu. La subida tan solo costaba 6 lei y debo decir que valía la pena.

Una vez arriba, después de subir escalones por doquier y sentir algo de claustrofobia, suspiras al comprender que aquello que pueden disfrutar tus ojos compensa la escarpada subida a la torre.

Desde lo alto del lugar se divisaba la plaza que la rodeaba, recordándome mucho a la plaza de San Marco de Venecia. Empedrada toda, rodeada de restaurantes, bares de cocktails y un puente con una historia peculiar, el Puente de las Mentiras.

Desde las alturas, Sibiu

 

En las alturas

Se cuenta que todos aquellos que pasan por ese puente y han mentido alguna vez en su vida, caen al vacío por pago a los pecados cometidos. Nosotros no sé si fue por falta de tiempo o por miedo a poder caer, dejamos de lado ese “test” de las mentiras.

Sergio observando el puente de las mentiras desde las alturas

También divisé una zona más alejada llena de bares y restaurantes que pensé quizás serían más económicos que los que se encontraban en las zonas más céntricas.

Y hacia allí nos dirigimos ya que nuestras barrigas nos reclamaban repostar, desde la mañana que no habíamos probado bocado.

Encontramos una pizzería que tenía muy buena pinta y el precio acompañó a la elección final. El restaurante se llamaba casa Romana y si quieres una alternativa a la comida rumana, te recomiendo que pruebes sus pizzas.

Después de cenar nos dirigimos de nuevo a nuestra humilde morada, para poder descansar, el regreso fue bastante divertido y algo más largo de lo normal. Sin teléfono y sin gps nos perdimos caminando en dirección contraria a nuestro piso. De no ser que nos pasaran cosas así de vez en cuando, dejaría de ser un relato de aventuras, así que nos lo intentamos tomar por la parte positiva y cómica.

Si te ha gustado el post, tal vez pueda interesarte conocer de primera mano las leyendas y misterios que se esconden tras este enigmático país aquí Rumanía: Tras la sombra de Drácula.