En nuestra etapa con base en Salamina, aprovecharíamos las distintas visitas para estudiar y explorar nuevos rincones cercanos junto a nuestras visitas, la mejor compañía.

Con mis hermanos disfrutaríamos nuevamente de Delfos y entraríamos a conocer en detalle la bella capital griega mientras con los padres de Vicky, disponiendo de más tiempo, aprovecharíamos para volver al Peloponeso, volviendo a Argos y Naufplia, y descubriendo también la desconocida Methana, para explorar después más en detalle la zona de Attica en que nos encontrábamos.

Investigando las maravillas que la región de Attica podía ofrecernos, descubrimos distintos lugares como la mítica ciudad de Marathon, impresionantes lagos como el de Volaugmeni, playas e islas cercanas, y un impresionante recodo lo más al sur de su geografía, el conocido como templo de Poseidón en un territorio llamado Cabo Sounio.

Con pocos días a disposición para esta incursión, finalmente nos decantamos por el cabo Sounio y su magnífico templo, intentando discurrir y disfrutar de un fin de semana en los distintos pueblos que separasen el lugar de nuestra casa en la isla de Salamina.

Pronto nos daríamos cuenta de que la región de Attica, excluyendo Atenas y puntos como los anteriormente mencionados, seguramente sea la menos llamativa y cuidada del país…

Parece que en esta zona todo está orientado y creado para apoyarse en la capital ateniense, y de este modo en las regiones cercanas a Atenas más que pueblos nos encontrábamos una especie de enormes urbanizaciones sin orden ni sentido y mucho menos plazas, centros históricos o ayuntamientos, lugares que poco o nada tenían por ofrecernos.

Durante los dos días que duró nuestro pequeño viaje hicimos parada en una zona conocida como Manolias muy cerca del pueblo de Lavrio, el único poblado donde al parecer pudimos encontrar lo más parecido a un pueblo durante todo nuestro recorrido (con plaza y puerto incluido) por la región.

También aprovechamos para acercarnos al lago Voulagmeni que se encontraba en sus inmediaciones, pero descubrir un pequeño lago no más grande que una piscina con gran cantidad de gente en su interior y un exagerado precio de 15 euros diarios para disfrutarlo, rápidamente nos haría cambiar de opinión.

Por el resto esta zona poco o nada tenía que ofrecernos, así que finalmente y poco antes del buscado atardecer, nos acercamos al cabo Sounio, lugar donde se encontraba un magnifico templo en un privilegiado emplazamiento que creaba uno de los mejores ocasos que podíamos imaginar.

Nada más llegar al lugar y tras aparcar, nos aceramos a la entrada para comprar los billetes al precio de 8 euros por persona que aunque caros, merecían la pena.

Una pena que llegó a nosotros cuando tuvimos que despedir el lugar ya que, por un error de cálculo cerraban media hora antes de cuanto habíamos imaginado (su horario de cierre es el de la puesta de sol) y nuestra visita no pudo durar así más de media hora. Tiempo suficiente para hacer centenares de fotos e investigar junto a Vicky la historia del lugar…

Y es que la imagen del Cabo Sounio, con el perfil del Templo de Poseidón recortándose en al acantilado sobre el mar contra la puesta de sol, compone una de las estampas más evocadoras del paisaje griego.

Las magníficas columnas dóricas sostienen la estructura de un impresionante templo que durante siglos sirvió como guía y referencia a los navegantes a este lado del Egeo. El reducido número de estrías que rasgan el mármol del que están compuestas las columnas reduce el efecto de los elementos evitando la acción erosiva, un ejercicio de inteligencia de los arquitectos de la época. Sin embargo, no ha conseguido evitar ser lacerado por el efecto de las firmas que quedaron marcadas en los pilares, de las que destaca el grabado con el sello realizado por Lord Byron en el año 1810.

De las 34 columnas originales tan solo quedan 15 en pie, más que suficiente para mostrar al mundo la impresionante construcción que data del año 444 a.C.

El enclave es sobrecogedoramente perfecto, mágico y único, la ubicación perfecta para la morada de Poseidón, el dios del mar, pero no sólo se trata del lugar donde colocar los cimientos de su culto sino que su lectura es más amplia, pues es ahí, en ese punto donde el padre de Teseo, se lanza al mar, su nombre era Egeo.

Cuenta la historia, que Teseo había acordado con su padre izar las velas blancas si su aventura en el laberinto para acabar con el minotauro acababa bien, mientras que su tripulación izaría las negras si moría en su intento. Teseo aunque victorioso se sentía compungido por haber tenido que dejar a Ariadna en la isla de Naxos, por lo que olvidó la promesa hecha a su padre, así que manteniendo las velas negras llegó al cabo Sounio, mientras Egeo lo contemplaba a lo lejos desde lo más alto. Al ver el rey el color de sus velas, presagió lo peor, precipitándose al mar, motivo por el cual el mar que baña las islas griegas ahora se llama Egeo.

El cabo, como vemos en el mito, era relevante también por su ubicación estratégica, pues era uno de los puntos visibles a la llegada desde el Egeo hacia Atenas, ese hecho fue motivo suficiente para que los Atenienses colocaran en una situación preferente el Templo de Poseidón, siendo fortificado el cabo durante las guerras del Peloponeso.

El mayor espectáculo en el cabo Sounio se da con el ocaso ya que cuando el sol resplandece en lo alto del cielo, la luz centellea en el blanco del mármol, que se va apagando conforme los colores del atardecer se apropian del lugar, confiriendo al lugar una atmósfera propia del mágico enclave en el que se encuentra.

Y al caer la noche, el templo viene iluminado creando una magnifica estampa que ya de por sí merece el haberse acercado hasta este lugar, el punto más al sureste la provincia del Áttica, a unos 70 kilómetros de Atenas.