Despertamos sobre las 9, tuvimos que ponernos las alarmas, ya que con el jaleo del día anterior y yo con el cambio horario girado me costaría más de lo normal levantarme de la cama.

Nos esperaba un desayuno y eso sí que nos dio fuerzas para levantarnos, yo por lo menos estaba muerta de hambre. Al subir a la cuarta planta donde se encontraba el comedor, nos esperaban unos 10 camareros para servirnos.

Debo decir, que aquí son demasiado (para mi gusto) serviciales, se enfadan si ven que tú te pones el café o te haces tus tostadas. Te insisten en que te sientes y pidas lo que quieras, de hecho, te esperan en la silla para colocarte el asiento.

Antes de sentarnos, pegamos un vistazo rápido para ver que había para desayunar, y como era de esperar, nada parecido a lo que estamos acostumbrados (tostadas con tomate y café con leche).

Para empezar había una especie de tortas (chapati) para acompañar con una salsa (pincante) y arroz. Menos mal que para nuestra suerte teníamos para hacernos tostadas y Masala Chai, con esto tendríamos energías suficientes para aguantar el día que nos esperaba.

También necesitaba energías extras ya que mi equipaje seguía sin aparecer, mi seguro de “asistencia en viaje” de AXA (no lo contratéis NUNCA), me había dejado tirada y el seguro de maletas (el que te ponen la cinta de embalar verde NUNCA lo contratéis) también se había unido al club de seguros (timos) con letra pequeña. La aerolínea por su parte estaba haciendo lo posible para encontrar mi maleta (que ellos mismos habían perdido), por lo que me habían dicho ese mismo día que darían con el paradero y me la enviarían al hotel.

Después de desayunar con las energías cargadas, nos dirigimos a coger un Tuk-Tuk para llegar al Charminar, es una mezquita y se encuentra en el centro de la ciudad. Y También es el lugar de peregrinación para muchos musulmanes.

Para llegar allí, tuvimos un largo camino de unos 40 minutos en tuk-tuk recorriendo las carreteras tan caóticas y sin ningún tipo de control y organización. No hay carriles delimitados, la gente se va colando donde puede y los pitidos nunca cesan.

Una vez llegamos a nuestro destino y nos bajamos, éramos el punto de atención de todo el mundo, pues allí los extraños y raros éramos nosotros.

Para empezar me tuve que tapar más de lo normal, a pesar del calor que hacía (unos 30º) me puse camisa ¾ y pañuelo por el cuello. No me suele gustar hacer este tipo de cosas, pero tenía que adaptarme al lugar donde me encontraba por respeto.

Charminar

Charminar

Empezamos a caminar por los alrededores de la mezquita, y nos adentramos en el bazar. Había todo tipo de puestos, podíamos pararnos a comer o comprar. De hecho decidimos parar a tomar un Iran Chai, un tipo de té parecido a como lo preparan los hindús pero algo diferente, le faltaba la pimienta (sí, aquí es típico el Masala Chai, un té al que le añaden curry, pimienta y cúrcuma).

El hombre que nos atendió nos regaló una pasta típica Iraní para acompañar el té, que a esas horas con la barriga vacía y la hora de la comida a punto de llegar, se agradecía mucho.

Cuando terminamos nuestro té, nos adentramos por los alrededores de la mezquita, perdiéndonos por las diferentes calles y observando con atención todos aquellos puestos que llamaban nuestra atención. Pasamos por delante de algunas joyerías que estaban llenas de mujeres probándose anillos y pulseras. Cada vez que nos parábamos a observarlas, no paraban de sonreírnos y saludarnos entusiasmadas. En ese lugar te hacían sentir como si fueras alguien conocido, todo el mundo te saludaba y sonreía sin parar. Más tarde me daría cuenta que al que sonreían y saludaban tan entusiasmadas era a Sergio, y las entendía, a mí me pasó lo mismo la primera vez que lo vi entrar por la puerta de la oficina. 😛

Bazar

Bazar

Una vez visitado todo el bazar, los alrededores del Charminar y con el hambre que azotaba en nuestras barrigas, nos dirigimos con un tuk-tuk hacia un restaurante llamado Paradise, donde preparaban el mejor biryani de la ciudad.

Cuando llegamos me sorprendió encontrarme con personal de seguridad en la puerta y arcos detectores de metales. Tuvimos que pasar por ellos para poder entrar y además, nos hicieron un control individual con un aparato para detectar cualquier irregularidad. Nos sorprendió bastante y preguntamos por curiosidad el porqué de esos controles para entrar a comer a un restaurante, a lo que nos contestaron sonriendo que algunos de los ciudadanos llevan consigo un arma.

En la puerta a unos metros de allí nos esperaba un camarero para abrirnos la puerta y acompañarnos a una mesa. Enseguida vinieron a tomar nota de todo aquello que queríamos comer, como siempre no calculamos bien las medidas y pedimos dos platos para compartir. Mientras esperábamos empezamos a observar la gente de nuestro alrededor y la que se encontraba comiendo en esa misma sala, no había ningún extranjero salvo nosotros dos.

Empezaba acostumbrarme a que todo el mundo nos mirara como si de unos extraterrestres se tratara, era divertido, o te miraban detenidamente, o te sonreían y saludaban con entusiasmo esperando que tú hicieras lo mismo.

Tomando un Masala Chai

Tomando un Masala Chai

Por la tarde quisimos ir a un templo hindú bastante conocido de la ciudad, el Birna mandir. Para llegar tuvimos que pagar un tuk-tuk y adentrarnos por unas calles estrechas, parecidas a las de una favela de Río.

hombre intentando vendernos un loro

hombre intentando vendernos un loro

Allí para entrar tenías que descalzarte y dejar todos los aparatos electrónicos que llevaras encima en una especie de taquilla.

No dudamos en quitarnos los zapatos y dejar todas nuestras pertenencias, el lugar lo merecía sin duda alguna. Era un templo totalmente de mármol blanco y con una arquitectura digna de albergar todos los dioses hindús.

Estuvimos una hora de reloj recorriendo todos los rincones de aquel templo, dejando como última parada la parte de arriba, donde nos esperaban unas vistas increíbles a la ciudad.

Empezamos a notar un poco el cansancio acumulado y decidimos partir hacia el hotel para poder descansar y recuperar fuerzas para seguir nuestra aventura. Antes de partir de aquel lugar, pasamos por el baño, y mientras yo esperaba a que Sergio saliera, un hindú vino con su cámara de fotos diciéndome “selfie? Madame, Selfie?” , y qué le iba a decir aquel pobre hombre que era la primera vez que veía a una blanca ( pálida como la leche) en su ciudad, así que le dije con una sonrisa que aceptaba hacerme un selfie con él.

Era gracioso que la gente te mirara como si fueras algo “raro”, te hicieran fotos, preguntaran de donde eras y hasta que te dieran la mano.

Después del selfie y reírnos un rato con la anécdota vivida, nos fuimos para el hotel, necesitábamos descansar, que al día siguiente nos esperaba un viaje en tren de más de 7 horas y la llegada a Anantapur donde la asociación de Vicente Ferrer nos esperaba.