Después de nuestra rápida visita a Firostefani y hacer las que serían las últimas fotografías de Santorini, emprendimos el camino hacia el puerto de Athinos, tocaba descender de nuevo aquella carretera de curvas cerradas y vertiginosos precipicios de cientos de metros que nos dieron la bienvenida días atrás.

De camino el silencio se apoderó de nosotros, no podíamos hablar, lo único que hacíamos era contemplar el paisaje y los últimos kilómetros que recorreríamos de aquella isla que tanto nos había gustado y tan buen sabor de boca dejaba en nosotros.

La bajada fue lenta, no queríamos acelerar la despedida, sino disfrutar un poco del tiempo que nos quedaba, así que aminorando la velocidad fuimos curva por curva observando los acantilados, la caldera, las casitas blancas y las otras islas que se divisaban desde las alturas del acantilado.

Habíamos visitado tantos pueblos y playas como pudimos, aprovechando el tiempo que al máximo. Nos bañamos en sus aguas, nos adentramos por sus calles estrechas y peatonales totalmente blancas y azules de sus mágicos pueblos, también degustamos la mejor comida local y como no, nos empapamos de su historia visitando su volcán todavía activo, Nea Kameni.

Había sido una visita intensa, llena de sorpresas, experiencias divertidas como la subida en burro desde el puerto de Oia, degustaciones espectaculares, puestas de sol difícilmente superables y muchos misterios por descubrir.

Un lugar donde la historia, la cultura, las tradiciones, la gastronomía, el arte y hasta sus playas coloreadas te enamora, un rincón en el que desde el primer instante en que pusimos el pie, empezamos a enamorarnos de él.

Hoy en el puerto de Athinos, mientras subíamos la rampa del barco, terminábamos de observar el paisaje y nos despedíamos de ella, sabiendo que un día no muy lejano seguramente volveríamos, ¡Hasta pronto Santorini!