Tras haber descendido la cima de Nea Kameni y una vez dentro del barco, regresamos al puerto de Athinos, la excursión había finalizado.

Cuando atracamos y bajamos de la barca pensamos cuál sería la mejor opción, donde nos convenía ir o qué preferíamos hacer ya que al día siguiente tendríamos que despedirnos de Santorini.

El nombre de “Red beach” se pronunció, ya que la última vez solo nos acercamos hasta los acantilados y la fotografiamos pero no nos bañamos en sus aguas ni estuvimos tomando el sol en su arena rocosa de color rojizo, y tras la calurosa excursión nos apetecía bastante pegarnos un buen chapuzón.

Esta vez volvíamos, pero no para contemplarla sino más bien para poder disfrutarla. Así que, al llegar, nos apresuramos a descender la cima para extender nuestra toalla, quitarnos la ropa y meternos en el agua.

Al quitarnos los zapatos y empezar a pisar aquello que a primera vista y desde la distancia parecía arena, notamos un ligero quemazón en la planta de nuestros pies y algo de molestia al mismo tiempo cuando nos dirigíamos al agua.

Lo que a lo lejos parecía arena, cerca era más bien piedras, diminutas,pero, al fin y al cabo, piedras.

Nos fuimos adentrando en el agua, las rocas que había en el fondo del agua hacían un poco difícil meterse poco a poco, de haber llevado zapatos para caminar sobre ellas seguramente el baño lo hubiéramos podido disfrutar más.

Una vez dentro del agua, la imagen de la playa era espectacular, acantilados rojizos la rodeaban por completo.

No duré demasiado tiempo en el agua, así que me quedé sentada en la orilla como siempre mientras Sergio terminaba su baño. Para entretenerme siempre hago lo mismo, rebusco entre las piedras y selecciono algunas para mi colección. Y así de repente, una piedra captó mi atención, era extraño, brillaba demasiado, así que alargué la mano y cuando la tuve entre mis dedos no podía creer lo que había encontrado, ¡plata!.

Acababa de descubrir una pepita de plata sentada en la orilla mientras Sergio se terminaba de bañar, me hizo gracia la casualidad de que un pedrusco de plata estuviera justo en ese momento donde yo había decidido sentarme a buscar piedras.

Avisé a Sergio para que se apresurara a salir del agua y contemplara mi hallazgo, pero al principio pensaba que le tomaba el pelo, y no lo culpo, ya que normalmente lo suelo hacer siempre.

Pero esta vez era verdad, había encontrado plata. Como no tenía credibilidad ante los ojos de Sergio, le ofrecí que la mordiera para que así pudiera comprobar por él mismo que no se trataba de una piedra normal, sino más bien, de una preciosal.

Lo de morder me lo saqué de la manga tras haber visto en algunas películas que lo hacían, pero me funcionó para que me creyera. Fue tal la credibilidad que cobró mi hallazgo en ese momento, que Sergio empezó a buscar entre las piedras para ver si tenía la misma suerte que yo y podía dar con oro.

Quizás este hallazgo era una señal a la mera suerte que parece acompañarme en alguna que otra ocasión o simplemente una serie de casualidades se pusieron de acuerdo para que yo pudiera encontrar la plata ese día en ese momento y en aquel lugar, siendo nuestro último día en la isla. Buscando una piedra para llevarme de recuerdo, terminé encontrando plata de verdad, y nada menos que de la misma Santorini.

Tras ese hallazgo y aguantando a Sergio remugar porque él no había encontrado nada, nos secamos y volvimos al hotel para ducharnos y asearnos, tocaba despedir la isla, y Pyrgos sería el lugar elegido.

Decidimos así, que el último pueblecito blanco y azul que nos diría un “hasta pronto” sería sin duda aquel que nos enamoró la primera vez que llegamos.

Allí dimos nuestro último paseo entre calles estrechas de colores tan propios y únicos de Grecia. Hicimos fotos hasta cansarnos y terminamos viendo el atardecer en “Hearth of Santorini”, unos acantilados donde también días antes habíamos optado por ellos para observar el ocaso.

Para finalizar nuestra última noche, elegimos una taberna próxima al lugar donde habíamos apreciado el atardecer llamada “Geromidis”, donde pudimos degustar la mejor musaka casera que nunca antes habíamos probado y un calamar fresco a la plancha, todo ello como no, acompañado de una buena “Alfa” fresca.

Antes de pagar la cuenta, la camarera e hija de los dueños del establecimiento, nos trajo como regalo yogurth griego y auténticamente casero.

Salimos contentos de nuestra elección para deleitarnos con la última cena típica griega en Santorini, además no solo habíamos acertado en ello sino también en el precio, todo nos salió por 18 euros.

Una vez con la barriga llena tocaba regresar al hotel, nos daba pena pensar que era nuestro último día en Santorini, pero Grecia todavía tiene mucho que ofrecernos. Sin duda sé, que algún día volveré a este lugar y repetiré todos y cada uno de los pueblos, acantilados y experiencias que he podido vivir durante estos cuatro increíbles días.

Al día siguiente nos tocaría preparar las maletas y dirigirnos al puerto donde días atrás habíamos llegado pisando esta isla mágica por primera vez.

Sabemos que toca regresar a casa y que este será nuestro “hasta luego” a uno de los islotes más increíbles y fascinantes en las que hemos podido estar, Grecia no hace más que sorprendernos cada día más.