El día anterior habíamos decidido dividir las maravillas más importantes y reconocidas del lugar, sus monasterios activos, en dos partes o días, y así en nuestro primer día de exploración nos dirigiríamos hacia los situados en la zona derecha del mapa, el de San Esteban, la Santísima Trinidad y Rossanou.

Existía la posibilidad de subir en coche para ver cada uno de los 6 existentes en pocos minutos, pero gracias al tiempo a disposición, a nuestra intención de disfrutar y descubrir los caminos, y realidades a las que se exponían los monjes que querían llegar al lugar, nos decidimos por realizar y disfrutar estas intensas ascensiones en busca de las cumbres suspendidas en el cielo. Unos caminos que todos los mapas turísticos de la zona indicaban fácilmente y a los que seguramente cualquier lugareño sabría llegar…aunque en nuestro caso la inconsciencia tomó forma y probamos suerte sin necesidad de investigar en el mapa.

De este modo, sabíamos que pegado a nuestro hotel existía una ruta hacia nuestra meta, lo que no sabíamos es que había más de una ruta y podían ser distintas las metas, hasta que, sin saberlo, comenzamos a comprender que aquel camino no parecía el más indicado…

Escalando de camino a las alturas

Tras escalar alguna que otra grande roca y diferenciar difícilmente el camino entre la maleza, le comenté a Vicky que me parecía muy raro que aquel fuese el camino ya que, no era ni fácil ni accesible, algo que me parecía raro sabiendo que Meteora era uno de los destinos predilectos para cualquier turista que no se limitase al sol y playa en este país…

Extrañamente en las rocas se veían flechas rojas y, en ocasiones, algún letrero indicaba que estábamos en el camino a pie o “footpath”, pero yo no las tenía todas conmigo. De esta manera, tras sortear distintas dificultades, complicados caminos infestados de tortugas (y seguramente alguna que otra víbora que esperaba no encontrar), pronto dimos con una enorme roca que, tras escalar y hacer cumbre, mostraba una bonita cruz y un peligroso precipicio que no nos llevaría a ningún lugar, poniendo un punto y aparte a aquella ruta que no disponía de más caminos o salidas.

La primera excursión nos llevaría hasta esta cruz en las alturas de Kalambaka

Había sido una bonita excursión pero debíamos volver atrás y cernirnos al mapa, ya que ni éramos escaladores ni disponíamos del material necesario para seguir aquellos senderos, y así haríamos, hasta descubrir un bonito camino empedrado y cuidado, mucho más práctico y propio de un lugar tan turístico como Meteora, que nos llevaría a nuestro primer descubrimiento, el precioso monasterio de la Santísima Trinidad, uno de los más fotografiados y peculiares de la zona, debido a que se encuentra en uno de los más enormes peñascos, al parecer desconectado de la tierra por cada uno de sus lados…

Pero no era así, y era desde un pequeño pliegue de montaña por el que habíamos ascendido, desde donde se podía acceder a este lugar, que parecía custodiar un simpático gato que nos dabala bienvenida con sus maullidos.

Esta vez estábamos en el camino correcto

Felices por haber realizado la parte del trayecto más dura y poder saborear y disfrutar de las maravillas de sus monasterios, comenzamos a explorar descubriendo como una pequeña escalera atravesaba una especie de cueva para ir a parar a lo alto del monasterio y punto de acceso.

Por desgracia el lugar se encontraba cerrado ya que los Jueves era su día de reposo, y tras ascender alguno de los peldaños que llevaban a su puerta acompañados del gracioso gato, debimos dejar la visita para otro día, no sin antes estudiar las formas de esta abadía y uno de los elementos más importantes y característicos, una polea con una gran red que servía tanto para el acceso de los monjes (antes no había escaleras), como el de sus bienes, comidas o materiales de construcción…

Impresionantes vistas al pueblo de Kalambaka desde el Monasterio de la Santísima Trinidad

Después de nuestra breve incursión por este monasterio, observamos en el mapa nuestra siguiente meta, el monasterio más al este de todos ellos, el de San Esteban, y hacia allí nos dirigimos.

Para acceder a él, debíamos utilizar la carretera, que era el único punto de acceso entre los distintos monasterios, un camino mucho menos natural que aquel que nos había hecho ascender a estas cumbres, pero con unas vistas propias de la altura en que se encontraba que lo hacían único…

El monasterio de San Esteban era tal vez uno de los más modernos, y como todos ellos, sus vistas y ubicación eran inigualables, debiéndose acceder a él a través de un pequeño puente a cientos de metros del suelo. Estaba abierto con lo que decidimos entrar para disfrutar del misterio que allí podríamos encontrar.

Para acceder a cada uno de los monasterios, los sacerdotes han decidido poner un precio simbólico de 3 euros a persona que debíamos pagar, también disponen de una especie de pareos para evitar que las mujeres enseñen demasiada carne que pronto Vicky debía ponerse encima.

Vicky con el primer pareo

En su interior, un precioso patio con vistas al pueblo de Kalambaka y la llanura de Tesalia (la región donde se ubica Meteora), daban acceso a una bonita capilla bizantina en la que no podían hacerse fotos. Un lugar en el que lo más mágico era imaginar y descubrir cómo habrían sido alzado semejantes edificios, por el resto no pareció ofrecernos mucho más con lo que entendimos que tal vez no era necesario entrar en todos y cada uno de los conventos del lugar.

Decidimos que nuestra siguiente y última visita eclesiástica del día sería el monasterio de Rossanou, y aunque el GPS indicaba que debíamos recorrer 3 kilómetros de ida más 3 de vuelta y el calor apretaba mucho, decidimos ponernos esa meta para degustar también los bocadillos que habíamos preparado para nuestra excursión. De esta manera más animados con la que sería nuestra recompensa, comenzamos a caminar.

Más o menos a mitad de camino descubrimos otro de los rincones panorámicos más bonitos del lugar, uno desde el que se hace una de las instantáneas más famosas de Meteora, la que distingue la forma rocosa del monasterio de la Santísima Trinidad con el pueblo de Kalambaka en su base, y aprovechamos para sacar alguna que otra foto y aceptar que también este sería uno de nuestros puntos desde el que observar alguno de los atardeceres de que dispondríamos durante esta aventura.

Monasterio de Rossanou

Más tarde, un pequeño camino boscoso descendía desde uno de los miradores del día anterior hasta el bonito monasterio de Rossanou, formado exclusivamente por mujeres, más pequeño y también cuidado que el de San Esteban. Ascendimos al mismo hasta que, tras observar que eran muchas las personas que allí se encontraban (debido a que acababa de llegar un autobús turístico) y no eran grandes sus dimensiones, este sería uno de los conventos que dejaríamos de visitar internamente.

Llegaba la hora de disfrutar del merecido descanso y reponer nuestros estómagos, nos quedaban casi 5 kilómetros hasta el hotel y sabíamos que serían duros ya que no disponíamos de mucha agua y el calor y cansancio apretaban, pero poco más de una hora más tarde una ducha y nuestra cama, hacían compensar los casi 16 kilómetros de nuestra primera mañana de exploración…por la tarde seguramenteutilizaríamos el coche.

El objetivo final de nuestro segundo día en Meteora era volver a gozar de sus fantásticos atardeceres, esta vez desde el primero de los miradores visitados ayer. Todavía quedaban algunas horas así que, antes de que llegase el momento, decidimos descubrir posibilidades en el mapa, así surgió el antiguo monasterio y ahora cueva de Agios Giorgios Mandilas…

Se acercaba el atardecer y nos dirigíamos a la zona de rocas del pueblo de Kastraki

Para llegar al lugar debimos dirigirnos a Kastraki, el otro poblado que como su vecino Kalambaka, alberga hoteles, casas y restaurantes que permiten a turistas como nosotros acercarse a esta maravilla del planeta llamada Meteora.

Mientras nos acercábamos a uno de los lugares más reconocidos del lugar, la cueva con ropas colgantes que puede observarse en buena parte del trayecto, observamos ligeramente Kastraki, reconociendo que seguramente era un lugar más tranquilo y bonito que Kalambaka, aunque poco o nada ahora podía importarnos…

En un costado de Kastraki pegado a una de las enormes rocas de este lugar, un bonito jardín con una pequeña ermita, daba la bienvenida a la cueva de Agios Giorgios Mandilas, una cueva impresionante que nos hizo pensar y mucho el motivo de la misma.

La cueva de Agios Giorgios Mandalas

Y es que, a una altura de unos 40 metros al interno de un peñón de paredes totalmente verticales, existían un gran número de prendas que parecían estar tendidas para secarse. Esta realidad nos hizo pensar que el lugar podía albergar vida pero se nos hacía imposible comprender como podían haber llegado hasta allí.

Probé a ascender la empinada pared, hasta que dándome cuenta de que era imposible superar más de un metro, lo di por imposible. Si había monjes o personas en el lugar, eran auténticos hombres araña, un incomprensible misterio que días más tarde, en el conocido como monasterio escondido, el joven y vigilante que allí se encontraba nos desvelaría…

Según este joven, eso que entendíamos como ropas secándose eran las ofrendas en forma de pañuelos de colores, que uno de los monasterios femeninos y activos de Meteora, proponían al creador. Una vez al año un escalador profesional era el encargado de realizar esta complicada ascensión, colocar las nuevas ofrendas del nuevo año y retirar las viejas, comprendiendo que en la cueva de Agios Giorgios no había vida ni mucho menos monjes escaladores, pero sí uno de los rincones más especiales de Meteora.

Se acercaba el atardecer y, nuevamente con alguna cerveza en mano, nos dirigimos al primero de los miradores, el que se encontraba sobre el monasterio de Rossanou, a disfrutar las vistas, compañía y espectáculo con que la naturaleza nos obsequiaba, pero antes de llegar al lugar, en una esquina de la carretera, justo en las bases del monasterio de Rossanou, un grupo de personas móvil en mano llamó nuestra atención; o más que ellos las rocas en las que se encontraban…

Habíamos descubierto nuestro rincón preferido, el lugar especial desde el que poder contemplar las mejores vistas de esta maravilla alejados del tumulto de turistas, gatos e incluso perros que a esas horas parecen dirigirse a los dos miradores más concurridos y conocidos de Meteora.

Vistas desde nuestro rincón preferido

Eran varios los factores que hacían de este lugar algo único, entre ellos estaba la calma y soledad de que podías disfrutar y seguramente su ubicación ya que, se encontraba en la zona intermedia (horizontalmente hablando) de los monasterios pudiendo observarse aquí varios de ellos y a su vez a mitad de altura, la característica que le hacía ganar más en detalles ya que, al no encontrarse en las alturas y tampoco en el llano, podías observar completamente las formas de cuanto te rodeaba, hasta el punto que el ambiente parecía sumergirte y meterte de lleno dentro.

La idea de disfrutar del atardecer en este punto, y de hacerlo también el último de los días, nos vino mientras disfrutábamos de las vistas desde el otro mirador bastante más concurrido. Decidimos probar y hacerlo desde abajo, desde el lugar en que habíamos visto a diversas personas haciendo selfies, descubriendo una verdadera puerta hacia otra dimensión, un rincón lleno de magia que pronto daría de comer hasta saciar por completo a cada uno de nuestros sentidos…

Tocaba disfrutar del atardecer

Vicky y yo parecimos pensar en la misma cosa ya que rápidamente intentamos hacer resumen de los mejores atardeceres de nuestras vidas; así revivimos las infinitas cúpulas rojizas que en la ciudad de Bagan nos hicieron enamorar de Birmania, las puestas de sol en el lago Inle, SaForadada en Mallorca, los Sundarbans en la India, las ruinas de Angkor, o las increíbles vistas desde lo alto de los acantilados de Santorini  y reconocíamos que aunque también increíbles nada parecía superar a cuanto ahora teníamos ante nuestros ojos…

Otra dimensión, otro planeta, un mundo nuevo y desconocido que nos hacía comprender no solo lo mágico sino también lo fabuloso, único e increíble de este planeta y del ser humano, un sinfín de sensaciones que seguramente nacían y se formaban en nuestras mentes sin necesidad de ideas, era suficiente con mirar…