Tras llegar a Sibiu y dejar los trastos en el entero apartamento que nos serviría de morada, nos decidimos a recorrer el kilómetro escaso que nos separaba del centro histórico.

Antes de llegar a esta ciudad habíamos leído como definían a esta urbe como una de las joyas de la corona transilvana, y pocos segundos más tarde de entrar en su centro comprendimos el porqué.

Si en Medias habíamos observado alguna que otra casa con ojos, en Sibiu todas los tenían. Un centro histórico bastante más grande que el de Sighisoara mostraba diferentes caminos empedrados con preciosas casas medievales de ojos en sus tejados, que nos acompañaban en nuestro recorrido hacía las dos inmensas torres en el corazón de la ciudad.

Una preciosa caminata después, nos adentraba en una hermosa plaza llena de bares, restaurantes y música callejera que contenía esos dos inmensos torreones que formaban aquella majestuosa estampa, que poco antes de llegar habíamos observado.

Teníamos algo de hambre pero pensamos en disfrutar primero de las bellezas del lugar, para pocas horas más tarde, aventurarnos y llenar nuestras tripas.

La idea de subir a alguna de las torres vino reforzada tras recordar no haberlo hecho en la torre del reloj de Sighisoara por lo que nos acercamos a la más imponente de ellas, la llamada Torre del Consejo y preguntamos por el precio. 5 lei a persona y ya estábamos subiendo…

Siete pisos y 141 escalones después nos vimos recompensados por unas fabulosas vistas desde la parte más alta de la ciudad. Esta torre servía de vigía y no ha perdido parte de su encanto, entre otras cosas puedes observar el mecanismo del gran reloj que cubre parte de su fachada o imaginar como pudo ser desde lo alto aquel terrorífico bosque de empalados en el que más de 10 mil turcos yacieron ensartados en palos de más de 3 metros de altura.

La imagen a día de hoy era mucho más bonita y relajante mostrando a un lado la pequeña y linda plaza llamada Plaza Pequeña que acabábamos de atravesar y otra mucho más grande e imponente, la Plaza Grande que formaría el punto central de la ciudad desde el siglo XVI.

Desde las alturas era también posible identificar al interno de la plaza pequeña, el conocido como Puente del Mentiroso o Podul Minciunilor en Rumano, el primer puente de hierro forjado en el actual territorio de Rumanía.

El origen de este nombre tiene varias explicaciones. La primera de ellas dice que, siendo el primer puente de Sibiu construido sin pilares , fue conocido con el sobrenombre de “podul culcat” (puente tumbado). Sin embargo, la palabra “culcat” en la lengua de los Sasi se traducia como “lugenmarchen” que es sinónimo de la palabra rumana “minciuna” (mentira). De ahi que el “podul culcat” haya derivado en “podul minciunilor”.

Otra leyenda para explicar su nombre dice que tradicionalmente se pensaba que si cruzabas el puente y decías una mentira, el puente se derrumbaría…

Sea como fuese, alertados por nuestra hambre preferimos evitar tentar a la suerte no fuese que se cayese de verdad, para dirigirnos en busca de alguna pizzería de la que sentíamos antojo.

Bordeando la Plaza Grande descubrimos una pizzería llamada Casa Roma que sirvió a reconocer como en Rumanía poco tienen que admirar a Italia en cuanto a pizzas. Mi teoría es que, siendo Italia el país preferido por la gran cantidad de emigrantes rumanos (debido a la proximidad y a que los sueldos son bastante más altos), han sido muchos los que han ido allí y aprendido el oficio convirtiéndose en auténticos chefs. Si vas a Rumanía y quieres pizza, seguramente, sea donde sea, acertarás…

Caía la noche y el hinchazón de nuestros estómagos nos animó a despedir esta preciosa ciudad callejeando, para acercarnos a nuestra morada.

Y así caminando y sintiéndonos observados, esta vez por los tejados, pudimos apreciar la bondad y tranquilidad de sus gentes. Aún siendo una ciudad muy cuidada y bonita parecía extraño aunque gracioso observar niños jugando en la calle sin calzado alguno y con la ropa raída fruto de la diversión, entrando en estas casas más propias de adinerados. Niños, adultos o mayores, podías apreciar que la ropa, peinado e incluso compostura poco importaba en aquel lugar, personas 100% auténticas.

Caía la noche y llegados al apartamento salimos a la terraza para despedir, cerveza rumana de nombre Timisoreana en boca, aquel valle encantado a las faldas de los enormes e imponentes Cárpatos.

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