La intención en nuestro segundo día parisino era descubrir lo más intensamente posible los secretos mejor guardados de la ciudad, intentando que aunque no fuese mucho el tiempo a disposición poco se nos pasase por alto.

Con tres días a disposición, ambos sabíamos que dejaríamos de visitar elementos tan reconocidos como el Louvre debido a que hubiéramos necesitado mínimo medio día para estudiarlo ligeramente, pero eso no quitaba que nos acercásemos tanto a este como a otros de sus más preciados monumentos.

El día empezó por la plaza con las vistas más hermosas al más importante de los símbolos no solo de la ciudad sino de todo el país, un gigante de hierro creado hace muchos años para mostrarlo al mundo en una exposición universal, un monumento que no fue bien acogido ni se podía imaginar la repercusión que este tendría a la largo de la historia, la torre más alta y bella de Francia que tomaba el nombre del que fue su constructor, la torre Eiffel…

Aunque yo la había visitado y subido en varias ocasiones hace muchos años con mis padres, la memoria no daba para tanto y tanto yo como Vicky debíamos sentir como si fuera la primera vez la magia que envolvía a este lugar.

Así llegamos a la parada Trocadero y descubrimos su preciosa y cuidada plaza rodeada de estatuas. La maravillosa torre Eiffel nos esperaba al fondo, la imagen, acompañada de una preciosa bruma matutina, nos dejó sin palabras…

Cientos de fotos después nos acercamos a ella y discurrimos el camino junto al precioso río Sena. Tras cruzarlo, nos acercamos a las faldas de la torre y nos dirigimos hacía su cercano jardín conocido como el campo de Marte.

Las vistas eran fantásticas y aunque seguramente lo fuesen más desde las alturas decidimos no subir durante ese día a ella ya que la cola de visitantes que esperaban para entrar era kilométrica.

Aprovechamos para estudiar entonces el mapa, y descubrimos que nuestro siguiente destino serían los conocidos y reconocidos campos Elíseos, la avenida más grande del mundo, mítico escenario del final del tour de Francia…

Los campos Eliseos se encontraban a cientos de metros del lugar en el que nos encontrábamos y unían el arco de triunfo por un lado, y la plaza de la Concordia con su enorme obelisco por el otro, y yendo en el sentido del primero de estos a la plaza, nos conseguiríamos acercar tanto a los siguientes puntos de interés como a nuestro destino final, una de las catedrales más bonitas y visitadas del mundo, copiada al detalle en diferentes películas de disney como la del jorobado, la catedral de Notre dame…

De este modo discurrimos algo más de un kilómetro de los campos elíseos hasta llegar a la plaza de la concordia y descubrir tras ella, el rincón de descanso favorito de turistas y lugareños, el jardín de Tullerias…

Tullerias es uno de los parques más grandes de París, un verdadero pulmón al interno de la capital, construido por el mismo arquitecto que el jardín de Versalles y ubicado entre la plaza de la Concordia y el famoso museo del Louvre.

Durante el recorrido descubrimos diferentes lagos circulares alrededor de los cuales cientos de parisinos y turistas se sentaban a disfrutar del sol o relajarse en las muchas de sillas verdes (algunas de las cuales con capacidad de hacerse tumbonas) que abarrotaban el lugar. Allí podíamos apreciar como amigos, familias o personas en soledad, acompañadas de libros o mascotas, disfrutaban de días como aquellos en los que el sol quitaba protagonismo a las nubes.

La siguiente parada fue el Louvre. Desde su cuidada plaza podíamos apreciar las enormes pirámides de cristal que hacen las veces de entrada, y desde allí también era fácil comprender la inmensidad de belleza que podía albergar el entero lugar, un complejo con gran cantidad de edificios de época en el que podían encontrarse maravillas como el cuadro de la Mona Lisa, la estatua de la Venus de Milo o el código de Hamurabbi…

No teníamos demasiado tiempo y nuestras tripas nos pedían comida, con lo que aprovechamos la situación para acercarnos aún más a nuestra última parada, continuando el paseo por el corazón de la ciudad. Elegimos acercarnos al teatro Odeón y el barrio latino para saciar nuestro hambre a la vez que nos acercábamos a otro de los monumentos más importantes de la capital, su gigantesco Panteón.

Para comer paramos en la cadena de panaderías y pastelerías de nombre Paul haciéndonos con unos buenos bocadillos con el pan más reconocido de Francia, la riquísima baguette. Tras ello nos dimos de bruces con el famoso Odeón y continuamos nuestro camino hacia el panteón.

Cerca de este último, el conjunto de monumentos entre los que sobresaltaban la biblioteca de la Universidad de la Sorbona, el Panteón más enorme que jamás haya visto y la iglesia católica de Saint Etienne unido al empedrado de la zona peatonal, creaban un ambiente bohemio y calmo que muchos estudiantes aprovechaban para disfrutar. Así en la misma plaza del Panteón distintos bancos y jardines eran utilizados para reposar, estudiar o echarse una buena siesta aprovechando el calor del sol que días como aquel regalaba.

Estudiamos las opciones de visita al Panteón pero tras descubrir que el precio de entrada y comprender lo reciente de su construcción y como difícilmente encontraríamos misterios y belleza como en su vecino de Roma, en este último caso gratuito, antiguo y majestuoso tanto en su grandeza como en su construcción (una de las mayores obras de ingeniería de todos los tiempos), sabiendo que había podido disfrutar de este último en mis años (nueve) en Roma, decidimos dejar de lado esa posibilidad, y seguimos nuestra marcha hacia el último de nuestros descubrimientos.

Finalmente llagábamos a la catedral de Notre Dame. Hacía años, siendo aún muy pequeño yo había accedido a ella y fue el monumento que más me impresionó con poco más de diez años, más aún que la torre Eiffel, y ahora que volvía a verla comprendía el porqué…

Situado sobre una isleta al interno del río Sena, los colores grisáceos de sus muros, las gárgolas en sus tejados, su carácter gótico y lo inmenso de sus muros dan a este rincón y monumento un aspecto que parece sacado de los libros o películas de misterio…

Las decenas de gárgolas amenazantes desde los picos en las alturas bien podían haber salido de la mismísima Gotham City, de algún escondido rincón de Transilvania o películas como entrevista con el vampiro o la saga de crepúsculo, y las vistas desde los puentes de alrededor o la inmensa plaza frente a su puerta nos dejaba boquiabiertos y con muchas ganas de estudiarla en más detalle.

Pero eso sería mañana, bastante habíamos tenido por hoy y se aproximaba la noche, con lo que nos acercamos a nuestra bohemia morada en el barrio de Little Africa.

Antes de cenar y discurrir lo que haríamos al día siguiente desde nuestra habitación, decidimos despedir el día desde uno de los lugares con mejor panorámica de la ciudad, las escaleras bajo la preciosa Basilica del Sagrado Corazón en el barrio de Montmartre…

Desde allí, diversas cervezas en mano compradas a vendedores ambulantes que parecían conocer el potencial del lugar a esas horas, disfrutamos y recordamos cuanto esta fantástica ciudad parecía transmitirnos…París, la ciudad de la luz, seguramente uno de los lugares más bonitos de la tierra.